El joven Galileo, de sobrenombre el pendenciero

Y todo porque Galileo era un discutidor profesional. Ya en sus tiempos de estudiante en Pisa era llamado el pendenciero, una ‘cualidad’ que no le abandonó en toda su vida. En 1589, al ser nombrado profesor de la universidad de Pisa, se le comunicó que los miembros de la facultad debía vestir la toga académica. Galileo, profundamente ofendido por imponérsele tal normativa, hizo una vigorosa campaña contra esta exigencia mediante una sátira poética donde se pronunciaba contra la toga y a favor de la desnudez.

Al terminar su contrato de tres años en Pisa, la Universidad de Padua se hizo con él a golpe de talonario. En sus clases enseñaba la astronomía geocéntrica del griego Ptolomeo, algo de lo que él no estaba muy convencido. En 1597 escribió una carta a Kepler donde decía: “No me he atrevido a publicar mis ideas, por temor a encontrar el mismo destino que nuestro maestro Copérnico, quien, habiendo ganado fama inmortal entre unos pocos, entre la gran mayoría solo parece merecer abucheos y escarnio. Me atrevería a dar a conocer mis especulaciones si hubiera muchas personas como vos; pero, puesto que no las hay, siento horror a hacer algo de ese estilo”.

Kepler, tras leer esas líneas, le escribió una carta reprendiéndole: “Con vuestras maneras inteligentes y secretas subrayáis, con vuestro ejemplo, la advertencia de que se debe retroceder ante la ignorancia del mundo… Tened fe Galileo, ¡y, adelante!”

Lo más triste de todo, que revela la naturaleza tremendamente humana de los sabios, es que durante los doce años siguientes a esta exhortación, Galileo ignoró por completo a Kepler. De ello Albert Einstein llegaría a decir: “Siempre me ha dolido pensar que Galileo no reconoció la obra de Kepler”. Todo motivado, muy probablemente, por los sueños de gloria del pisano.

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