Gastar menos y producir más

Éste es el otro gran reto de la fusión nuclear: que el llamado factor de ganancia, Q, que representa el cociente entre la energía producida por el reactor y la energía necesaria para mantener el plasma en estado estacionario sea, cuando menos, igual a 1. O lo que es lo mismo, que como mínimo extraigamos del reactor la cantidad de energía necesaria para que funcione; es lo que se llama el break-even. En el caso del JET esos 16 MW se obtuvieron a costa de una inyección de energía de 24 MW, lo que significa un valor de Q de 0,7, muy alejado del Q = 5 que es el que se necesita para que se produzca una reacción automantenida (ya que los núcleos de helio producidos se llevan la quinta parte de la energía de fusión) y aún más lejos del Q = 10 que exige una planta comercial de fusión.

En la actualidad la mayoría de los físicos que se dedican a este mil-billonario campo de investigación piensan que esto solo se conseguirá con otro tipo de confinamiento magnético, llamado tokamak: un tubo con forma de donut envuelto por bobinas superconductoras que crean un potente campo magnético con el objetivo de mantener el plasma flotando en el interior. De todos los posibles diseños, la gran esperanza está puesta en el tokamak que se está construyendo en la ciudad francesa de Cadarache. Es el ITER (International Thermonuclear Experimental Reactor), un consorcio de las seis naciones más poderosas del mundo y Europa.

Hablar de fusión nuclear es mencionar a la que posiblemente es la comunidad de científicos más poderosa del mundo: las cifras que manejan siempre tienen más de 8 ceros. Por ejemplo, el coste del estadounidense National Ignition Facility (NIF) alcanzó los 5 300 millones de dólares, el reactor alemán Wendelstein 7-X, 1 000 millones de euros y el ITER no sería raro que superara los 30 000 millones.

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El problema de semejantes proyectos faraónicos y muchimillonarios es que cualquier estimación inicial de lo que costará al erario público -pues es la ciudadanía la que pone cada euro gastado- siempre se queda corta. El Wendelstein 7-X estuvo presupuestado en 350 millones y ha costado el triple; el proyecto ITER, que en 2006 se proyectó con un desembolso de 5 000 millones de euros, 6 años más tarde el sobrecoste ya subía a más del 67% inicial.

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