En este periodo surgió la mayor parte de los grandes grupos de animales que han sobrevivido hasta hoy —incluyendo los vertebrados—, y también muchas de las dinámicas ecológicas que hoy conocemos, incluyendo, por supuesto, la del depredador y la presa, que se convirtió en uno de los motores evolutivos más potentes.

Y de esa radiación evolutiva tan exagerada surgió el primer gran superdepredador. Su nombre: Anomalocaris, literalmente, ‘cangrejo extraño’, un artrópodo perteneciente a los dinocáridos, un grupo hoy extinto.

Anomalocaris presentaba un par de ojos pedunculados, con hasta 16 000 lentes en cada ojo; tenía capacidad de visión en color y percepción de la profundidad. Esto le permitía identificar fácilmente a sus presas, que asía con un par de apéndices espinosos. Con ellos rompía el exoesqueleto de sus presas, si lo tuviesen, y succionaba las partes blandas del interior gracias a su cono bucal.

Las primeras estimaciones sobre su tamaño, basadas en extrapolaciones de distintas partes corporales, atribuían a este animal hasta un metro de longitud. Hoy sabemos que era algo menos de la mitad, pero sigue siendo un tamaño descomunal, teniendo en cuenta que vivía en un mar en el que la mayor parte de los animales eran más pequeños que la palma de una mano humana —y algunos, de tamaño casi microscópico—.

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