Lo aterrador es que no había pasado ni un siglo desde que algo parecido sucedió al otro lado de los Urales, a unos 1600 km al este de Moscú. En el valle del río Tunguska. a las 7 de la mañana del 30 de junio de 1908 un bólido de un diámetro mayor que un campo de fútbol y cargado con 10 millones de toneladas de piedras explotó a 8 kilómetros de altura. En un instante árboles y renos fueron aniquilados en un radio de 50 km. La onda expansiva envolvió la Tierra y lanzó tanto polvo a la estratosfera que la luz solar se dispersó desde la cara iluminada del globo a la parte oscura. Y a 10.000 km de distancia, en Londres, el cielo de medianoche se iluminó como si fuera el atardecer. La vida desapareció en un área de 2.000 kilómetros cuadrados.

El suceso de Tunguska nos demuestra que esa imagen poética de una Tierra aislada, una roca azul solitaria surcando del espacio, es totalmente errónea. En nuestro viaje alrededor del Sol (un camino de 900 millones de kilómetros recorridos en 30 millones de segundos) nos acompañan ocho planetas, innumerables lunas, asteroides y cometas, polvo interplanetario, radiación cósmica, neutrinos, viento solar… Cada segundo avanzamos 30 kilómetros por el espacio y si hay algo delante esperándonos o que se dirige al mismo sitio que nosotros, nos lo encontraremos. Y no es algo extraño: cada año llegan a la atmósfera entre 35 y 100.000 toneladas de material interplanetario. Por suerte, la mayoría de esos fragmentos son tan pequeños que arden al contacto con la atmósfera dejando estelas que conocemos como estrellas fugaces. Pero algunos otros son un poco más grandes; los del tamaño de un puño alcanzan la Tierra cada dos horas, según un estudio del equipo internacional que compone el Meteorite Observation and Recovery Program.

Mirá También:  Chascomús: la comunidad católica se une en oración por la defensa de la vida no nacida

¿Qué sucede cuando un bólido del espacio exterior se cruza con nuestro planeta? Todo comienza con la aparición de una bola de fuego en el cielo, que es el aire comprimido en la parte delantera de la roca que se calienta por efecto de la fricción con la atmósfera y cuyo tamaño puede ser mayor que el de la propia roca. Mientras, la superficie de ésta se funde, formando grandes destellos en la cola y estelas de humo que pueden seguir viéndose en el cielo incluso después de la caída. La roca puede acabar desintegrándose antes de llegar al suelo y una lluvia de piedras acaban impactando con el suelo a una velocidad de 2.000 metros por segundo, similar a la de un reactor haciendo un picado. Y todo ello acompañado por el atronador estruendo de la onda de choque que retumba, según relató un testigo, “como el sonido de los cañones en la batalla”. Si la explosión sucede a gran altura, podemos prepararnos para una lluvia de piedras torrencial, como la de Polonia en 1868: cayeron 100.000 piedras, la mayoría menores que trozos de metralla. Y hay otro tipo de meteoritos, que esencialmente son trozos de hierro, que pueden llegar a resistir el choque con la atmósfera sin romperse y llegar intactos al suelo.

Deja un comentario

You May Also Like

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *