Pero para sus grandes construcciones, como el Coliseo, que se construían para durar, utilizaban otra cosa, harena fossicia, una mezcla de cal triturada y una arena volcánica que, como cuenta Vitrubio, “hay cerca del monte Vesubio. Mezclado con cal y guijarros no solo proporciona firmeza a todo tipo de construcciones, sino que cuando se construyen muelles en el mar puede fraguar bajo el agua”. Y no solo eso, su resistencia es impresionante. En 2013 se analizó una fragmento de hormigón datado en 37 a.C., pues llamó la atención a los científicos por el buen estado en que se encontraba tras dos mil años sometido al oleaje del Mediterráneo. A esta mezcla de cal y cenizas se la llama puzolana en honor a la ciudad de Pozzuoli, al oeste de Nápoles, donde se extraía esa ceniza volcánica. 

Hoy nuestro agregante no es la harena fossicia sino el llamado cemento Portland, nombre que no se refiere a la ciudad de EE UU sino a la isla del mismo nombre que se encuentra en el Canal de la Mancha. Si utilizásemos aquellas cenizas romanas para hacer nuestro hormigón gastaríamos menos cal y el horno podría trabajar a una temperatura menor, con el consiguiente inferior gasto de combustible. Listos los romanos.

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