¡Que le corten la cabeza!

El descubrimiento tuvo lugar durante las excavaciones llevadas a cabo entre 2001 y 2015 en una cueva situada en Lagoa Santa, en el este de Brasil. En la tumba 26 del yacimiento apareció este llamativo hallazgo. El estudio, publicado en la revista PLoS One, indica que el cráneo perteneció a un hombre de unos 30 años y que fue decapitado con afiladas lascas de piedra de unos dos centímetros. Las manos amputadas, se colocaron en su rostro de manera muy concreta: la derecha se situó sobre el ojo izquierdo con los dedos apuntando hacia abajo; mientras que la mano izquierda señalaba hacia arriba reposando sobre el ojo derecho. El enterramiento tenía forma circular, con unos 40 cm de diámetro y se cubrió con cinco losas de piedra caliza.

Por cruel y macabro que parezca, la decapitación es un acto común y bien estudiado en culturas antiguas de América. Los incas, mexicas y otros pueblos americanos tenían entre sus prácticas la decapitación, llevada a cabo en rituales bélicos y religiosos. La cuestión es que la decapitación más antigua que se conocía hasta la fecha tenía en torno a 3.000 años. El hallazgo que estamos comentando no comparte los esquemas cronológicos ni geográficos, puesto que su localización está alejada de los centros culturales donde se formaron las grandes civilizaciones prehispánicas.

De los restos extrajeron el colágeno que, a través del carbono-14, ha permitido datar el hallazgo con 9.000 años de antigüedad. Se trata de uno de los seres humanos decapitados más antiguos del mundo y, con mucho, el primer signo de este acto hallado en América hasta la fecha. Aunque la datación apunta que estamos ante los restos de una misma persona, solo el estudio y comparación de muestras de ADN podría confirmar que el cráneo, las manos y vértebras halladas pertenecen a un único individuo.

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¿Y esto a qué viene?

Las explicaciones que los paleoantropólogos y demás investigadores dan a los restos no son, ni mucho menos, concluyentes. Por un lado, se pensó en la posibilidad de estar ante un enemigo de guerra. Se conocen casos en los que partes del cuerpo (sobre todo la cabeza) del adversario derrotado se lucían como trofeos. Pero el cráneo de la tumba 26 no muestra otros signos de violencia propios de estos casos y, además, todo apunta a que fue enterrado poco después de morir, por lo que no llegó a ser exhibido durante el tiempo que un trofeo de guerra se mostraría al público. Para despejar las dudas por completo, se analizaron los dientes del decapitado. El agua y los alimentos que ingerimos en nuestra vida dejan huellas rastreables. Los resultados indicaron que el individuo enterrado vivió y se alimentó en la misma área geográfica que el resto de los enterrados en el yacimiento, lo que indica que pertenecería al mismo grupo.

Descartada la posibilidad de trofeo de guerra, las explicaciones pasaron al comodín preferido de paleoantropólogos y arqueólogos: el ritual. Está claro que la detallada colocación de los restos humanos en el enterramiento empuja a pensar en un acto ritual. La dificultad está en acertar el tipo de ritual, para lo cual solo se pueden lanzar hipótesis cuya demostración depende de continuar investigando y buscando más pistas sobre nuestro pasado prehistórico. “Que yo sepa no existe ningún otro enterramiento con estas características”, contaba Salazar-García, que formó parte del equipo de investigación. “No se ha encontrado ningún otro objeto junto al decapitado, por lo que pensamos que, en esta época, la forma de expresar sus principios cosmológicos respecto a la muerte era a través de la manipulación del cadáver”.

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Hay quien apuesta por una tercera vía, argumentando que la colocación del cadáver podría responder al intento de desconexión entre los vivos y el ser enterrado. Es decir, limitar la capacidad de interacción del individuo inhumado con los vivos, al cortarle las manos, tapar su cara y sellar el enterramiento con pesadas piedras. Se han documentado etnográficamente y arqueológicamente otros casos en los que un individuo dañino para la sociedad se ha ocultado y puesto a buen recaudo para protección de los vivos.

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