En octubre de 2016 la decepción ensombreció la cara de bastantes astrofísicos. Los resultados publicados en agosto y septiembre por tres equipos de científicos revelaban el último fracaso en más de 70 años de búsqueda de algún indicio que demuestre, sin lugar a dudas, que la materia oscura está ahí fuera. Tres experimentos funcionado a lo largo de tres años con un coste de construcción de unos 30 millones de euros -a lo que habría que añadir el mantenimiento de los mismos-, y tres equipos multidisciplinares de científicos: el Large Underground Xenon, o experimento LUX, situado cerca de la ciudad de Lead, en Dakota del Sur (EE UU), el PandaX-II en Sichuan, China; y el XENON100, ubicado en el Laboratorio Nacional Gran Sasso en Italia. Los tres experimentos, que supuestamente pueden detectar partículas con masas de 40 o 50 veces mayor que la de un protón, no fueron capaces de obtener ni el más mínimo indicio directo de la existencia de la de materia oscura. Al menos, del tipo que esperan encontrar la inmensa mayoría de los científicos que trabajan en este campo, las partículas llamadas WIMP.

A pesar de todo, los astrónomos han encontrado indicios de materia oscura por todos los rincones del universo, y hoy se supone que es responsable de más del 90% de la masa total de los cúmulos de galaxias. El problema surge cuando se hace una simple pregunta: ¿qué es la materia oscura?

Ya se sabe que la imaginación es libre y el papel aguanta lo que escribas, y en este terreno la calenturienta mente de los investigadores se ha desbocado: desde estrellas de baja masa a agujeros negros, pasando por granos de polvo fríos o partículas exóticas productos de los sueños más enfebrecidos de los físicos teóricos, la caza de esa materia faltante es uno de los problemas más importantes de la astrofísica actual. Ahora bien, que no sepan qué es no impide a los cosmólogos clasificarla en dos tipos: caliente y fría. Son dos términos cosmológicos que están referidos a la velocidad a la que se mueven las partículas. Si tienen una masa del orden del protón entonces se moverán lentamente: es la materia fría. Pero si son más ligeras, viajarán a velocidades cercanas a la de la luz: es la materia caliente. El candidato más popular a materia oscura caliente es el  neutrino, aunque no cuenta en la actualidad con mucho predicamento. Ahora los expertos tienden a ponerse del lado de la materia oscura fría pues el modelo de universo que surge de ella es consistente con las fluctuaciones de la radiación del fondo cósmico de microondas. Y, por supuesto, la pregunta del millón es ¿de qué está hecha esa materia oscura fría? Porque no puede ser materia tal y como nosotros la conocemos…

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Es aquí donde engarzan los WIMPs (Weakly Interacting Massive Particles). Bajo este nombre se agrupa toda una colección de partículas de masa elevada que nacen de las ecuaciones de los expertos en supersimetría, uno de los intentos para unificar todos los constituyentes de la materia y las cuatro fuerzas de la naturaleza bajo una única expresión matemática. Para que tenga sentido, las teorías de supersimetría predicen la existencia de al menos dos veces más partículas subatómicas que las que conocemos, ya que cada partícula posee lo que llaman su compañero supersimétrico: así al  fotón le acompaña el fotino, al neutrino, el neutralino o al electrón el s-electrón… El único e insignificante problema es que todavía no se ha descubierto ninguno. Es más, todos esperaban encontrar algún indicio de su existencia en el LHC, el gran acelerador del CERN en Ginebra, pero después del Higgs los físicos no tienen nada supersimétrico que llevarse a la boca. Unos se justifican diciendo que es demasiado pronto; otros que la supersimetría anda de capa caída.

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