La película 1985 se constituyó en un fenómeno cultural valioso. No puede discutirse sin discutir la reacción de las audiencias. Solo que indagar en esa reacción –según de qué públicos hablemos- es pura hipótesis, de camino al misterio. Aquí se intenta hacer algo al respecto, con dificultades y también con agradecimiento.

Apenas saliendo de la sala del Multiplex –ya escuchados los aplausos tras el alegato final del fiscal Strassera, los del final de la peli, lo que todos vivieron o están viviendo- vimos a una señora muy mayor con bastón y barbijo subiendo penosamente unas escaleras. Le ofrecimos ayuda, la señora agradeció gentil, pero dijo no necesitar la ayuda. Hablamos algo muy leve a favor de la peli. Entonces la señora nos dijo:

-Ahora falta que se haga el mismo reconocimiento al fiscal Nisman.

Como yo iba hacia la calle travestido en modo alfonsinista, republicano y consensuero, le contesté con delicadeza:

-Con todo respeto, señora, yo no creo que al fiscal Nisman lo hayan matado.

Ahí quedó la cosa, en silencio.

Una señora no es una encuesta. Pero todos los que vamos al cine, sobre todo para ver ciertas películas, los que hacemos una suerte de paneo crítico o curioso sobre la reacción de las audiencias –recuerdo al respecto las crónicas de Enrique Raab en La Opinión de Timerman- escaneamos no solo nuestras emociones y reflexiones internas sino las de los otros. Y uno había leído en Facebook y en los diarios que esta peli se convirtió en un fenómeno social más que interesante. Daba para hacer ese escaneo. Adelantamos alguna impotencia.

Las encuestadoras no te hacen el estudio que necesitaríamos sobre las vivencias que atraviesa la gente luego de ver 1985 sino se les garpa. Una pena. Todo lo que nos queda es la observación, la intuición y un enorme margen de misterio. Para discutir 1985 se necesita saber qué pasa con las audiencias. Me habían gustado muchos posteos de Facebook que a su vez me dieron ganas de ir al cine (apenas segunda ida tras la pandemia). Salvo excepciones cuadradas previsibles, en mi mundo de Facebook –que es solo un cachito no representativo de Facebook- casi todos coincidieron no solo en hablar bien de la película, de su humor necesario, de su equilibrio, de las buenas actuaciones, sino de lo necesario que les resultó para su alma y para el alma colectiva. Políticamente se subrayó qué necesaria es 1985, incluyendo una reevaluación histórica del juicio a las Juntas.

¿El momento justo?

La peli –con sus lógicas atadas a Amazon- se estrenó casi a contramano de un momento muy triste y particularísimo: larga frustración con la democracia (como sucede en todo el mundo), desencanto y bronca, empobrecimiento, polarización abominable, discursos de odio, violencia, gritos, fragmentación, el atentado a Cristina. Algo así como los sueños de 1983 y los de Alfonsín –con todas sus limitaciones- hechos añicos, hechos pesadilla.

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Fui a ver la película con una cierta necesidad de reparar el alma. Y con una idéntica, ingenua expectativa de saber si la peli puede ayudar a reparar el alma de otros y del alma colectiva generando mínimas catarsis o reflexiones acerca de la necesidad de bajar cinco cambios, ponernos de acuerdo en reestablecer mínimos modos democráticos, mínimos acuerdos llamémoslos civilizatorios. Menos salvajadas, menos gritos, más contención para todos y más para los que más sufren, un cachito de amabilidad.

La pretensión es ingenua. Me recuerda a las preguntas y respuestas de los 70 a los que se llamaban “cantantes de protesta”. Un Viglietti, un Víctor Jara, un Víctor Heredia, Miguel Cantilo, hasta el Piero jovencito que cantaba no solo “para el pueblo liberación” sino también “es un gran tipo mi viejo, ahora ya camino lento”, cuando su padre apenas tenía 40 años. Era Palito Ortega, el enemigo, contra los otros. Décadas después supimos que Palito (y sus hijos) era un tipo más interesante que la canción Despeinada.

Se discutía. ¿Una canción empuja la revolución? ¿Una canción puede ayudar a salvar al mundo? Y así hasta llegar –dictadura quebrando todo de por medio- a la tardía llegada de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés a la Argentina en los inicios de la democracia. Las líneas de un tema de Silvio: “Compañeros poetas/ tomando en cuenta los últimos sucesos de la poesía, quisiera preguntar/ ¿Qué tipo de armonía se debe usar para hacer…?”. Etc.

Una peli no puede salvar a una sociedad. Y sin embargo vamos al cine con la esperanza de que eso suceda. Nos comemos las uñas para saber, para tratar de entender, para adivinar qué le pasa en el alma a las audiencias “de derecha” tras ver 1985. Todos (casi todos pongamos) parecen emocionarse y todos coincidir en lo audaz, necesario y valioso que fue juzgar a las Juntas. ¿Pero cómo trasladan eso, las audiencias heterogéneas, al presente odioso? ¿Acaso revalorizan los derechos humanos? ¿Se conduelen con las víctimas del terrorismo de Estado pero trasladan o no esa sensibilidad hacia el pobrerío, los movimientos sociales, Milagro Sala? ¿Reevalúan actos represivos como los que acaban de suceder en Villa Mascardi? ¿Qué le pasa en el bocho a un espectador macrista o cambiemita que sea buena persona cuando en la película aparece Estela de Carloto mucho más joven, hoy casi ícono kirchnerista?

