A menudo malinterpretado y rodeado de estigmas, el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) es mucho más que una simple distracción o inquietud; es una condición neurológica compleja que afecta a millones de personas en todo el mundo.
La experiencia de vivir con TDAH puede ser desafiante, pero también reveladora. Las personas con TDAH a menudo encuentran formas únicas de adaptarse y prosperar, transformando lo que algunos ven como una debilidad en una fuente de creatividad y resiliencia. La clave está en la comprensión y aceptación, tanto personal como social.
Recientemente, hemos tenido la oportunidad de entrevistar a Guillermo Iraola, farmacéutico y autor del libro ‘Casi todo lo que sé del TDAH’, publicado por Pinolia. Iraola, diagnosticado a los 42 años, comparte su viaje personal y profesional, ofreciendo una perspectiva integral sobre el TDAH. Su relato es un testimonio de superación y esperanza, brindando apoyo y estrategias prácticas para aquellos que se enfrentan a un diagnóstico similar.
Pregunta. ¿Qué te motivó a escribir sobre el TDAH desde tu propia experiencia? ¿Qué dificultades y beneficios encontraste al hacerlo?
Respuesta. El primer año que pasé diagnosticado anduve muy perdido. Consulté algunos libros, pero me resultaban demasiado técnicos, y mi Plan B fue acudir a las redes sociales. Al abrir una cuenta de Twitter específica en inglés empecé a entender que la hiperactividad o el déficit de atención son solo una pequeñísima parte del TDAH en su conjunto, y que si son estos rasgos los que definen al trastorno es simplemente por ser los más visibles.
En las redes sociales internacionales de temática TDAH se daba por sentado el significado de términos clave con los que no estaba familiarizado, como la disforia de rechazo, RSD por sus siglas en inglés, o el time blindness. Tener time blindness es lo mismo que tener la noción del tiempo mal ajustada, y no llegué a saber cómo me afecta esta carencia cognitiva hasta ver el término repetido a más no poder en las redes sociales. En otros países nos llevan décadas de ventaja en cuanto a experiencia y terminología, así que más que la necesidad de escribir sobre el TDAH desde mi punto de vista, lo que he visto importante ha sido hacerlo en castellano. ¿La principal dificultad? Pues que había que hablar de muchas cosas desde cero. Buena parte del libro se invierte en definir al detalle muchos términos, lo que me ha permitido identificar comportamientos, emociones y actitudes que no sabía que formaban parte de mis desórdenes. Poniéndoles nombre he podido explicarme muchas cosas, y también me veo más capaz de explicárselas a las personas que me importan.
P. ¿Qué papel ha jugado la historia de la medicina y la psiquiatría en el reconocimiento y el tratamiento del TDAH?
R. En mis preparativos para los capítulos de contexto histórico me llamó la atención cómo ha ganado protagonismo el TDAH a lo largo de los años. Ya en la Grecia clásica, los tratados hipocráticos describen casi de refilón una manifestación clínica que presenta «respuestas aceleradas y una menor tenacidad», pero según mis fuentes, después de eso hay un silencio documental de unos veinte siglos.
Aparte de no haber despertado mayor interés hasta el siglo XVIII, destacaría que los primeros psiquiatras que intentaron definir el trastorno no se cortaron un pelo con la nomenclatura. «Disfunción cerebral mínima», «defecto anormal del control moral»…De todas formas, también he encontrado descripciones menos dañinas, como la del psiquiatra catalán Vidal i Parera, que hablaba de «niños revoltosos que mariposean», o la poética «atención voluble» de Weikard, un médico alemán del siglo XVIII. El de la atención voluble es un término que se aproxima a la forma en que siento mi propio TDAH, ya que tengo claro que no se trata de un déficit, sino una desregulación. A veces hay un déficit, y a veces un exceso, pero lo que más molesta es lo primero. Desregulación de la atención, de las funciones ejecutivas, del plano emocional… dentro de cien años esto del «déficit de atención e hiperactividad» sonará igual de feo que las denominaciones de hace siglos.
