No debe extrañarnos que la astronomía esuviera presente en la vida tanto de los cazadores-recolectores como de los primeros agricultores; su supervivencia dependía de conocer con la mayor precisión posible los ciclos de la vida y estos se encuentran indisociablemente unidos a los ciclos astronómicos. Trazar el paso del tiempo era vital para la supervivencia.

Para Marshack estos calendarios lunares, tallados sobre pequeñas piedras, huesos o astas para poder transportarlos con facilidad, tenían una aplicación práctica: ayudar en las partidas de caza. Sin embargo, las fases de la Luna representadas en estos conjuntos de marcas son inexactas. Algo comprensible si tenemos en cuenta que es imposible ser precisos en las observaciones a menos que todas las noches del año sean totalmente claras y sin nubes. Pero lo más importante no son las marcas en sí, sino cómo llegó el ser humano paleolítico a llevar un registro de las fases de la Luna. Darse cuenta de que se puede hacer no es ni mucho menos que evidente y requiere cierto esfuerzo racional y ser conscientes de que “todas las actividades de los animales dependen del tiempo, simplemente porque éste pasa; el futuro está llegando siempre”, escribió Marshack. Para este arqueólogo crear un calendario, por muy simple que sea, exigió al hombre primitivo haber pasado antes por el descubrimiento intuitivo de los principios matemáticos subyacentes. 

Referencias:

Marshack, A. (1972) The Roots of Civilization: the Cognitive Beginning of Man’s First Art, Symbol and Notation, McGraw-Hill

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