“El principal desafío que tenemos en Ucrania es que nuestros niños recuperen la sonrisa que les arrebató la guerra y darles un poco de esperanza”.

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De esa manera, sin zigzagueos discursivos, Katerina Maliuta-Osaulova, secretaria internacional de la Unión de Trabajadores de Educación y Ciencia de Ucrania, describió la catástrofe humanitaria que castiga a su país desde la invasión militar rusa y planteó la prioridad que –desde su perspectiva– deberían considerar quienes conducen el destino colectivo de los ucranianos para que el trance devastador no les aniquile las ilusiones de manera irremediable.

Lo hizo durante su intervención en la 12ª Cumbre Internacional de la Profesión Docente, que concluyó el viernes último en Valencia, España, y en la que participó de manera virtual.

El congreso fue organizado por el Ministerio de Educación y Formación Profesional español, por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde) y por la Federación Internacional de Sindicatos de la Educación.

La cita contó con delegaciones oficiales de 16 países y con más de 200 observadores en representación de organizaciones gremiales, de directivos de instituciones educativas, de padres y de centros de estudiantes.

Estímulo

“La educación es un componente integral de la sociedad ucraniana y da algo de esperanza a nuestra gente”, indicó la dirigente gremial. “Así, teniendo en cuenta que muchas familias están mostrando una tendencia incipiente a regresar a sus hogares, debemos volver a ofrecer educación a esos niños”, razonó.

Maliuta-Osaulova aseguró que los docentes ucranianos “han demostrado su resiliencia para seguir trabajando en condiciones terribles, incluso impartiendo clases por teléfono”. Y completó la idea: “Todos los escolares, incluidos los desplazados y los refugiados, tienen que continuar su educación y debemos ofrecerles la oportunidad de sostener sus ilusiones y progresos académicos”.

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En el mismo ámbito, a su turno –también de manera virtual–, el ministro de Educación y Ciencia de Ucrania, Andrii Vitrenko, explicó cómo la guerra afectó al sistema educativo. “Aunque se intenta reanudar el proceso de enseñanza en los distintos niveles, la seguridad de los docentes y de los alumnos ocupa el primer lugar en el orden de prioridades”, destacó.

El funcionario aseguró, asimismo, que “algunas instituciones han podido reanudar las clases gracias al esfuerzo de los docentes, pero muchos estudiantes han abandonado sus hogares y por esa razón hay que proporcionarles no sólo educación, sino también cobijo y alimento en las escuelas de las regiones más seguras”.

De vuelta a clases

Según Omar Abdi, subdirector ejecutivo del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), a mediados de marzo, más de 15 mil escuelas reanudaron las clases en Ucrania, la mayoría con la modalidad a distancia y otras combinando presencialidad y virtualidad. El comisionado estimó que unos 3,7 millones de niños y niñas usan la opción a distancia en Ucrania y en el extranjero. No obstante, reconoció que la educación en el país enfrenta “enormes obstáculos”, tales como disponibilidad de centros, escasez de recursos, barreras lingüísticas y desplazamiento de los alumnos y sus familias.

Abdi dijo que la guerra en Ucrania es una “crisis de los derechos de los niños”.

La Fiscalía General de Ucrania cifra en 195 la cantidad de niños asesinados en lo que va de la guerra, mientras que unos 250 sufrieron heridas de distinta consideración.

Otros datos nefastos para las infancias ucranianas: desde la incursión de tropas rusas –el 24 de febrero–, más de seis millones de personas huyeron del país para ponerse a salvo del fuego cruzado, según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados (Acnur). Esta agencia especializada estima que la mitad de esos desterrados forzosos son niños.

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Con el mismo propósito, otros ocho millones de personas se desplazaron dentro de Ucrania, según el registro de la Organización Internacional para las Migraciones (OMI). Un tercio de ellas son menores de edad, calcula la OMI.

Como contexto explicativo de las cifras de refugiados y de desplazados, cabe recordar que los hombres de 18 a 60 años tienen prohibido salir del país dado que pueden ser convocados para sumarse a las tropas ucranianas.

Aulas ayer, escombros hoy

Por otro lado, el Ministerio de Educación y Ciencia de Ucrania asegura que al menos 126 instituciones educativas fueron destruidas por completo y que otras 1.509 están dañadas en lo que va del conflicto.

El último ataque a una escuela denunciado por Ucrania ocurrió el 7 de mayo en Bilohorivka, Lugansk (a 721 kilómetros al este de Kiev). La agresión con artillería pesada provocó la muerte a unas 60 personas, entre ellas niños y niñas que se refugiaban en el establecimiento.

Pete Walsh, director de la filial en Ucrania de Save the Children, calificó de “horrible” la noticia y opinó que “las escuelas deberían ser respetadas como espacios seguros e inviolables para los niños y para el personal educativo”.

Por su parte, el representante de Unicef en Ucrania, Murat Sahin, coincidió con el planteo del dirigente de la organización no gubernamental internacional que trabaja por los derechos de la niñez en varios países del mundo.

“En tiempos de crisis, la escuela es esencial para los niños, ya que les proporciona un espacio seguro y una sensación de normalidad en los momentos más difíciles, al tiempo que evita un déficit en el aprendizaje que podría comprometer su futuro”, razonó.

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“La educación también puede salvar la vida de los niños al ayudarlos a tomar conciencia sobre los peligros reales y potenciales que supone una guerra y al ponerlos en contacto con servicios esenciales de apoyo sanitario y psicosocial junto con sus progenitores”, completó la idea.

El actual ciclo lectivo en Ucrania arrancó en septiembre del año pasado en un clima de entusiasmo por el regreso de la actividad presencial a las aulas tras dos años de clases a distancia debido a la pandemia de Covid-19. De no mediar un prodigio inmediato y extraordinario, concluirá a fines de mayo en una atmósfera contaminada por el dolor y la muerte a causa de la guerra que –como denunció Maliuta-Osaulova– les arrebató la sonrisa a los niños y a las niñas y amenaza con despojarlos también de esperanza.

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