Los estilbenos son compuestos fenólicos de bajo peso molecular que se sintetizan en una serie de familias de plantas, entre las que se incluyen Vitaceae, Pinaceae, Myrtaceae, Fagaceae, Liliaceae, Moraceae y Papilionaceae. En alimentos los encontramos en uvas, vino tinto, arándanos, algunos frutos secos, etc. y su síntesis depende de varios factores como la respuesta al estrés ambiental como infección por radiación UV, ataque de patógenos, heridas, etc. De hecho, los estilbenos actúan en las plantas como compuestos antifúngicos, permitiendo a estas defenderse de ataques externos.

A pesar de todo el potencial que poseen los estilbenos —se les atribuyen efectos antimicrobiano, antiviral, antioxidante, anticancerígeno, cardioprotector, antiinflamatorio, antidiabético, neuroprotector, inmunológico, etc.—, estas moléculas presentan una serie de inconvenientes para su uso como ingredientes de alimentos funcionales. Entre ellos destaca su baja solubilidad —lo que dificulta el enriquecimiento de alimentos hidrofílicos con estas moléculas—, su baja biodisponibilidad; su facilidad de oxidación, su alteración por agentes físico-químicos —pH, temperatura, luz…— y la escasez de estudios científicos in vivo que demuestren su efectividad como ingrediente de este tipo de alimentos. Todo lo expuesto ha llevado a la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) a no conceder ninguna alegación saludable a los estilbenos.

¿Y cómo está solucionando la comunidad científica estos problemas que presentan los estilbenos para recibir las bendiciones de la EFSA? Mediante su caracterización, su estabilización y, sobre todo, a través de estudios in vivo que corroboren las actividad biológicas demostradas en modelos in vitro. Uno de los animales aceptados en la comunidad científica para realizar modelos experimentales in vivo es Caenorhabditis elegans, un nemátodo usado como modelo en cuestiones de envejecimiento, cáncer y papel de moléculas antioxidantes y considerado como ideal para la evaluación del potencial de moléculas bioactivas, ya que se trata de un animal con un ciclo de vida corto y sobre el que se pueden plantear experimentos con un elevado número de replicaciones bajo condiciones muy controladas.

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C. elegans se encuentra fuera de las restricciones de trabajo impuestas a los animales de laboratorio. Se cultiva en placas de Petri creciendo sobre la bacteria Escherichia coli. Su simplicidad de manejo hace posible su cultivo en un laboratorio convencional y su transparencia lo convierte en un sistema ideal con el que trabajar con moléculas fluorescentes —como los estilbenos—, ya que se puede seguir el destino de las moléculas ingeridas por este nemátodo con microscopía de fluorescencia.

Pues bien, recientes estudios demuestran como la administración de estilbenos previamente caracterizados y estabilizados —como exige la EFSA— a C. elegans son capaces de retrasar el envejecimiento celular, reducir los niveles de estrés oxidativo y alargar la vida media de este nemátodo tan peculiar. ¿Y estos resultados son importantes? Sí, porque si se logran a extrapolar a humanos —cosa que es muy probable— pronto podremos ver en las superficies comerciales alimentos funcionales enriquecidos en originales compuestos bioactivos cuyas propiedades hayan sido aprobadas por el máximo organismo europeo en materia alimentaria. Problema solucionado.

 

José Manuel López Nicolás es vicerrector de Transferencia y Divulgación Científica de la Universidad de Murcia y autor del blog Scientia.

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