No es masivo y viene del palo propio: gente que votó o apoya al gobierno de Alberto Fernández. Pero que tiene críticas, dudas, temores y que lo quiere más aguerrido en el discurso y la gestión. Gente que con buenas razones, que merecen discutirse, dice que al odio no se le gana con buenos modales.

En las últimas semanas un fantasmita recorre las redes sociales del palo propio y a una parte menor del periodismo propio. No es de asustar mucho el fantasma. Por lo cual, por ahora, no merece ni que lo echemos a patadas, ni que levantemos crucifijos, ni tampoco amerita una indiferencia total. El fantasma, dicho muy resumidamente, es el de un cuestionamiento minoritario pero quizá creciente en torno de la eventual blandura de su excelencia, el presidente de la Nación, compañero Don Alberto Ángel Fernández, a quien aquí solemos llamar Persuadeitor. Por aquello de decir y aparentemente confiar en que el diálogo civilizado y el arte de la persuasión nos llevará a mundos mejores, superando los odios.

Para espoilear un poco esta nota: hay quienes convocan a asumir, o reivindicar o emplear a favor otro fantasma, el fantasma del odio, el odio propio contra el de los malos que para nosotros son -y no cabe duda- los villanos de verdad.

Primera aclaración. Estamos hablando de un cuestionamiento naciente entre minorías sociales levemente radicalizadas para lo que es el estado general de las cosas; minorías como las que leen Socompa. No hablamos de las derechas y menos del misterio general y tornadizo de la opinión pública, con sus complejas pertenencias por género, estrato social, geografías, zonas etáreas y nivel de educación.

Hay quienes vienen reprochando a Alberto y a su gobierno una (breve) cantidad de asuntos variados. Vamos a tratar de resumirlos.

El primero ya está dicho: Alberto se está pasando de blando o de dialoguista. No responde con la dureza necesaria cuando las circunstancias lo ameritan. Cede. Hace anuncios que nos gustan pero que no se terminan de concretar: Vicentin, temor al cierre de una negociación de la deuda que termine mal y nos empobrezca, impuesto que no es impuesto y que suena a poco a las grandes fortunas, reforma judicial y algún que otro etcétera. Nadie de los que hacen estos cuestionamientos cuestiona el manejo de la pandemia. Pero sí se teme que se ceda también en eso porque la presión mediática y social es muy difícil de manejar. La cuarentena se está poniendo densa y hay que bancar los trapos.

Respecto de este primer punto de la blandura, cito un posteo del poeta y periodista Daniel Freidemberg, preguntando (mejor que decir es preguntar) algo así como si el gobierno no puede hacer otra cosa que poner la otra mejilla cada vez que saltan los odiadores para cometer las barbaridades que conocemos. Freidemberg escribió: “Con dar la otra mejilla, en todo caso, no alcanza”. El que escribe acuerda con esa frase. Daniel también citó una frase de un posteo de Néstor Borri (santafesino, cristiano y militante comprometido, CTA): “Dejemos de considerarnos el tonto bien moral y seamos la aguerrida bondad política”. Algo muy parecido o pariente escribió en Socompa hace pocos días Daniel Cecchini. Alerta spoiler: si no nos enredamos con la escritura, vamos a dialogar con lo que publicó el segundo Daniel, cuya parrila en Villa Elisa envidiamos un poco.

Otra crítica, la típica comunicacional. Alberto no puede seguir siendo el vocero central de sí mismo, se va a desgastar en esa tarea. Alberto necesita otros voceros y potentes. Eso reclama entre otros el consultor Raúl Timerman: que salgan los ministros a hablar. Aníbal Fernández más que sugirió que algunos volantes del equipo de Alberto no quieren recibir la pelota, buena metáfora, muy Aníbal. La frase exacta es “Pidan la pelota, loco, no se escondan”. Esa frase inicia una muy buena nota de Gaby Pepe en La Letra P que se puede leer acá.

