El ritmo imperceptible de los procesos geológicos da una sensación de inmutabilidad del paisaje, esa apariencia de quietud de la corteza terrestre. Los continentes se mueven a la misma velocidad a la que crecen nuestras uñas. En un siglo, lo que para el ser humano es toda una vida, poco cambia: los valles, las montañas, las costas eran más menos igual que ahora. Veinte siglos de historia nos permiten ver el cambio de curso de un río, o un acantilado que retrocede unos metros, formando una playa donde antes no existía. Al igual que en esas películas a cámara rápida que en pocos segundos vemos cómo se abre una flor, deberíamos tomar un fotograma de la Tierra cada 100 000 años para ver modificar la faz de nuestro planeta como vemos abrirse una flor. Sólo así podríamos ver lo que sucede en el aparentemente tranquilo desierto de Djibouti: tres placas se están separando y han creado el Gran Rift del Este de África, el Mar Rojo y el golfo de Aden. Debido a ello, los dos últimos se han llenado de agua. También podríamos ver cómo se alzó el famoso Altiplano andino, 3 000 metros en 20 millones de años.

El ejemplo más llamativo de esta exasperante lentitud geológica lo tenemos en la Antártida, justo en el Polo Sur. No se trata del movimiento de una placa tectónica sino del de los hielos antárticos, de 3 kilómetros de grosor. Se desplazan hacia África y todos los años los científicos de la cercana base de McMurdo deben colocar un nuevo palo que señale el emplazamiento exacto del Polo Sur, a unos 9 metros del colocado el año anterior.

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Islandia, por su parte, es una isla de belleza inacabada. La violencia de sus volcanes contrasta con la aparente quietud de sus glaciares, sus enormes cascadas con los vastos desiertos de lava. Prácticamente sin árboles y expuesta a la lenta erosión del océano, el viento, el agua y el hielo, en algún lugar de la isla un volcán entra en erupción una vez cada cinco años. De toda la lava aparecido sobre el globo en los últimos 500 años, un tercio lo ha hecho en Islandia. Con sólo una edad de entre 16 a 18 millones de años, es la isla más joven y la más activa. Pero Islandia también es única en otro sentido. Aunque políticamente pertenezca a Europa, geológicamente está dividida. Situada justo encima de la dorsal atlántica, la mitad de la isla pertenece a la placa norteamericana y la otra mitad a la euroasiática. Las tensiones tectónicas están separando al país en dos mitades a una velocidad de dos centímetros por año. Unas fisuras que son fácilmente visibles en Thingvellir, los “Llanos del Parlamento”, un lugar singular donde confluye la geología y la historia. Allí los Vikingos establecieron en 930 el Althing, el parlamento vivo más antiguo, allí los islandeses se convirtieron al cristianismo en el año 1000 y allí se declararon independientes de Dinamarca en 1944. A esas llanuras cuarteadas por docenas de fisuras que muestran claramente cómo la corteza se estira y rasga, los granjeros-guerreros vikingos de toda la isla solían acudir a su cita anual de Althing.

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