Pero la maldición del Hope no se iba hacer esperar. En 1685 Luis XIV revocó el Edicto de Nantes y así recomenzar el exterminio de los protestantes franceses. Tavernier tuvo que huir abandonándolo todo, al igual que los maestros joyeros que habían convertido París en el centro del comercio europeo de las gemas. Estos protestantes huidos se instalaron en centroeuropa, más concretamente en Amsterdam, Brujas y Amberes. Mientras, Tavernier viajó a Suiza y luego a Moscú, donde se dice que murió destrozado por unos perros. La maldición empezaba a hacer sus estragos. Otra de sus víctimas fue el ministro de economía de Luis XIV, Nicolas Fouquet, al quien el rey se lo había prestado para que lo luciera en una recepción: al día siguiente fue arrestado por malversación y encerrado de por vida.

En este momento se le pierde la pista y no reaparece hasta que llega a manos de Luis XVI y María Antonieta, cuyo destino es bien conocido. El diamante, junto con otras joyas de la corona, fue robado de los almacenes reales (el Garde-Meuble). Y aunque la mayoría de los objetos fueron recuperados, el diamante desapareció. En 1812 se exhibió en Londres uno de igual tamaño y color. Diamantes tan valiosos suelen llevar consigo una historia pero este había llegado huérfano. Todo el mundo sospechaba que se trataba del French Blue, como se le llamaba en el mundo anglosajón: la talla era consistente con la que podría haberse hecho si hubiera sido cortado de nuevo. En 1823 lo compró el banquero holandés Henry Philip Hope, que le dio el nombre. En los años siguientes se dice que estuvo salpicado con distintos escándalos y en 1910, su manirroto descendiente, Francis Hope, tuvo que venderlo para afrontar las muchas deudas que había adquirido. El diamante pasó a las famosas oficinas de los hermanos Cartier, en la parisina rue de la Paix, que intentaron venderlo a cuantos maharajaes, nobles europeos o millonarios norteamericanos pasaban por allí. Al final lo compró la hija de un potentado de Colorado, Evalyn Walsh McLean, gracias a las buenas artes mercantiles de Pierre Cartier. Una mujer peculiar, que colocaba la preciada y supuestamente maldita joya a su perro cuando se aburría de llevarla, solo por ver la cara que se les quedaba a sus invitados. O en una fiesta de Año Nuevo en su mansión bajó las escalera vistiendo el Hope… y nada más.

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La maldición del Hope hizo su efecto: su hijo mayor murió con 9 años. Su marido, Edward, se convirtió en un alcohólico –en cierta ocasión orinó en la pierna del embajador belga durante una recepción en la Casa Blanca-. Murió en 1933 en un asilo, ahogado por las deudas, su única hija se suicidaba y ella se enganchaba a los opiáceos. La casquivana Evalyn moría en 1947 a los 60 años a manos de una fatal combinación de cocaína y neumonía. En una de sus últimas columnas de cotilleo del Times Herald escribió: “Es algo extraño y temible cuánta gente que lo ha tocado ha tenido unas muertes no naturales y, en muchas ocasiones, horribles”.

 

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