P. ¿Qué papel juega la medicación en el tratamiento del TDAH?
R. Desde el día siguiente a mi diagnóstico me he empeñado en comprender esta farmacología lo mejor posible. Me interesa como usuario potencial y también como farmacéutico, y seguramente sea la parte del libro que más tiempo me ha llevado desarrollar. Que, a nivel mundial, el tratamiento de referencia para el TDAH esté basado en el empleo de psicoestimulantes es una paradoja que me ha tocado resolver muchas veces a pie de mostrador. Una explicación simplista pasaría por aclarar que la impulsividad y la hiperactividad que caracterizan al TDAH no provienen de pisar el acelerador, sino de tener un freno poco eficiente. Suele identificarse el TDAH con un bajo rendimiento de regiones del cerebro como la corteza prefrontal, entre cuyas funciones se encuentra la de la inhibición, y promover su actividad por medio de algunos estimulantes, que no todos, frenaría la impulsividad.
«El tratamiento de referencia para el TDAH está basado en el empleo de psicoestimulantes»
Lógicamente, este trabalenguas de «estimular el freno para frenar mejor» tiene sus detractores, y la psiquiatría dispone de alternativas no estimulantes que parecen eficaces en algunos casos. La atomoxetina, por ejemplo, es una prima lejana del prozac que ha tenido cierto protagonismo hasta hace poco. Hoy están ganando terreno otras moléculas como la guanfacina, cuyas propiedades antihipertensivas pasaron a un segundo plano cuando se descubrió que también puede atenuar la sintomatología del TDAH, o el bupropión, un antidepresivo tradicionalmente empleado en el tratamiento de adicciones al juego, internet o sustancias varias que ha mostrado cierta eficacia en algunas compulsividades asociadas al trastorno que nos ocupa.
«Quizás habría que preguntarse por qué el TDAH no ha llamado de atención hasta hace unos pocos siglos.» Foto: Istock
Quizás habría que preguntarse por qué el TDAH no ha llamado de atención hasta hace unos pocos siglos mientras que hoy se sitúa entre los problemas de salud mental más diagnosticados en edades escolares. Esto no lo digo yo, lo dice un estudio de UNICEF de antes de la pandemia. Han pasado cinco años de aquello, así que las estadísticas imagino que serán aún mayores. ¿Quiere esto decir que se dan más casos en la actualidad que en la Grecia clásica, o ya puestos, que en la prehistoria? No hay forma de responder. Lo que sí puede levantar alguna suspicacia es que este auge exponencial del interés por el TDAH coincida con el descubrimiento y desarrollo de fármacos que puedan paliar algunas de sus manifestaciones.
P. ¿Qué otras formas de intervención y terapia se pueden aplicar al TDAH?
R. La mayoría de medicamentos para tratar el TDAH, sean o no estimulantes, tienen en común que incrementan la disponibilidad de neurotransmisores como la dopamina o la noradrenalina, y de ahí que se señale a una mala gestión de estas moléculas en el cerebro como una de las posibles causas del trastorno. La dopamina se asocia al correcto funcionamiento de la corteza prefrontal, destinada entre otras cosas a coordinar las funciones ejecutivas, es decir, a llevar a cabo tareas. Este sistema también está relacionado con las sensaciones de estímulo y recompensa. Se piensa que un cerebro con TDAH estaría menos capacitado para identificar tareas que le han provocado sensaciones de satisfacción anteriormente, y también de frenar cuando algo no está saliendo como se esperaba. Aunque los psicofármacos ayudan a que todo esto se regule, bajo mi punto de vista la clave para llevar este trastorno lo mejor posible es permanecer atento a las sensaciones de satisfacción y frustración, potenciando las primeras y siendo conscientes de la forma en que nos anulan las segundas.
