Una carrera de millones de años de antigüedad

Esta dinámica no es nueva. Su origen es tan antiguo como el origen mismo de la depredación. Desde que, durante la radiación evolutiva del cámbrico, comenzó a haber animales capaces de cazar a otros animales, el depredador más apto ha sido, generalmente, el que caza mejor a sus presas; mientras que las presas más aptas tienden a ser las que mejor se defienden de los depredadores. Los depredadores han necesitado compensar las mejoras defensivas de las presas con mejoras ofensivas; mientras que las presas aumentan sus defensas para protegerse de los ataques, cada vez mejores, de sus depredadores.

Una nueva forma de mandíbula capaz de desgarrar la carne, y un exoesqueleto capaz de resistir esos ataques. Un mejor camuflaje que impida ser detectado por la vista, y un mejor olfato que permita detectar presas ocultas. Una orientación frontal de los ojos que permita calcular la distancia a la que se encuentra la presa; y una orientación lateral de los ojos que permita vigilar más extensiones de terreno. Un mejor oído, sumado a la capacidad de orientar sus orejas; y un nuevo sistema de almohadillas que reduzca el ruido al caminar. Sistemas novedosos que se van puliendo durante el proceso evolutivo, en una presión selectiva constante del depredador sobre la presa, y de la presa sobre el depredador. Una carrera armamentística de más de 500 millones de años de antigüedad, que sigue sucediendo en la actualidad.

Otras reinas rojas

Y esta carrera no solo la encontramos en la dinámica del depredador y la presa. Pensemos en un virus patógeno, que infecta a una población. Aquellos individuos más susceptibles de sufrir la enfermedad tendrán menos posibilidades, y los más resistentes al virus serán los que sobrevivan mejor y dejen descendencia con mayor probabilidad; pero solo aquellas variantes del virus capaces de infectar a los individuos más resistentes conseguirán perdurar en el tiempo. Y al final, se mantiene el statu quo

O pensemos en un parásito; aquel hospedador que tenga mejor sistema inmunitario conseguirá soportar mejor al parásito; pero a cambio, aquellos parásitos capaces de mantenerse en sus hospedadores, por muy resistentes que sean, serán los más aptos. El parásito presiona al hospedador, y el hospedador presiona al parásito. Y en la carrera se consigue, finalmente, mantener el statu quo.

Sin embargo, no todas esas relaciones tienen por qué ser negativas. La reina roja también sucede en relaciones de mutualismo en las que las dos partes se ven beneficiadas. Uno de los ejemplos más hermosos es el de la famosa polilla de halcón, Xanthopan praedicta, llamada así porque los mismísimos Charles Darwin y Alfred R. Wallace predijeron su existencia sin siquiera conocerla, gracias a su comprensión del proceso evolutivo y al descubrimiento de la extraña flor a la que poliniza.

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Contemos la historia desde el principio. Una flor que es polinizada por una polilla. Para atraer a la polilla, la flor produce néctar en el fondo de una estructura cónica invertida que llamamos nectario. La polilla se alimenta de ese néctar, pero acercarse demasiado a las flores daña las alas de la polilla. La polilla más apta es, por tanto, la que tiene la lengua más larga, que le permite libar el néctar sin sufrir daño. No obstante, eso produce una presión selectiva sobre las flores; si la polilla no se acerca lo suficiente, el polen no se adhiere a su cuerpo y no hay polinización. Aquellas que tienen el nectario más profundo obligan, pues, a las polillas a acercarse más, y se polinizan mejor. La flor presiona a la polilla mientras le da de comer, la polilla presiona a la flor mientras le ayuda a reproducirse. Ambas presionan, y ambas ganan. El resultado: flores con un nectario de 30 cm de profundidad y polillas con una lengua de 30 cm de longitud. Y se mantiene el statu quo.

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