Solemos imaginar la muerte de una estrella como un proceso violento y explosivo. Y en algunos casos es así, pues algunas estrellas terminan sus días explotando en forma de supernova, superando en luminosidad por unos instantes a la galaxia de la que forman parte. Sin embargo este final sólo es accesible a las estrellas más masivas y la gran mayoría de estrellas no acabará explotando, sino que tendrá una muerte relativamente más tranquila. Estas estrellas, entre las que se encuentra nuestro Sol, acabarán formando una enana blanca, que consiste en el núcleo estelar que quedó tras expulsar sus capas externas durante su fase de estrella gigante. Estas estrellas brillan por inercia, porque fueron en origen un núcleo a millones de grados de temperatura y seguirán irradiando su energía durante miles de millones de años más. Pero en su interior ya no tienen lugar procesos de fusión nuclear, que son los que mantienen con vida y brillando a las estrellas convencionales. Por esto consideramos, de manera tal vez demasiado poética, que las enanas blancas son estrellas muertas.

Un estudio reciente liderado por J. Farihi, de la University College de Londres, ha descubierto un disco de material orbitando alrededor de una enana blanca de nuestra galaxia. Este disco presenta una cierta estructura y periodicidad en su órbita cuya explicación más simple y plausible sería la presencia de un planeta que estabilizara dicho disco. Este estudió utilizó observaciones realizadas desde el observatorio de La Silla en Chile y en él ha participado una investigadora española de la Universidad de la Laguna, Paula Izquierdo.

Para entender lo significativo del descubrimiento, entendamos antes qué es exactamente una enana blanca. Las estrellas pasan la mayor parte de su vida en lo que se conoce como secuencia principal, fusionando primero hidrógeno y más tarde y si tienen masa suficiente, elementos más pesados. El Sol ahora mismo se encuentra en la mitad de su tiempo en este estado, quedándole entre 4000 y 5000 millones de años restantes. Cuando se agota el hidrógeno, que es el componente principal de todas las estrellas (y del universo en su conjunto, de hecho), se producen cambios en el interior de la estrella. El núcleo se contrae, de forma que aumentan las presiones y temperaturas de esta región, haciendo posible la fusión de helio. Como consecuencia de este aumento de las temperaturas (que alcanzan los millones de grados) las capas externas empiezan a expandirse y enfriarse. Al hacerlo su color irá cambiando desde el amarillento o blanquecino original hacia tonos más anaranjados y rojizos, convirtiéndose en el proceso en una estrella gigante roja.

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