Esto tan mindfulness de buscar la felicidad en las pequeñas cosas y no atascarse cuando surge algún inconveniente yo lo he encontrado en la artesanía y las artes gráficas. También en la vida de pueblo. En mi caso, creo que las terapias ocupacionales y llevar una vida tranquila han sido clave para recuperarme y avanzar. A quien no le guste mancharse de tinta o dar paseos por el campo puede buscar satisfacciones en otros hobbies. La pesca, el aeromodelismo, componer música, escribir, hacer deporte… Aprender a identificar estas sensaciones de satisfacción en un cerebro que no gestiona bien la dopamina puede luego trasladarse a otros campos para buscar en lo cotidiano la satisfacción del deber cumplido. Hacer la compra o tender la ropa deberían provocar satisfacción, y así se supone que les pasa a quienes tienen el sistema de estímulo-recompensa bien afinado, pero las personas con TDAH tenemos que esforzarnos para identificar ese bienestar. La medicación puede amplificar estas sensaciones hasta que alcancen un umbral aceptable que haga sentir bien, pero no es la panacea. Incrementar los niveles de dopamina con ayuda de la química no sirve de nada si después no se sabe qué hacer con ella.
P. ¿Qué desafíos y oportunidades presenta el TDAH en el ámbito laboral y profesional? ¿Qué estrategias y habilidades se pueden desarrollar para mejorar el rendimiento y la motivación?
R. Hasta la fecha mis esfuerzos se han limitado a tratar de comprender las cuatro letras que se me asignan. Tengo más preguntas que respuestas, y la verdad es que no me veo como para dar consejos. Cada caso es distinto, y los pocos libros de autoayuda que he consultado no me han servido de mucho. ¿Qué sentido tendría hacer recomendaciones para manejarse mejor en la vida o en el trabajo cuando hay tantos estilos de vida y profesiones diferentes? Un libro de tips habría sido más comercial, eso seguro, pero no sería honesto recomendar estrategias que, aunque sigo poniendo en práctica, solo me resultan útiles de vez en cuando, o que han perdido eficacia con el tiempo. Una de las características del TDAH, al menos del que me ha tocado a mí, es la necesidad de cambios y novedades. Mi cerebro es «perro viejo», y cuando se aburre del truco, este pierde eficacia.
Perseguir lo novedoso es una necesidad muy esclavizante, y saltar de un trabajo a otro es también muy típico en el TDAH. Se habla mucho de la relación entre el TDAH y la creatividad, y siempre me ha quedado la espinita de trabajar en algo que requiera usar la imaginación. Tirar de este hilo me llevó hasta Noelle Matteson, una escritora de Seattle abiertamente TDAH con la que me siento muy vinculado porque pienso que tenemos trastornos similares. En uno de sus textos, Matteson describe lo que ella denomina «Pensamiento asociativo», y la forma en que condiciona, para bien y para mal, el hecho de no ser capaz de pensar sin relacionar conceptos en espiral. Esta forma de pensar es algo que se nota especialmente en la forma en que tenemos muchas personas con TDAH a la hora de comunicarnos, porque tendemos a irnos por las ramas. Se dice que al cerebro TDAH se le da bien improvisar, y también que responde mejor en situaciones de crisis o emergencia, que al final imagino que estará todo relacionado. ¿Desafíos en el ámbito laboral? Pues yo que sé… dar con una profesión lo suficientemente entretenida como para no aburrirse y querer cambiar de aires cada diez o doce meses. Quién sabe si no hubiera sido un buen investigador científico, o el mejor conductor de ambulancias del mundo, pero me dio por trabajar en farmacias, que es una profesión que tiene mucho de administrativo. Puede ser que me faltara orientación.
Luego está el tema de que los problemas de organización y los despistes acaban pasando factura. He pasado media vida perdiendo autobuses, llegando tarde a entrevistas de trabajo o faltando a trabajar por haber mirado mal la agenda. Alargar plazos de entrega, olvidar reuniones importantes… al final por intentar abarcarlo todo, se queda mal con todo el mundo. Esto afecta al plano laboral y al personal. Se repite tantas veces aquello de «lo siento, es que soy un desastre» que la imagen que se proyecta es la de ser una persona poco fiable.
