Hola, soy Carl Edward Sagan. Nací en Brooklyn, Nueva York, el 9 de noviembre de 1934; curiosamente, en la misma fecha, 66 años después, moriría Roberto Galán, aquel argentino vivaz que se presentaba con un “yo me quiero casar, ¿y usted?”.

Le hice honor, me casé tres veces y tuve ocho hijos. Mis padres eran judíos ucranianos; quiero decirles que, desde el cosmos, sufro como propia la tragedia que están viviendo mis hermanos de sangre por la invasión rusa.

Papá no era religioso, aunque mi madre, que de niña había sufrido pobreza extrema, asistía al templo con regularidad.

Ninguno sabía de ciencia, pero me inculcaron dos cosas que me acompañaron durante toda la vida, escepticismo frente a la muerte y hacerme preguntas complejas e incómodas.

Hechizado por la ciencia

Cuando tenía 5 años, me llevaron a la Exposición Universal de Nueva York, donde quedé perplejo con los avances tecnológicos; el mundo contenía maravillas que yo nunca hubiera imaginado.

Cápsula del tiempo de Flushing Meadows (La Voz / Archivo)
Cápsula del tiempo de Flushing Meadows (La Voz / Archivo)

Fui testigo del entierro de la cápsula del tiempo en Flushing Meadows, un recipiente hermético con mensajes y objetos para generaciones futuras. De adulto, junto a colegas, creamos cápsulas similares, pero para enviarlas a la galaxia.

En mi casa se sintieron con dureza los efectos de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto; la angustia por lo que estuvieran viviendo nuestros familiares en Europa era difícil de sobrellevar.

A pesar de todo, nunca perdimos el optimismo sobre el futuro, y mis padres me regalaban cuentos de ciencia ficción que estimulaban la imaginación sobre cómo sería la vida en otros planetas.

El cielo en la mente

Mi primer trabajo fue de bibliotecario. “Pedí un libro sobre las estrellas… la respuesta fue sensacional. Resultó que el Sol era una estrella pero que estaba muy cerca. Las estrellas eran soles, pero tan lejanos que sólo parecían puntitos de luz… de repente, la escala del universo se abrió para mí. Fue una especie de experiencia religiosa. Había algo magnífico en ello, una grandiosidad, una escala que jamás me ha abandonado. Que nunca me abandonará”.

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Mi curiosidad sobre los fenómenos astronómicos no tenía límite; necesitaba saber más y más. Me incorporé a la Universidad de Chicago, donde me gradué en 1954; al poco tiempo me doctoré en Astronomía y Astrofísica.

Fue un gran orgullo trabajar en el Observatorio Astrofísico Smithsoniano, un instituto de investigación que tiene su sede en Cambridge, Massachusetts.

Me ofrecieron ser profesor titular en Harvard, a lo que me negué enfáticamente; hubiera sido convertirme en experto de algo muy limitado.

Yo deseaba trabajar en muchas áreas, lo que hoy ustedes llamarían una visión holística e interdisciplinaria. No pocos me criticaron, pero no me interesaba autopromocionarme con ideas que habían generado otros. Nunca me arrepentí de esa decisión.

Planetas y estrellas

Inmediatamente me incorporé a la Universidad de Cornell, en Ithaca, Nueva York, donde daba cursos de Pensamiento Crítico, lo que me entusiasmaba sobremanera.

Al poco tiempo me pusieron a cargo del laboratorio de Estudios Planetarios, y me sumé a la propuesta espacial que había concebido mi país; una de las obligaciones del equipo era darles instrucciones a los astronautas que partirían a la Luna en el programa Apolo.

Carl Sagan, mundialmente conocido como divulgador científico por su libro "Cosmos".
Carl Sagan, mundialmente conocido como divulgador científico por su libro «Cosmos».

También integraba el equipo que envió naves espaciales robotizadas para investigar el sistema solar.

Fui editor de la revista Icarus, que se dedicaba a la divulgación científica en el campo de la ciencia planetaria. Allí refuté con mis investigaciones que Venus fuera un planeta templado, explicando que era seco y caliente, con une temperatura estimada en los 380° centígrados.

La sonda Mariner 2, lanzada en agosto de 1962, confirmó mis conclusiones, lo que modificaba las expectativas espaciales.

Viajar al espacio

Expliqué los riesgos del calentamiento global de la Tierra, lo que podía convertirla a largo plazo en un lugar no apto para la vida humana a raíz del efecto invernadero.

Todos reconocían mi trabajo y mi capacidad de percepción. ¿Qué más podía pedirle a la vida?

