“De qué causas nace o pende el amor?, se pregunta Feijoo. Este autor mantenía que las pasiones eran el producto de una relación contingente entre el alma, la carne y el mundo exterior. En su modelo fisiológico se excluía por completo la posibilidad de saber si dos personas encajarían la una con la otra hasta el preciso momento de su encuentro físico.

“Mi interés en la exploración de las ideas de Feijoo es doble”, dice Elena Serrano, autora del estudio. Por un lado “podría decirse que fue el pensador más influyente del siglo XVIII en el mundo hispano” y, por otro, “su modelo fisiológico consideraba a hombres y mujeres como intelectuales iguales, con importantes consecuencias para sus puntos de vista sobre el emparejamiento”. Feijoo comenzó a publicar sus escritos con 50 años para combatir las “opiniones filosóficas erróneas”. Tuvo una gran capacidad para exponer “cuestiones difíciles en un lenguaje sencillo”, con las que “alentaba a los laicos a pensar”. El segundo aspecto señalado por Serrano es que defendió lo que “podríamos llamar una fisiología feminista […] en las que los cuerpos femeninos no se ven como copias inferiores o imperfectas de los masculinos”. En realidad son tres cuestiones de una actualidad verdaderamente rabiosa: escepticismo, divulgación y feminismo.

Feijoo defendía algo que no se pone hoy en duda, excepto en algunas cultura o países: “la única manera de lograr matrimonios duraderos era reconocer primero que no había diferencias en el funcionamiento de los cuerpos de hombres y mujeres”.

Al comienzo de su ensayo Teatro cívico universal (1726) Feijoo lanza su “Defensa de las mujeres”, en la que defiende la igualdad intelectual de los sexos. Sus argumentos ya habían sido utilizados en el siglo XVII por escritoras del siglo XVII, como Marie de Gournay, Lucrezia Marinella y María de Zayas y, en general, seguidores de las ideas cartesianas que defendían la independencia de la mente de su sustrato corporal. Serrano señala que “Feijoo no solo se burló del sistema de Huarte, sino también del de Nicolás Malebranche”. Juan Huarte de San Juan (1529-1588) fue un médico español muy reputado, reimpreso en 1702, que defendía diferencias intelectuales por sexos, igual que el filósofo parisino Nicolás Malebranche (1638-1715). En esta defensa, Feijoo pone el acento en que una simple argumentación con palabras no demuestra nada: “Pero lo que yo siento es, que con esos discursos filosóficos todo se puede probar, y nada se prueba. Cada uno filosofa a su modo”.

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“Como contraargumento a estos filósofos masculinos, Feijoo se dirigió a Oliva de Sabuco, autora de la Nueva filosofía de la naturaleza del hombre (1587), que había sido recientemente reeditada”, comenta Serrano en el artículo. Oliva de Sabuco (1562-1646) fue una filósofa española que defendió un enfoque opuesto a la medicina galénica de los cuatro humores. El “reconocimiento de Feijoo a Sabuco tenía connotaciones patrióticas”, aunque lo más importante es que defendió que las ideas médicas alternativas podían defenderse sin suponer una oposición al dogma católico. “Para Feijoo, defender la igualdad de sexos no era solo una cuestión de equidad: aseguraba la armonía social acorde con el catolicismo”.

Por tanto, la idea que respalda el monje español es que el amor puede surgir con igual fuerza en el cuerpo masculino y femenino o, como dice Serrano, “la intensidad de los sentimientos amorosos no era una señal de feminidad”. A menudo, señala Feijoo, se observan hombres que son “dulces, benignos, amables, serviciales, humanos, liberales, deferentes y cariñosos”.

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