«Suele identificarse el TDAH con un bajo rendimiento de regiones del cerebro como la corteza prefrontal.» Foto: Shutterstock
P. ¿Qué importancia tiene la gestión del tiempo y la organización para las personas con TDAH?
R. Para mí, lo más importante que he descubierto a raíz del diagnóstico es esto que hablábamos antes del time blindness, un término para el que no he encontrado traducción al castellano. No puedo ni explicar cómo es ir por la vida sin noción del tiempo, pero sobre todo, me alucina no haber sido consciente de este hándicap hasta que empecé a informarme sobre el tema. Vaya por delante que no es un rasgo presente en todos los casos de TDAH, aunque sí que parece que es bastante común. Obviamente, esta agnosia cronológica (por ponerle un nombre en castellano), condiciona todo lo relacionado con la planificación, y diría que por eso me cuesta tanto completar tareas.
Tener la capacidad de «ver el paso tiempo» es fundamental, esto no hace falta ni decirlo, y respaldarse en elementos externos para compensar estas dificultades puede ser de gran ayuda. En mi caso, hacerme con un reloj de muñeca supuso un cambio importantísimo. Un reloj sencillito, el típico Casio digital, me ayudó a ubicarme. Esto de mirar la hora en un reloj puede parecer una obviedad, pero no lo es. Tenemos la costumbre de hacerlo en el móvil, y las pantallas son un poderoso elemento de distracción que nos puede despistar de lo que estábamos haciendo. Con un reloj de muñeca se evitan estas distracciones. El mío suelo tenerlo en modo cronómetro, con la cuenta atrás. No sirve de mucho advertir a mi cerebro de que a las nueve en punto cierran el súper, pero si se le dice que en 50 minutos debería estar haciendo la compra, y tenemos un forma sencilla de visualizar ese tiempo, la cosa cambia.
Básicamente, mi día a día consiste en enlazar ejercicios sencillos de gestión del tiempo basados en el conocido Método Pomodoro. Me lo tomo como un juego, cronometrándome en plazos cortos en los que trato de realizar tareas asequibles sin distracciones. Pongo un ejemplo: llevo toda la mañana del sábado abrumado pensando en cuatro o cinco tareas que llevo días posponiendo, así que decido darme veinte minutos para «hacer cosas», así, en genérico. Lo que vaya surgiendo, pero tienen que ser veinte minutos sin distracciones. Pongo en marcha la cuenta atrás, y en menos de quince minutos me ha dado tiempo a fregar los platos, hacer la cama y doblar ropa que tenía tendida. Veo en el reloj que me quedan seis minutos. Me preparo una taza de té, y en los cuatro minutos que tiene que estar la bolsita a remojo aún tengo margen para bajar la basura. Cuando vuelvo a entrar en casa y veo la cama hecha, la ropa doblada y una taza de té recién preparada, me cuesta creer que solo hayan pasado veinte minutos.
Lo del time blindness ha sido todo un descubrimiento para mí. De un día para otro descubres que podrías tener la noción del tiempo trastocada, y empiezas a dedicarle al tiempo la atención y la importancia que merece. Insisto en que no es fácil explicarlo con palabras, aunque estoy seguro de que tendrá sentido para quien lo viva igual.
P. ¿Cómo afecta el TDAH a las relaciones personales, familiares y sociales? ¿Qué claves y herramientas se pueden utilizar para fomentar la comprensión, la empatía y la convivencia?
