En la década de 1490 una enfermedad venérea muy contagiosa campaba a sus anchas por los puertos y ciudades de España, Francia meridional e Italia, para acabar desplazándose tiempo más tarde hacia Viena y al norte, más allá de Leipzig, Bergen y Aberdeen. En 1497 Alejandro Benedetto de Venecia, médico del papa Alejandro VI, observó víctimas que habían perdido los ojos, la nariz, las manos y los pies. Según Benedetto “todo el cuerpo es tan repulsivo de mirar y el sufrimiento es tan grande, sobre todo de noche, que esta enfermedad es aún más horrorosa que la incurable lepra”. En 1539 el español Ruy Díaz de Isla, cirujano en el Hospital de todos los Santos de Lisboa, afirmaba que la nueva enfermedad había causado tanto daño que no había una aldea europea de cien vecinos donde diez de ellos no hubieran muerto por este mal. Aunque fuera una observación exagerada, sí refleja la impotencia de este médico ante una enfermedad que superaba con mucho todos sus conocimientos.

En los primeros momentos de la epidemia los médicos acudieron a donde siempre habían ido en busca de soluciones, a las fuentes clásicas, buscando si había alguna descripción que se ajustara a lo que estaban viendo. No había nada. Niccolo Leoniceno, un médico y botánico italiano y el más importante profesor de medicina de la universidad de Ferrara, expresó su desconcierto al escribir: “Cuando considero que la humanidad tiene la misma naturaleza, nace bajo el mismo cielo… debo llegar a la conclusión de que siempre hemos estado sometidos a las mismas enfermedades…. No puedo creer que esta enfermedad haya nacido ahora súbitamente y solo haya infectado nuestra época y ninguna de las precedentes”.

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La conducta de la sífilis indica que era una enfermedad totalmente nueva. En las universidades italianas, donde la astrología era una materia académica, buscaron una explicación en el cielo y la encontraron: se derivaba de la conjunción de Júpiter, Saturno y Marte sucedida en 1484. Esta idea pronto se hizo popular en el  resto de Europa, como lo demuestra un dibujo de Albretch Dürer (Durero) de 1496. Otros veían una clara relación entre ella y “la gratificación sexual lasciva o impura”. A partir de 1526 empezó a escucharse que la enfermedad se encontraba entre los nativos de La Española, y que fue llevada a Europa por los marineros de Colón. Esta idea de una enfermedad importada caló en la mente de los europeos; en 1748 Mantesquieu, en su libro El espíritu de las leyes, daba por sentado que había venido de América y exterminado a la mayoría de las grandes familias de Europa.

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