El neutrino ya tenía su certificado de nacimiento ¿pero cuáles eran sus propiedades? No tenía carga eléctrica, algo evidente, y casi no interaccionaba con la materia. De hecho, Cowan y Reines tuvieron que usar un reactor nuclear que emitía 50 billones de neutrinos por segundo y por centímetro cuadrado y dos tanques de agua de 500 litros con 50 kilos de cloruro de cadmio disueltos en ellos para poder detectarlo. ¿Era posible que algo así de singular tuviera masa? Ésa era la pregunta del millón.

En 1967 un físico-químico llamado Raymond Davis decidió estudiar los neutrinos que se originan en el interior del Sol. Por entonces ya se conocía bastante bien cómo lucía el Sol; es el Modelo Solar Estándar. Debido a las reacciones nucleares de fusión, cada vez que cuatro núcleos de hidrógeno se convierten en uno de helio se producen dos neutrinos, que inmediatamente escapan al espacio. Davis disponía de una enorme cantidad de neutrinos: el Sol produce más de 200 billones de billones de billones de ellos cada segundo. El problema era cómo atraparlos, pues son capaces de atravesar un muro de plomo de varios cientos de miles de millones de kilómetros de espesor como si fuera aire. O dicho de otro modo: de los neutrinos provenientes del Sol sólo detectamos uno de cada 5.000 millones… ¡una vez que han atravesado la Tierra!

Semejante dificultad obligó a Davis a tomar dos decisiones. La primera, utilizar un detector muy grande. Davis llenó un tanque con 600 toneladas de percloroetileno, un compuesto que se usa en la limpieza en seco. La segunda, enterrar el detector bajo toneladas de roca y, de esta forma, blindarlo para que nada lo perturbe porque del espacio exterior nos llegan los rayos cósmicos, que producen un molesto ruido de fondo en el detector y enmascaran la detección de los neutrinos. Pero lo que no podía esperar Davis es que su experimento solo detectara la tercera parte de los neutrinos que predecía el Modelo Solar. ¿Había hecho algo mal? ¿O estaba mal la teoría? Así nació lo que se conoce desde entonces como ‘el problema de los neutrinos solares’.

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Davis no sabía que tenía la solución a mano desde mucho antes de que apareciera este enigma. La había proporcionado en 1957 un físico italiano llamado Bruno Pontecorvo, que siete años antes había desertado a la Unión Soviética. De una intuición física incomparable, predijo que había diferentes tipos de neutrinos, según la partícula a la que estuvieran asociados (hay tres tipos: el neutrino electrónico, el muónico y el tauónico) y que pueden cambiar de traje y convertirse en otro, un fenómeno conocido como la oscilación del neutrino.

En el interior del Sol las reacciones nucleares producen neutrinos electrónicos y el equipo de Davis solo detectaba ese tipo. ¿Pero y si durante su camino a la mina cambiaban, convirtiéndose en alguno de los otros dos? De este modo se salvaba el Modelo Solar y se resolvía el problema de la escasez de neutrinos. El único ‘pero’ era que introducía un problema: para que los neutrinos oscilen deben tener masa (de hecho, lo hacen con una frecuencia que es proporcional a su masa) y el Modelo Estándar de la física de partículas dice que no la tienen. O sea que no hemos resuelto el problema, sino que lo hemos colocado en otro sitio.

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