R. Pienso que el TDAH genera desconfianza porque está lleno de contradicciones. Es el trastorno de los mil «peros». Me conviene llevar una rutina pero me aburre lo predecible. No soporto que me hagan esperar, pero muchas veces llego tarde. Si no interrumpo una conversación para soltar lo que me pasa por la cabeza en el momento que se me ocurre, cuando llegue mi turno de palabra olvidaré lo que quería decir. Soy consciente de que esto es muy molesto, me lo han dicho mil veces, pero es que encima me irrita mucho que me interrumpan, porque pierdo el hilo. Tiendo a cambiar de planes constantemente y a última hora, pero al mismo tiempo me anula por completo que lo haga otra persona. No me cuesta reconocer que hasta ser consciente de todo esto, he tenido un carácter difícil que ha afectado a mi relación con el entorno. Familia, trabajo, parejas sentimentales, circulo social… el TDAH lo complica todo, sobre todo cuando está pendiente de diagnóstico.
«El TDAH lo complica todo, sobre todo cuando está pendiente de diagnóstico.»
Las palabras “comprensión, empatía y convivencia” de tu pregunta está muy bien elegidas, porque en la otra cara de la moneda están quienes nos juzgan por momentos puntuales en los que destaca el trastorno. ¿Es mejor persona la que sabe guardar las formas y actúa a las espaldas que la que pega cuatro voces en un momento de frustración? He trabajado mucho en moderar mis impulsividades, y me da la sensación de que se sigue señalando al diferente, al ruidoso, como única parte responsable de cualquier conflicto. Si me preguntan, la clave para la convivencia es hablar las cosas y asumir responsabilidades sin señalar culpables. Entenderse a través del diálogo es fundamental, y que si se piden explicaciones, estas no se tomen por excusas. Me siento afortunado de haber tenido todo un libro para explicarme, y entrevistas como esta son otra buena forma de hacerse entender. Hay muchas personas a las que se les hace la cruz simplemente por no haber sido capaces de mantener la compostura cuando se les ha pillado con la guardia baja, y tendemos a juzgar el resto por la peor de sus reacciones. Una mala contestación, un gesto feo…
Ahora que voy entendiendo lo que me pasa, trato de ser más tolerante con aquello que me molesta, y más generoso a la hora de juzgar mis propios errores. Aquí la comunicación juega un papel fundamental. Donde antes acumulaba cabreos que desahogaba en el momento menos oportuno, ahora trato de ser más reflexivo y comunicativo, tanto para pedir explicaciones como para ofrecerlas si he molestado a alguien.
P. ¿Qué opinas de la relación entre el TDAH y otras condiciones mentales, como la ansiedad, la depresión o el autismo? ¿Cómo se pueden abordar estas comorbilidades?
R. Me atrevería a decir que no habrá muchos diagnósticos tardíos de TDAH que no hayan pasado por diagnósticos previos de ansiedad, depresión, o una mezcla de ambas. En cuanto a la ansiedad, tiene su lógica que desórdenes como el TDAH generen angustia. De hecho, el combo psicoestimulantes / ansiolíticos es de lo más frecuente. La psiquiatría justifica el uso de ansiolíticos porque se supone que es menos dañino para el organismo tomarse un trankimazín que quitarse de encima la ansiedad pegándose atracones de comida. Eso quien no prefiera «automedicarse» a base de alcohol o cannabis, por poner algunos ejemplos de cómo puede complicarse el TDAH cuando hay adicciones de por medio.
Con la depresión es diferente, porque aunque se parezcan mucho, no es lo mismo depresión que tristeza. Los antidepresivos más utilizados aumentan la disponibilidad de serotonina, y un exceso de serotonina puede generar malestar, con náuseas, problemas gastrointestinales y alteraciones del sueño que agravan la situación de quien, simplemente, se encuentra triste, aunque sea profundamente triste. Esto no significa que no se puedan tener al mismo tiempo un TDAH y una depresión de manual, y por eso es tan importante no diagnosticar a la ligera, ni establecer tratamientos al tuntún. El diagnóstico diferencial, distinguir entre manifestaciones clínicas que se parecen mucho pero no son lo mismo, es todo un arte, y dar con profesionales con buena puntería puede ser tremendamente complicado.