Relacionado a Aníbal Fernández y a las comparaciones que “siempre son odiosas”, emerge una cuarta crítica, mucho menos visible en las redes. La crítica en leve ascenso es al muy bonito Santiago Cafiero, segundo vocero del gobierno. Es como que resulta muy buen tipo, pero es como que replicara la blandura presunta de AF. Le estaría faltando un touch de dureza y algo más que un touch de carisma y potencia discursiva. Dirían las abuelas: le falta un golpe de horno.

El mix ideal, se busca

Paréntesis: acá empiezan los problemas, los problemas de equilibrio, de sintonía justa o sintonía fina. Detengámonos en la (injusta) comparación entre Aníbal Fernández y Santiago Cafiero. Para el absoluto capricho personal de quien escribe, que no quiere caer en el horrible e imprudente pecado de darle instrucciones a un gobierno que enfrenta un escenario dramático e inaudito, el tono discursivo del gobierno debería merodear una suerte de centro entre el tono cristinista y el albertiano, o mejor más cerca del segundo. Si fuera por la comparación entre Aníbal y Cafiero, el capricho de uno sería así: la potencia, la picardía, el humor y la rapidez de reflejos de Aníbal, sin esa cierta imagen de prepotencia y acelere. Llamémosla muy peligrosamente “prepotencia peronista”. Un mix entre ambos estaría bueno. Pero esto es de una exquisitez inadmisible.

A esta altura del texto estamos hablando -otra vez peligrosamente- apenas de discurso y no de gestión. Eso está mal. Porque -al menos en teoría- no hay mejor discurso que la buena política y la buena gestión (es allí cuando se ganan elecciones contra la hegemonía mediática). El gobierno, hoy, está casi impedido de hacer ese despliegue de buena política y buena gestión por el cruce maldito de herencia recibida, deuda y pandemia. O en todo caso el despliegue es virtuoso pero limitado: recursos para la salud y el combate contra el COVID-19, recursos que no se tienen para la emergencia social (comedores, investigación, IFE, créditos, etc. y se supone que próximamente obra pública y construcción de viviendas en las barriadas más necesitadas).

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Hecha la salvedad, volvemos a asuntos político-comunicacionales.

Ejemplo: el ruidazo al que lánguidamente se autoconvocó para el jueves pasado, 9 de julio, desde bases sociales que apoyan al gobierno y que quedó colgado de la palmera. Muchos teníamos ganas de expresar nuestra bronca contra la derecha y en defensa del gobierno (WARNING: esto es pura expresión personal, Socompa es diverso) y no pudimos hacerlo. Organizaciones kirchneristas o del Frente de Todos llamaron a no hacer el ruidazo. Dijeron “No hay ninguna convocatoria oficial”, “No nos prestemos a convocatorias anónimas que pueden dar (SIC: lugar) a confusión”, “Los únicos que convocan el 9 de julio son lxs gorilxs!”.

Al que escribe, ese juego entre la épica impostada contra “lxs gorilxs” (para colmo en lenguaje inclusivo) y el cierto llamado a silencio no le cayó muy bien. Se comprenden la prudencia y el deseo de no confundir ruidazos de un lado y del otro. Pero hay varios problemas: “qué otra cosa se puede hacer además de poner la otra mejilla”, cómo poder expresar del modo más visible lo que queramos expresar, qué representatividad tienen las organizaciones oficiales kirchneristas, cristinistas o frentedetodistas para llamarnos a silencio a los sueltos (que somos bocha), qué orfandad de representación tenemos los que no pertenecemos a ninguna orgánica, qué se hace desde el variopinto Frente de Todos en relación con la organización popular, la lucha, la pelea política, qué orfandades organizacionales y territoriales heredamos desde los primerísimos tiempos del kirchnerismo. Todo esto, en cuarentena, sin poder salir a las calles, se hace pesadito. Y para colmo la oferta general de Netflix es una porquería.

