Impactos del arruí

Aunque el solo hecho de ser una especie invasora es suficiente para su regulación y por tanto para emplear las medidas de control necesarias, lo cierto es que el arruí también tiene impactos ambientales que no deben ser ignorados.

Son herbívoros voraces, que consumen masivamente las herbáceas tapizantes; esto, junto con las acciones de pisoteo, favorece la erosión en unos suelos que, ya de por sí, son más sensibles a estas perturbaciones. Esta circunstancia, además de suponer la reducción de la disponibilidad de alimento para otras especies, puede alterar la estructura del ecosistema y favorece su desertificación.

Es cierto que en la península no se ha reportado una competencia real sobre las poblaciones nativas de cabra montesa; pero, en un escenario de cambio climático, donde las áreas de distribución del arruí invasor son cada vez más áridas, y los

recursos escasean más, sumado a una mayor presión de esta especie exótica, puede cambiar este panorama. Además, el arruí, más gregario que la cabra, podría actuar como vector para la escabiosis, una enfermedad producida por ácaros, que comparten cabras y arruís, y que puede saltar al ser humano en forma de zoonosis.

Su expansión a zonas protegidas con flora endémica puede poner en riesgo esa flora, por lo que en este caso, lo más eficaz sería evitar el daño ambiental antes de que tenga lugar, mediante actuaciones preventivas. De hecho, en el hábitat canario, su efecto es mucho más destructivo. Entre las plantas que consume el arruí hay hasta 21 endemismos, muchos con un nivel de amenaza muy alto, como el rosal del guanche (Bencomia exstipulata), el cabezón de las nieves (Cheirolophus santos-abreui), el pico de fuego (Lotus pyranthus) o la especie recientemente descubierta en La Caldera de Taburiente, Helianthemum cirae.

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