A lo largo de la historia, en todas partes de el mundo, ha habido gente que afirma haber sido testigo de fenómenos paranormales. Creen haber presenciado la aparición de fantasmas o espíritus e incluso haber logrado captar alguna evidencia fiable de estos hechos. Así, durante siglos y hasta el día de hoy, han existido incluso grupos de espiritismo dedicados a invocar fantasmas a través de diferentes métodos como la famosa güija. Incluso hay quienes se han organizado para «cazar» fantasmas de una manera proactiva y organizada.

A finales del siglo XIX llegó a fundarse en Inglaterra la Sociedad de Investigación Psíquica. Eleanor Sidgwick, que fue presidenta de dicha grupo, en el que participaban incluso miembros de las Universidades de Cambridge y Oxford, se convirtió en la primera cazafantasmas. Así pues, la tradición que afirma que los fantasmas existen y puede demostrarse científicamente viene de largo. Sin embargo, hasta el día de hoy no hay absolutamente ninguna prueba que confirme su existencia.

En realidad, no puede demostrarse científicamente la existencia de fantasmas porque, para empezar, ni siquiera hay consenso sobre qué es un fantasma. Se elucubra que podría ser el alma vagabunda de alguien que debe cerrar sus asuntos en la Tierra antes de embaucarse definitivamente en su camino hacia el más allá, pero, ¿por qué se afirma entonces que existen también los objetos fantasma, como vagones, pueblos o edificios?

Además, ¿cuál es la apariencia de un fantasma? ¿Son inmateriales, tangibles o intangibles? ¿Tienen capacidad para interaccionar con objetos materiales y tocarlos, abrir y cerrar puertas, atravesar paredes, emitir sonidos? ¿O son simplemente presencias? De hecho, si son inmateriales, ¿cómo pueden emitir sonidos? Para que haya sonido la materia debe vibrar, lo cuál es una contradicción con el concepto estándar de fantasma.

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De hecho, los sociólogos Dennis y Michele Waskul entrevistaron a varias personas que decían haber experimentado la aparición de fantasmas para su para su libro Ghostly Encounters: The Hauntings of Everyday Life (Temple University Press) publicado en 2016 y concluyeron que incluso los propios testigos no eran capaces por sí mismos de afirmar con seguridad que aquello que habían visto, oído o sentido fueran en realidad fantasmas. Las experiencias eran demasiado variadas entre sí, lo único que tenían en común era que lo sucedido no se podía explicar fácilmente.

¿Podrían los fantasmas ser pura energía?

Hay quien alega que, basándose en la primera Ley de la Termodinámina  (la energía no se crea ni se destruye, sino que se transforma), tendría todo el sentido que existiesen los fantasmas, puesto que serían la energía resultante de nuestro ser cuando muere, que en lugar de desaparecer, adquiriría otra forma. Sin embargo, lo que sucede con la energía de nuestros cuerpos al morir es que se libera en forma de energía calorífica a través de procesos de descomposición en el medio.

Así que, por el momento, no hay ninguna evidencia científica rigurosa de que los fantasmas en realidad existan. A menos que queramos convertir el término «fantasma» en un cajón desastre en el que meter todo aquello que no sepamos cómo explicar de otra manera.

A pesar de todo, grandes científicos y figuras de la cultura han creído en la presencia de fantasmas. Tales como William Crookes (físico y químico británico conocido por sus investigaciones en espectroscopia y electrólisis), Charles Richet (fisiólogo francés que recibió el Premio Nobel de Medicina en 1913 por sus investigaciones sobre la anafilaxia) o Alfred Russel Wallace (naturalista y biólogo británico que desarrolló una teoría de la evolución por selección natural de manera independiente a Charles Darwin). 

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