Estamos llenos de bronca contra las derechas -suspendemos por unos párrafos la palabra odio- y no tenemos cómo expresarlo, en cuarentena. ¡Eso es angustia, runners! ¡Háganse de abajo!

Un levísimo aroma a Frepaso

Retomamos tema blandura. Blandura eventual, opinable.

Gabinete de Alberto Fernández. Es un buen gabinete, lindo gabinete, y con bastante presencia de mujeres y con mujeres capas. Pero hagamos el siguiente ejercicio. Supongamos que lo vemos desde un grado cero al gabinete, de otro modo, de un vistazo general y como si fuera la primera vez. Si hacemos ese ejercicio y nos enyoguizamos o endrogamos podríamos decir que no solo Alberto sino también el gabiente tienen algo, solo algo, de correctísimo progresismo Frepaso, de un buen Frepaso y de buenos técnicos en cada materia, en algunos casos un poco ayunos de potencia discursiva. Dicho esto sin ironía ni rencores contra el Frepaso. Ni contra el concepto de progresismo, respecto del cual ya dijimos alguna vez en Socompa que debería ser revisado sin el desdén dejado por la experiencia frepasista. Sin olvidar tampoco los límites de aquella pésima ocurrencia o experiencia (pero buena parte de la sociedad lo pedía) de haber mezclado Frepaso y De la Rúa+Grupo Sushi (recordemos de paso qué preciosa evolución tuvieron sushis como Lopérfido y Lombardi).

Esto que sigue es solo un ejercicio de aproximación. Supongamos que hay algo de aroma a Frepaso (es una metáfora, no una aseveración): ¿hay lugar para un estilo/ miniespacio Frepaso en la Argentina engrietada? El kirchnerismo más “peronista radicalizado” detesta el aroma a Frepaso, prefiere el bombo. Paradoja que un poco le funcionó: el macrismo se reivindicaba progresista. El sosiego discursivo de Alberto Fernández, que se reclama también progresista, cierto institucionalismo que por supuesto la derecha niega, cierta moderación, todos rasgos que el que escribe festejó y apoyó acá en Socompa, ¿llegaron a algún tipo de límite? ¿Se pueden combatir los titulares de Clarín y La Nación tras los rutinarios bocinazos del juevees pasado -“BANDERAZO CONTRA EL GOBIERNO”- con modos frepasianos? Que no lo son, pero estamos tratando de metaforizar, quizá de modo desgraciado o fracasando en el intento.

Contra el fantasma de las primeras críticas por izquierda y del mismo palo al gobierno de AF, salió Jorge Alemán a decir algo que comparto y luego dudo. Se trata, escribió Alemán, de “lo que veo desencadenarse en el mundo (…) lo que veo que se prepara en la nueva derecha argentina”. “No entiendo el desdén -dijo Alemán-, la ambivalencia, el permanente pedido de cuentas con el que algunos sectores ‘progresistas’ tratan al Presidente de Argentina”. Es muy curioso, en la confusión general, que Alemán hable de que los críticos pertenezcan a “sectores progresistas”. El que escribe los ve en otro lado, más peruco-kirchneristas, o con antiguas extracciones de izquierda.

En esta discusión casi que se impone en primer plano una cuestión que es emocional. Cómo no ponerse emocional ante la brutalidad y la violencia de nuestras derechas o la pura locura de las marchas “por la libertad”. Cómo no ponerse emocional si por la mañana del 9 de julio el Presidente sale a sosegar odio y por la tarde los odios salen a gritar a la calle.

Ahora sí, vamos al odio.

¿El amor vence a lo qué?

Decíamos que hace pocos días Daniel Cecchini escribió sobre el odio acá.

Justo -o como siempre- el que escribe estaba dándole vueltas al asunto. Odiando por su cuenta, hay que reconocer, porque acá en Socompa te contamos todo. De modo que la nota del compañero Cecchini me sirvió para seguir dándole -como siempre- más vueltas al asunto.

