Mercurio, con un diámetro de 4 879 km (el equivalente a 0,38 Tierras), es un planeta bastante sorprendente. Es el más pequeño de los cuatro planetas interiores del sistema solar y también el más cercano al Sol (está a 57 millones de kilómetros de distancia). Por este motivo, imaginaríamos que la temperatura en superficie, dada su proximidad con nuestra estrella, tendría que ser abrasadora. Pues no es así (es Venus el planeta más caliente de nuestro sistema).

 

Un amplio abanico de temperaturas

Tiene temperaturas tanto frías como calientes. Para empezar, su temperatura superficial puede variar de unos gélidos –180 ºC a unos ardientes +430 ºC y sus peculiaridades se deben, entre otras cosas, a que su órbita presenta la mayor excentricidad de todo el sistema solar, ya que en su punto más alejado del Sol se encuentra a una distancia 1,5 veces mayor que en su punto más cercano a la estrella. Los cambios de temperatura de Mercurio son los más drásticos de todo el sistema solar.

¿Consecuencias? Muy variopintas: en las zonas polares hay rincones en los que jamás llega el Sol y, por tanto, están en una noche u oscuridad permanente. Del otro lado, como imaginarán nuestros lectores, hay zonas a las que jamás deja de darles el Sol; regiones, en el ecuador de Mercurio, que están continuamente expuestas a la radiación directa de nuestra estrella cuando el planeta está más cerca del Sol.

Es, por ello, el planeta que recibe más luz solar por metro cuadrado que cualquier otro en el sistema solar. Mientras que el lado del planeta que mira hacia el sol puede ser sofocante, el otro lado puede caer hasta -173 grados Celsius.

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Y es curioso que el planeta que soporta la peor parte de la energía del Sol más directamente que cualquier otro, albergue hielo. Pero ya hemos visto que la proximidad al Sol no determina completamente el calor planetario. Mercurio tiene una atmósfera realmente débil (compuesta de oxígeno, sodio, hidrógeno, helio, calcio y potasio), pero es tan sutil que casi es indistinguible del vacío. La de Marte, por poner un ejemplo, que es bastante tenue, sigue siendo más palpable que la de Mercurio.

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