Normalmente, se ha considerado que los únicos organismos capaces de realizar la fotosíntesis han sido las cianobacterias, las algas y las plantas. En parte es cierto, son los únicos organismos capaces de sintetizar la clorofila, molécula esencial para el desempeño de esta función metabólica.

En las cianobacterias, células procariotas sin núcleo, la maquinaria molecular que realiza la fotosíntesis se encuentra libre en el cuerpo celular. Las algas y plantas, sin embargo, son organismos formados por células con núcleo y tienen la maquinaria molecular de la función fotosintética en unos orgánulos celulares llamados cloroplastos.

Tradicionalmente, se pensaba que de los organismos formados por células eucariotas, solo podían hacer la fotosíntesis aquellos que tienen la capacidad de reproducir sus propios cloroplastos y su propia clorofila. Hasta que se descubrió el proceso de cleptoplastidia o cleptoplastia. Así se denomina al proceso por el cual un organismo —como un protozoo o un animal— captura los cloroplastos o las células enteras de las plantas o algas que consume, y los conserva y mantiene en su organismo. Como toda la maquinaria fotosintética se encuentra en el cloroplasto, este sigue fotosintetizado.

Estrictamente hablando, la fotosíntesis la realiza el cloroplasto, y no el animal en sí, que solo aprovecha sus beneficios. Claro que si asumimos el proceso en sentido estricto, tampoco son las plantas las que hacen la fotosíntesis, sino los cloroplastos que contienen, descendientes de cianobacterias ancestrales.

Efectivamente, en términos evolutivos, esos cloroplastos son, en origen, bacterias fotosintéticas que en algún momento, hace miles de millones de años, se asociaron con las células eucariotas en una simbiosis interna y permanente. Esta endosimbiosis no solo explica el origen bacteriano de los cloroplastos, sino también el de las mitocondrias. Pero ese es otro tema.

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Pero regresando a los animales que realizan cleptoplastidia, a diferencia de las plantas y las algas, no suelen tener la maquinaria bioquímica que permita reproducir los cloroplastos capturados, y el mantenimiento no es indefinido; con el tiempo terminan degradándose. Por lo que los secuestradores de cloroplastos se ven obligados a tener un aporte más o menos constante.

El proceso fue descubierto en Elysia chlorotica, una babosa de mar del grupo de los Sacoglossa, por la investigadora Hillary H. West, en 1979, y fue el punto central de su tesis doctoral. Pero, aunque desde entonces, ese curioso animal se ha tomado como ejemplo para hablar de cleptoplastidia, hoy conocemos otros muchos animales con esa capacidad.

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