Sobre los espacios que comparten el autismo y el TDAH, la trama se complica aún más. Aquí ya prefiero no opinar, porque es un tema que me viene grande. Lo que sí puedo hacer es comentarte el caso de Eugenio, mi asesor editorial. Publicar este libro no ha sido fácil y hemos tenido alguna enganchada que otra, así que me alegra que aceptara encargarse del prólogo. En su presentación, que no es plan de «spoilear», Eugenio reconoce haber hecho un descubrimiento del que me siento, para bien, extrañamente responsable. Aquí el tema es que los sentimientos de rechazo que se van acumulando al arrastrar desde la infancia un trastorno psiquiátrico sin saberlo, llevar toda una vida enmascarando rasgos que generan desconfianza en la mayoría neurotípica y la marginalidad a la que se ven obligadas las neurodivergencias no son algo exclusivo del TDAH.
Aunque la situación ideal sea valorar estas situaciones partiendo de diagnósticos, digamos «oficiales», nos encontramos cada vez con más personas adultas que se autodeterminan deprimidas, con TDAH, autistas o todo a la vez. Hace poco pensaba que en un futuro próximo habría un boom de estos descubrimientos, pero lo cierto es que ese boom ya se está produciendo, y no veo nada malo en que sea así. La detección tardía, con o sin un diagnóstico de por medio, no es una moda, sino una realidad que se debe a que todavía quedamos por ahí un par de generaciones para las que la detección temprana no fue posible.
«Sobre los espacios que comparten el autismo y el TDAH, la trama se complica aún más.» Foto: Istock
P. ¿Qué consejos darías a las personas adultas que sospechan que tienen TDAH o que acaban de recibir el diagnóstico? ¿Qué recursos y apoyos existen para ellas?
R. Lamentablemente, o al menos esa ha sido mi experiencia, no es fácil dar con especialistas del TDAH en el ámbito de la Sanidad Pública. En el mejor de los casos, las listas de espera pueden ser de meses, incluso años, lo que en el caso de los diagnósticos tardíos agrava las consecuencias del trastorno y sus comorbilidades. Aunque sea más fácil decirlo que hacerlo, a quienes tengan sospechas les recomendaría que las confirmen o descarten a través de asociaciones y fundaciones que podemos encontrar en todas las comunidades autónomas. En la web de la Fundación CADAH, que es la de Cantabria, tienen un mapa organizado por provincias que puede ser un buen punto de partida. Lo segundo sería pedir presupuesto para evitar sorpresas. No lo digo por esas asociaciones, sino más bien porque con el interés que están despertando el TDAH y otras condiciones mentales, empiezan a verse presupuestos indecentes para llevar a cabo evaluaciones que deberían ser asequibles para todos los bolsillos. Ya solo por esto estaría justificado el debate de si es o no válido el autodiagnóstico.
Ojalá pudiera mandar un mensaje más optimista, pero la realidad de hoy es que el ámbito de lo público no está preparado para la que se nos viene encima en relación a la salud mental. Y eso que solo me estoy refiriendo al diagnóstico. Si hay que hablar de los recursos y apoyos para personas adultas que ya hemos identificado nuestros TDAH, estamos en pañales.
Cuando se produce un diagnóstico tardío la escala de valores se tambalea, y por cada respuesta que se obtiene aparecen docenas de nuevas preguntas que hacen que todo se vuelva del revés como un calcetín. A quienes tengan la certeza, con o sin un diagnóstico de por medio, insisto, de haber pasado media vida arrastrando un TDAH sin saberlo, o a quienes conozcan a alguien que descubre este pastel en la adultez, solo puedo decirles que tengan paciencia. Que hagan el camino a la aceptación lo más llevadero posible y que revisen los conflictos del pasado, incluso del presente, desde la nueva perspectiva que se les presenta. Si esto se hace desde el diálogo y la generosidad, lo siguiente será decidir qué actitudes convendría corregir y qué rasgos hay que desempolvar con orgullo porque se habían guardado en un cajón con tal de encajar en una sociedad que utiliza, en su mayoría, un sistema operativo algo distinto.