Tomando en cuenta los últimos sucesos, en este caso los de la historia contemporánea (Trump, Bolsonaro, Italia, Hungría, xenofobia, Macri, Bullrich, Milei) uno aprendió que en una persona caben mil “irracionalidades” y contradicciones. Es absolutamente verosímil que un espectador del común se emocione con la película y que al mismo tiempo vote y siga votando a Macri. Puede conmoverse con el testimonio de Adriana Calvo, no entender del todo las brutales palabras de Tróccoli (en mi caso lo recordaba bien como radical conservador, buen cuadro político, pero no tan brutal a la hora de hablar de la “subversión apátrida” y a través de eso sostener la teoría de los dos demonios) y sin embargo aprobar la consigna a la Espert: “Al kirchnerismo bala y cárcel”. Ese espectador puede que rechace a los milicos de la Junta sin que necesariamente vea como nefasta a la estampa de Patricia Bullrich uniformada con camouflage militar.

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El alma humana, insondable

Si la pandemia no existe, ni las vacunas. Si Cristina mató a Nisman casi que personalmente y el atentado en su contra no existió. Si todos los pobres son planeros, si las bóvedas en Santa Cruz, si Macri no espió, si los mapuches quieren fundar una república o un reino aborigen en la Patagonia (como sostuvo Lanata con Bullrich en los peligrosísimos años de la RAM), entonces más de un espectador puede conmoverse con 1985, identificarse con Strassera, ver como desde una nube de pedos a las Madres quitándose los pañuelos sin entender del todo qué significó eso y salir del cine, como la señora de nuestro relato, pidiendo la reivindicación de Nisman o represión contra los vagos que cortan las calles.

Todo es pura hipótesis, especulación con intuición, misterio insondable de la condición humana. Quizá el resultado del fenómeno colectivo en que se constituyó 1985 sea más optimista. No lo sé, no lo podemos saber. No hay una consultora trabajando a la salida de los cines, suponiendo que la consultora haga bien las preguntas y las síntesis. Mala pata.

De nuestro lado de la vereda las cosas pintan mejor: no solo y obviamente que más sensibilidad ante el tema en cuestión, sino mayor apertura mental y emocional a lo sucedido en los años alfonsinistas, a la parte más valiosa del gobierno alfonsinista.

La peli

Unas pocas palabras sobre la peli en sí misma y la historia por puras ganas de defenderla y agradecerle. No es un peliculón. No tiene ni pretende tener un gran vuelo artístico. No tiene la potencia dramática –ni se propone- de una película asociable: La historia oficial. Pero es una buena o muy buena peli, muy llevadera, con grandes actuaciones, gran recreación de la Buenos Aires de los 80, muy buen guion y diálogos no solo impecables, argentinísimos, sino excelentemente actuados y dirigidos.

Que el punto de vista y narrativo sea el de la historia de un fiscal gris al que, por un mero hecho administrativo, casi burocrático, le toca asumir un papel crucial de la historia es un hallazgo. Eso más allá de quién fue el verdadero Strassera. Yo lo recuerdo más chato, gruñón sí, pero menos despierto políticamente e intelectualmente que el fiscal interpretado con la conocida eficacia económica de Ricardo Darín. Yo no sé si Strassera, como sucede en la magnífica secuencia con Carlos Somigliana en la que se quedan sin cuadros jurídicos con los que formar el equipo de investigación, decía “facho” y “recontra facho” (enorme actuación de Claudio Da Passano, hijo de María Rosa Gallo, haciendo de Somigliana). No sé si Strassera –al que no se le deja de señalar pacíficamente su silencio en dictadura- era tan progre como para decir “facho” y “recontra facho”, expresiones de progres e izquierdistas. Pero en todo caso esa secuencia y muchas otras expresan la olvidada soledad y debilidad desde la que se impulsaron los Juicios. Organismos de derechos humanos y gobierno en soledades enfrentadas y la sociedad vaya a saber dónde.

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Me tocó laburar en El Porteño y en Página/12 esos años. Recuerdo las columnas escritas de las Madres en la revista y las de Augusto Conte. Recuerdo cómo salimos con los tapones de punta contra el primer intento de Alfonsín de que los militares se (no) juzgaran a sí mismos. Vuelvo a recordar la horrible tibieza, conservadora, del peronismo de entonces. Recuerdo el título de una entrevista de Gerardo Yomal a Freddy Storani en El Porteño cuando se aprobó la Ley del Punto Final: “Voté con náuseas”, declaración que fue levantada por las agencias de entonces.

No olvido nada de eso y a la vez, como tantos, subrayo el golazo político y simbólico de Alfonsín, aunque fuera obligado o impulsado por la inercia de la historia y de fuerzas desatadas, de que el Juicio sucediera, y la primera condena a los jerarcas. Vuelvo a subrayar: el peronismo en la campaña de 1983 diciendo que iba a respetar la autoamnistía de los militares y la segunda oleada de los juicios reimpulsados por el kirchnerismo que no hubiera sido posible sin el primer Juicio.

La película es buena, eficaz, equilibrada, valiosa, bien hecha, necesaria. Bellamente argentina o porteña en su atmósfera, tonos y diálogos. Nos trae a la memoria un buen momento de la historia política argentina como para darnos un cachito de aliento y otro de sosiego.
Es bueno verla, hace bien verla, aunque no cambie al país o al mundo. Aprovecho, si lee esto, para mandarle un abrazo inmenso y un reconocimiento enorme al verdadero Maco Somigliana, remoto compañerito de la UES, eterno perfil bajo.

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