Daniel ya venía diciendo en Facebook, repetidas veces, que la frasecita de CFK “El amor vence al odio” es más o menos una pelotudez. Vista la Historia Universal de la Humanidad, parece que tiene razón. O por ahí es un empate, o un partido chivo.

Daniel -y muchos otros, muy razonablemente- da a entender, o interpreto, que sin odio, odio que es natural, no tenemos la fuerza emocional y política para enfrentar a las bestias. Sugiere también que la frasecita “El amor vence al odio” tiene algo de “pensamiento dentro del sistema”.

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A la vez, hace pocos días, Alejandro Grimson -que como Jorge Alemán ya es algo así parecido a un intelectual orgánico- dijo que nuestro odio sería la victoria de los horribles y acaso dijo que lo mejor sería neutralizar ese odio, disolverlo, esterilizarlo (no recuerdo ya si dijo exactamente eso pero en todo caso  lo escribo así). Ustedes perdonen, me van a cagar a trompadas, pero eso también me parece bien, por presuntamente contradictorio que suene.

No es casualidad que desde los años macristas en este lugar se haya escrito muchísimo sobre el odio y sus generales al mando. Hemos dicho -poniéndonos algo new age, qué vergüenza- que hay una parte muy jodida del odio que es aquella que literalmente nos enferma. Hemos escrito que nos jode profundamente que el macrismo nos haya convertido en odiadiores, pero odiadores mal, amargados, tristes, muy tristes y angustiados. Siendo que eso venía así desde antes del macrismo, el odio en cuarentena es un peligro para nuestras almas y el alma de la sociedad, suponiendo que la sociedad no sea una desalmada.

“El amor vence al odio” es de lo más hippón que haya dicho CFK, o de lo más naif si uno quiere ponerse en machito. A la vez es una frase (relativamente) llamativa porque viene, diría Majul, de Ella, Maléfica, que es tan calculadora, tan mala, tan racional, tan presuntamente difícil con los registros afectivos suaves, mimosos, no otros registros emocionales.

Y sí, como escribió Cecchini, en la frase parece resonar una especie de ingenuidad. Y sí, al mismo tiempo, oh paradoja, es imposible creer en algún tipo de ingenuidad política de CFK. Limitaciones si quieren, algún capricho, vehemencia, reformismo y no revolución, pero no ingenuidad.

El giro albertiano que no es copernicano

Se podría decir que Alberto de alguna manera intenta darle una vuelta de tuerca a la frase del amor y el odio, lo hizo desde el arranque de la campaña electoral.

Su apuesta sería, dicho más o menos en joda: mi suavidad en los tonos vencerá al odio. Venceremos, venceremos, al fascismo sabremos vencer.

Es evidente que no hay que hacer una interpretación políticamente literal de esa remake de la frase. Alberto (como Cristina) jamás sería tan pelotudo de creer -supone uno- que al poder financiero, económico, al Grupo Clarín, a La Nación, al “macrismo residual”, los va a persuadir solo apelando a buenos tonos. Sí puede interpretarse que de verdad aspira a superar la grieta (por ideales y por práctica política, también por gobernabilidad), a construir un puente bien por encima de los así llamados odiadores seriales, dirigiéndose él solito a la sociedad.

Flor de experimento social es ese, que pasaría por encima de las -redundacia- mediaciones mediáticas. Flor de desafío con destino incierto. Si es por instantáneas, si es por las marchas odiadoras rutinarias, luego amplificadas por los sistemas mediáticos, uno podría decir que cada vez que aplica la suavidad se lo garchan de parado y a bocinazos en los alrededores del obelisco. Con lo cual alguno podrá creer -instantánea en mano, angustiado por lo que ve en la tele- que AF queda en un off-side ridículo. Un integrante de la familia Ingalls versus la Gestapo.