Creía en la vida extraterrestre, y me apoyaba en la ecuación de Drake, una fórmula matemática que permitía estimar la cantidad de civilizaciones en la Vía Láctea.

Era indispensable identificar y dar a conocer las maneras en que la humanidad podía autodestruirse; pero también era necesario mantener la esperanza de evitar semejante suicidio colectivo, para luego posibilitar que los seres humanos se transformen en una especie capaz de viajar por el espacio.

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Elon Musk
Elon Musk

Elon Musk, dueño de Tesla y de Space X, es un visionario que sigue mis pasos.

Activismo

Fui un opositor acérrimo a la Guerra de Vietnam; cuestioné la carrera armamentística nuclear durante la presidencia de Ronald Reagan, criticando el Programa Guerra de las Galaxias, lo que impedía definitivamente el “desarme nuclear”. Sabía que predicaba en el desierto, pero como diría Roosevelt, “el futuro pertenece a los creen en la belleza de sus sueños”.

En eso tuvo vital importancia mi tercera esposa, la escritora y activista Ann Druyan. Una gran mujer que me ayudó a visibilizar el futuro.

Ann Druyan, científica, escritora, guionista y productora de TV.  Viuda de Carl Sagan. (Wikicommons)
Ann Druyan, científica, escritora, guionista y productora de TV. Viuda de Carl Sagan. (Wikicommons)

Aproveché el impasse de la Guerra Fría para concientizar sobre los peligros de una guerra nuclear, pero era difícil detener la espiral de producción de armamentos sofisticados.

Allí entendí que no era sólo una cuestión de principios o soberanía, sino que generaba mucho movimiento de dinero y empleo.

No quiero cerrar esta historia de mi vida sin reconocer mi defensa al uso de la marihuana. Era un adicto convencido de que su consumo fue un inspirador de buena parte de mis trabajos. Me provocaba experiencias sensoriales e intelectuales sorprendentes.

Tengo conciencia de que es un tema delicado para la sociedad, y que mis expresiones podrían tomarse como un incentivo al uso de esta planta. No es esa mi intención, pero no puedo ser deshonesto con los lectores obviando esa faceta de mi vida.

Encontrarse en el cosmos

En 1994 me diagnosticaron mielodisplasia, por lo cual me tuve que someter a tres trasplantes de médula ósea; la donante fue mi única hermana, Carol.

Me costó enfrentar la situación, ya que no era creyente sobre una vida eterna más allá de la muerte. Siempre pensé que la primera gran virtud del hombre fue la duda, el gran defecto, la fe. No había razón para cambiar.

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Con sólo 62 años llegó mi hora, producto de una neumonía.

La despedida de mi querida Ann dice todo lo que pensábamos ambos sobre la muerte: “Cuando mi esposo murió, como era tan famoso y conocido por no ser creyente, mucha gente venía a mí y me preguntaba si Carl cambió de idea al final y se convirtió a una creencia en el más allá. También me preguntan con frecuencia si creo que lo veré de nuevo. Carl enfrentó su muerte con un coraje incansable y nunca buscó refugio en ilusiones. La tragedia era que sabíamos que no volveríamos a vernos. No espero reunirme nunca con Carl. Pero lo grandioso es que cuando estuvimos juntos, por casi 20 años, vivimos con una intensa valoración de lo breve y preciosa que es la vida. Nunca trivializamos el significado de la muerte fingiendo que no era una despedida definitiva. Cada momento particular en que estuvimos vivos y estuvimos juntos fue milagroso, pero no milagroso en el sentido de inexplicable o sobrenatural… Que el puro azar pudiera ser tan generoso y tan amable… Que pudiéramos encontrarnos el uno al otro, como escribió Carl tan bellamente en Cosmos, “en la vastedad del espacio y en la inmensidad del tiempo”… Que pudiéramos estar juntos durante 20 años. Eso es algo que me sostiene y es mucho más significativo. La forma en que me trató y yo lo traté a él, la forma en que nos cuidamos el uno al otro y a nuestra familia, mientras vivió. Eso es algo mucho más importante que la idea de que lo veré algún día. No creo que vuelva a ver nunca a Carl. Pero lo vi. Nos vimos el uno al otro. Nos encontramos el uno al otro en el cosmos, y eso fue maravilloso”.

Estoy enterrado en el Cementerio Lakeview, Ithaca, ciudad situada a la vera del lago Cayuga, en la parte central de Nueva York.

No olviden: “En algún lugar, algo increíble está esperando a ser descubierto”.

* Docente en la UNC y la UCC

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