Por qué los askenazí son tan inteligentes

Entre los años 800 a 1700 en Europa se les prohibió dedicarse a los trabajos habituales, como el artesano, agrícola o ganadero. La única salida que tuvieron fue dedicarse a empleos emergentes que exigían cierto nivel intelectual: el comercio y las finanzas. Según Harpending, aquellos que trabajaron más y mejor pudieron tener más hijos y, debido a la histórica endogamia judía, sus genes pasaron en mayor cantidad al pool genético de esta etnia. Harpending también apunta que algo similar puede haber pasado en otros grupos, como los Parsis, persas que hace un milenio huyeron de la opresión religiosa musulmana y se instalaron en la India. Al igual que los asquenazí, su número es muy reducido (se estima que ronda los 100 000 individuos) pero es la etnia que ha hecho mayor número de contribuciones relevantes a la historia y el desarrollo de la India. Claro que en la base de todo este razonamiento existe una petición de principio que no justifican: ¿hasta qué punto está la inteligencia –o al menos lo que mide el cociente intelectual- ligada a los genes?

Para estos antropólogos el ritmo de cambio en el genoma humano se ha incrementado en los últimos milenios. ¿Cuál es la causa de que sigamos evolucionando? El descubrimiento de la agricultura y la ganadería. Este hecho nos convirtió en sedentarios y abandonamos las prácticas recolectoras y cazadoras que habían caracterizado a la especie y sus antepasados desde que surgieron en África. Como consecuencia del almacenamiento de comida se produjo un aumento de la población lo que llevó de la mano un aumento en la incidencia de enfermedades como la viruela o la malaria. “En particular –apunta el antropólogo John Hawks- la malaria tiene 35 000 años de edad y su forma más virulenta tan solo 5 000”. Y en ese corto espacio de tiempo “la gente del África Subsahariana, donde es endémica, ya ha desarrollado 25 nuevos genes que la protegen contra la malaria, incluyendo el grupo sanguíneo Duffy”. Para Hawks esto es un indicio de evolución acelerada.

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Intolerancia a la lactosa y evolución acelerada

Otro ejemplo de ese cambio genético motivado por la nueva forma de vida lo tenemos entre los adultos noreuropeos, donde la intolerancia a la lactosa es una afección rara, un 5%. Un porcentaje que contrasta con el 98% entre los adultos del sudeste asiático, el 71% en Sicilia o el 74% de las comunidades rurales mexicanas (en España es del 15% que contrasta con Portugal, el 35%). Este cambio genético que permite a los adultos beber leche, y cuyo origen se encuentra en Escandinavia y norte de Europa, sucedió hace unos 8.000 años. Esta mutación se fue extendiendo pues, en situaciones de hambruna –y no olvidemos que el último periodo glacial terminó hace 10 000 años-, poder alimentarse de leche era una ventaja: de una vaca se extraen más calorías ordeñándola que comiéndola.

Para Cochran y Harpending los cambios dramáticos que descubrimos en el desarrollo de la cultura humana hace 30-40 000 años, como la pintura, la escultura o las nuevas y depuradas técnicas de creación de herramientas, fueron debidos a un cambio en el genoma humano que nos llevó a un cerebro más creativo e inventivo. John Hawks, antropólogo de la Universidad de Wisconsin en Madison, afirma que “me sorprende cómo biólogos de primera línea puedan mirar el registro fósil y concluir que la evolución humana se haya paralizado hace 50 000 años”. Incluso ahora hay diferencias que cualquier antropólogo forense observa: “en los europeos el pómulo se inclina hacia atrás, las cuencas de los ojos adquieren la forma de las gafas de un aviador y poseen un puente nasal alto, mientras que en los asiáticos los pómulos tienden a salir hacia adelante, sus órbitas oculares son más redondas y su puente nasal es bajo”, añade. Para Hawks resulta evidente que en la actualidad la evolución del ser humano está acelerada y para justificar esta hipótesis alude al trabajo que Bruce Lahn publicó en la revista Science en 2005. Un gen relacionado con el tamaño del cerebro, el ASPM, presenta una variante que habiendo aparecido hace 5.800 años ya se encuentra en el 30% de la población. Ninguno de los dos científicos deja de hacer notar que su debut ‘curiosamente’ coincide con el inicio de la civilización en Mesopotamia.

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Un nuevo impulso a la idea de evolución acelerada lo dio en 2007 el grupo liderado por Robert K. Moyzis de la Universidad de California en Irvine y Henry C. Harpending. En artículo publicado en la prestigiosa Proceedings of the National Academy of Sciences afirmaban haber descubierto que alrededor del 7% de nuestros genes llevan la marca de la selección natural, la mayoría posterior a hace 40 000 años. Simulaciones por ordenador muestran que si el ritmo evolutivo actual hubiera sido constante desde hace 6 millones de años, cuando el ser humano se separó del chimpancé, la diferencia entre ambas especies sería 160 veces mayor de lo que es en la actualidad. «Nuestro ambiente y las habilidades que necesitamos para sobrevivir en él están cambiando más rápido de lo que habíamos imaginado», apunta Lahn. “¿Cuál es nuestro ambiente sino la cultura?” se pregunta Moyzis, “Cuanto más rápido alteramos nuestros hábitats, más deprisa debemos adaptarnos a ellos”. Sin embargo, todas estas investigaciones no son más que indicios. 

Referencias:

Cochran, G., Hardy, J., & Harpending, H. (2006). Natural history of Ashkenazi intelligence. Journal of Biosocial Science, 38, 659-693. doi:10.1017/S0021932005027069

Cochran, G., Harpending, H. (2009).  The 10 000 year explosion, Basic Books

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