Pero eso no es exactamente así, esa es la foto. Repetida pero foto. La noticia de cada día que nos hace odiar y nos deja hechos polvo. Dejando la foto a un lado, y aunque viene siendo limado y sufrió un cierto descenso de imagen en las encuestas, a Alberto Fernández le fue muy bien con el estilo Persuadeitor. Podrán decir algunos que “los votos eran de Cristina” pero eso no es tan así y el tipo -¡¡¡milagro!!!- desde que asumió, peleando contra crisis económica y pandemia se mantiene entero (pronóstico reservado, por supuesto). De ahí, muchaches, de ese permanecer entero, viene la furia de las derechas, los locos y sus banderazos.

Estamos entonces sin querer llegando a una conclusión provisoria: ¿le fue tan mal con la blandura presunta a Alberto y su gobierno? Lo que no quita la pregunta ya planteada: ¿la blandura presunta está llegando a algún límite de utilidad política?

Otro modo de decirlo es este: con la así llamada (o mal llamada) blandura las cosas no van tan mal como literalmente deberían ir dado el casi fin del mundo que atravesamos. Si lo peor de la derecha sale tan con los tapones de punta es por su miedo. Miedo y resentimiento ante el resultado que dejó la pésima gestión macrista y su impronta en la sociedad, miedo a la ausencia de un Cambiemos renovado que por ahora no recrea su representación político-cultural, miedo a las internas cambiemitas, y, sobre todo, miedo a que AF salga bien parado tanto de la pandemia como de la negociación de la deuda. Si así fuera, lo que fuera que vaya a ser Juntos por el Cambio la tendría muy difícil en las próximas elecciones. Oremos por ello, amén.

Un odio más y no jodemos más

Volvemos a la discusión sobre el odio. En la nota citada Daniel Cecchini plantea una pregunta útil: “Si amás, ¿cómo podés no odiar al que oprime, explota, mata a quien amás?”.

Viene bien hacer de nuevo esa pregunta, tan sencillamente humana. Con una leve objeción o complemento: una cosa es el asunto de que ese odio esté en la naturaleza humana y otra distinta es qué hacer políticamente con eso, suponiendo claro que la Razón exista.

Así como Alberto dice “No me van a hacer pelear con Cristina” esto no se escribe para pelear con Daniel, ¿o acaso no hacemos Socompa juntos, para charlar? Ahora bien, en su nota Daniel tilda a Alberto  -agarrame que le pego- de “socialdemócrata”. Y dice que “sus ‘amigos’ -Horacio, la SRA, la burocracia sindical- se lo van a morfar cuando esté a punto. Y en eso nos van a morfar a todos”. Puede ser, puede suceder. Luego escribe, y escribe bonito: “El tibio gobierno sigue amando para vencer al odio. Negando que la diferencia no se resuelve con amor sino con lucha, negando que esa negación es su propia muerte”.

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Y buéh, acá discrepo y la discrepancia tiene que ver con la formación política de ambos o nuestras historias o biografías. Uno más zurdo, en principio, y el otro siempre dudando, caracho. Pero en algo estamos de acuerdo -y cansamos en Facebook al respecto-: si es por responder al odio con los odiosos, inútiles, reiteradísmos y a veces muy violentos adjetivos con que el Gato Sylvestre responde a los “anticuarentena” y “los medios macristas”, no vamos a ninguna parte, salvo a satisfacer nuestras santas indignaciones. Vos puteás y reitereás, Gato, y solo nos hablás a los que pensamos parecido. Para colmo, parte de la programación de C5N se anda medio sylvestreando, repitiendo las trampas del oficialismo bobo y endogámico.

Oficialismo inteligente o crítico -si se lo puede llamar así- es el que practicó Alfredo Zaiat en su muy buena columna del domingo pasado en Página/12 (son pocas las firmas del diario que gozan de ese derecho). El disparador de la columna fue la gente que convocó y rodeó a AF en su discurso por el día de la Independencia: gobernadores, algún pope sindical y fundamentalmente empresarios del poder concentrado. Básicamente lo que escribió Zaiat es que de esos empresarios no se puede esperar nada dado su conocido comportamiento histórico. Que interpelarlos es una ilusión. Que esos capos son responsables de la extranjerización y financierización de la economía, fugadores, vividores del Estado, extorsionadores. De alguna manera Zaiat pide en esa nota: “Para el otro lado, Alberto”.

