Restaurando el ecosistema

Afortunadamente, la ciencia nos proporciona herramientas que ayudan al proceso de recuperación más rápida y eficientemente. Entre todas las herramientas, destaca la repoblación.

Es importante, al emprender las labores de repoblación, que las plantas a sembrar en el área pertenezcan a especies en alguna de las fases de sucesión ecológica del ecosistema.

Sin embargo, con frecuencia no es suficiente tener la especie. Algunas especies tienen áreas de distribución muy amplias en el mundo, y forman, en regiones geográficas distintas, poblaciones genéticamente muy diferentes unas de otras. A la hora de repoblar un área, por tanto, no solo es relevante hacerlo con especies propias de esa región, sino que además debe efectuarse con individuos que pertenezcan a la misma población genética, y no a otras.

La importancia de la población genética

En la restauración ecológica en general, y en la repoblación de plantas en particular, el objetivo siempre es crear nuevas poblaciones que conserven el acervo genético regional original y que a la vez mantengan una diversidad genética lo suficientemente amplia que permita la adaptación del ecosistema restaurado a posibles cambios del entorno.

La población genética puede variar de una región a otra, a pesar de pertenecer a la misma especie, debido a diferencias en la presión selectiva a la que se hayan sometido las distintas poblaciones. Cada población está adaptada a las condiciones concretas de su entorno, muy distintas, a veces, del entorno de otras poblaciones conespecíficas.

La restauración de un entorno empleando una población genética distinta a la que existía en el área puede tener consecuencias indeseadas, en varios sentidos.

Por un lado, puede ocurrir que la población empleada para la repoblación no esté bien adaptada al entorno a repoblar, y en consecuencia, la repoblación no tendrá éxito. Esto implicaría no solo una pérdida de recursos —económicos, ecológicos y de tiempo— en una acción abocada al fracaso, sino que el retraso que supone hace que tampoco sea eficiente una futura restauración mejor diseñada y utilizando las poblaciones genéticas originales; pues el tiempo transcurrido desde la perturbación es fácil que provoque una pérdida del suelo que dificulte aún más la tarea de repoblar, o la imposibilite.

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Por otro lado, y en sentido contrario, si la reintroducción resulta exitosa, la nueva población genética de carácter exótico puede tener un éxito desmedido, convertirse en invasora y contaminar el acervo genético de poblaciones vecinas mediante la hibridación.

Así pues, para una correcta restauración ecosistémica, es fundamental emplear individuos pertenecientes a la misma población genética. Pero, en un entorno devastado, es posible que no queden plantas suficientes que produzcan la cantidad de semillas necesarias, o que al haberse diezmado la población, no sea suficiente la diversidad genética resultante. Y es en ese punto donde entran en juego los bancos de germoplasma.

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