Si la política de los primeros cristianos con el Bautista fue menospreciar su figura, con Santiago, el hermano de Jesús, han aplicado el más despiadado silencio, como sucede en los Hechos de los Apóstoles. Ocupando Santiago un puesto de primacía en la primitiva iglesia de Jerusalén tras la ejecución de su hermano -y así lo atestigua en diversas ocasiones Pablo-, el autor de los Hechos lo escamotea de la historia con descaro. Aparece en tres ocasiones como Santiago pero en ningún momento ni menciona que es el hermano de Jesús ni tampoco reconoce explícitamente su liderazgo. No es de extrañar, pues según el profesor de historia del cristianismo primitivo de la Universidad de Gotinga Gerd Lüdemann, el autor de Hechos –que también es el del Evangelio de Lucas- “falsifica la historia en aras del fervor religioso, la política y el poder”.

Pablo, en su primera carta a los Corintios, lista a quienes se aparece Jesús resucitado. Algo fundamental a la hora de distribuir poder en la iglesia primitiva, porque las apariciones otorgan posiciones jerárquicas. Pablo sólo menciona por su nombre a tres personas: Pedro, Santiago y él mismo. Y en su carta a los Gálatas (hacia el año 50) se refiere a él, junto con Juan y Pedro, como columna de la Iglesia. Santiago era un hombre tremendamente religioso y muy valorado en Jerusalén: se le identifica como zaddik, término hebreo que expresa la esencia de la religiosidad y moral bíblicas, y como tal no tomaba alcohol ni comía carne. Su muerte por lapidación debido a un ajuste de cuentas del sumo sacerdote Anano (o Anás) hacia el año 62 es uno de los hechos mejor documentados de la historia del cristianismo primitivo.

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