Horacio Verbitsky escribió algo similar en relación con las ausencias del acto del 9 de julio. Ambos, a la vez, no hicieron mención, seguramente por falta de espacio, al hecho de que el Presidente se reúne también con otros sujetos políticos y sectores sociales, puede que no con la sismaticidad que se desearía (CTA, movimientos sociales, los sindicatos que resistieron al macrismo). Hay proyectos y prácticas del Gobierno que están ligados a esos sectores. Una de las figuras que articulan ese activismo estatal es Daniel Arroyo. Cuánto avancen esas prácticas y proyectos tiene que ver con los muchos interrogantes abiertos a futuro y sujetos a pandemia.

La nota de Zaiat tuvo un plus más que sugestivo. La reposteó, llenando a la nota de elogios CFK. La primera interpretación del que escribe es que ése fue un modo de interpelar al Gobierno, hacer sentar su propia posición. De lo que surge una pregunta conocida: ¿es bueno que CFK exprese públicamente y por las redes algún tipo de diferenciación o marca propia? ¿Podría suceder por eso que salte a la yugular el enésimo titular que diga “Cristina le marca la cancha a Alberto Fernández”? ¿Eso importa? ¿Es oportuno? Hace algunas semanas esta web publicó una nota sobre la necesidad de redevolverle el derecho a la palabra a Cristina (“La vicepresidenta prohibida”), derecho que los medios (y no solo los medios) de algún modo le amputan. O la reinventan todos los días, siempre pegándole. ¿Cristina sería uno de esos voceros potentes que el Gobierno necesita? La nota se inclinaba a decir que sí, si sosegara un poco los tonos. De todas maneras, diga lo que diga y haga lo que haga, le seguirán pegando. La nota es ésta.

El horror de este mundo

Ahora vuelvo al punto de coincidencia con Jorge Alemán, quien además, supongo, está sensibilizado por las cosas políticamente horribles que vienen sucediendo en España (mucho facho en ascenso y con alto reflejo electoral) y en el resto del mundo. Quiero decir: para el mundo realmente existente tener un “socialdemócrata” real (supongamos: lo mejor del ya viejo modelo escandinavo y un par de años de Alemania Occidental) sería para mí algo positivo, no tibio, siendo que el mundo camina a la disgregación y la impotencia, a la disolución del Estado, al caos, a la aventura suicida, a la ignorancia, el terraplanismo, los fanatismos, a nuevos modos de fascismo. Todas cosas que la pandemia ayudó a desnudar (a desnudar para los que piensan como uno).

Foto: Sandra Cartasso.

El odio, el odio. El horror, el horror de este mundo. Será porque hay en el aire una sensación de fin del mundo que a uno se le erizan las sensibilidades. Uno, en este contexto de mundo en caos, de Trumps, Bolsonaros y sociedades brutalizadas que no saben lo que quieren pero lo quieren ya, al asunto del odio le tiene un cierto cagazo. Era hora de confesar tamaña cobardía. Manéjese con cuidado al odio. Lo dijo el actor Will Smith en relación con las marchas contra el racismo tras el asesinato de George Floyd. No sea cosa de que el odio se nos dispare mal, se nos ponga muy loquito, se siga retroalimentando, se haga incontrolable, se maneje, controle y direccione por derecha o ultraderecha, que es la que maneja los modos de extorsionar, fugar divisas, hacer puré las economías, además de controlar los fierros mediáticos y los fierros de fierro. Viendo al mundo real tan enfermito, de veras, le temo a un combate masivo entre odiadores que nos paralice como sociedad, que nos dañe aún más y que eventualmente nos destruya.

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