María Moreno por Nora Lezano (Ampersand).

María Moreno por Nora Lezano (Ampersand).

Entre una madre que le inculcó el aprendizaje de memoria y un padre que miraba con registro de fotógrafo, en el espesor de los tangos y radioteatros, con libros inconvenientes que descubrió a escondidas, maestras maltratadoras, pero también gracias a los lectores generosos de la escuela nocturna, «Contramarcha», de la escritora María Moreno recorre las claves de su camino como lectora para dar cuenta de la construcción del mito de iniciación.

«Lo interesante de cuando terminé de escribir ‘Contramarcha’ fue que se me ocurrieron otros relatos. También verdaderos», confiesa la cronista, escritora, periodista y directora del Museo del Libro y de la Lengua (Buenos Aires, 1947) sobre cierto capricho detrás de la elección de un camino -y no de otro- para contar la biografía lectora con los andamiajes de una novela.

Contramarcha, el último libro de Moreno, editado por editorial Ampersand.

Contramarcha, el último libro de Moreno, editado por editorial Ampersand.

«Contramarcha» (Ampersand) es parte de Lector&s, la colección dirigida por Graciela Batticuore que honra el encuentro íntimo que supone la lectura para cada autor. Junto a Moreno, Sylvia Molloy, Tamara Kamenszain, Carlos Altamirano, Margo Glantz y Sylvia Iparraguirre son algunos escritores-lectores invitados a dar cuenta de su trayectoria pero también de una subjetividad.

Y contramarcha también es el movimiento inaugural que hizo una tarde Moreno, todavía alumna del colegio, cuando su profesora de castellano le hizo un golpecito en el hombro para invitarla a subir al micro y ella retrocedió unos pasos y, finalmente, huyó. Después de ese episodio de pátina trivial, no volvió al colegio. «Lamento la jerga militar pero es precisa. En efecto, algo se puso en marcha entonces, algo, no por confuso menos decidido: de hecho en la contramarcha se impone más la decisión por el desvío que su nuevo sentido. No hay plan ni deseo, sí lo que importa: al contrario que en la retirada, no es el oro es el que nos obliga con su acción», relata en el libro.

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-Télam: ¿Por qué elegiste la estrategia de invocar la figura de la novela para contar tu trayectoria como lectora?
-María Moreno:
Esa figura no debería sorprender tanto. No hay nada en la noche de la memoria que pueda considerarse «los hechos» en su desnudez, sea la toma de Guernica o el «recuerdo» de Freud de cuando tenía seis años y su madre se frotaba las manos y le mostraba la piel negra que se desprende y así intentaba demostrarle que todos estamos hechos de tierra y a la tierra volvemos. Un «los hechos» al que habría que extraerle las capas de apariencia y se llegaría a alguna verdad de eso «hechos». Según el psicoanálisis los recuerdos son encubridores pero lo que alcanza al inconsciente a través de un psicoanálisis tampoco es una verdad última. Otro psicoanalista: otra versión. Los recuerdos se actualizan de acuerdo a las necesidades del presente. Pero «los hechos» es un fantasma aún para los llamados cronistas que privilegiarían el relato a la noticia, el estilo al lenguaje objetivo. De Man, Derrida, Lejeune teorizaron mucho sobre estos problemas. Pero cuando leemos relatos llamados autobiográficos de distintas maneras seguimos siendo como esos concurrentes al circo criollo que se arrojaban a escena con el cuchillo en la mano para defender a Moreira. Porque está la dimensión de la creencia: todes leemos «Mi vida» de Isadora Duncan mimetizando su vida y el relato de su vida. Igual, creo que me basé en una referencia concreta: «La novela familiar del neurótico». Lo interesante de cuando terminé de escribir «Contramarcha» fue que se me ocurrieron otros relatos. También «verdaderos».

«Según el psicoanálisis los recuerdos son encubridores pero lo que alcanza al inconsciente a través de un psicoanálisis tampoco es una verdad última. Otro psicoanalista: otra versión. Los recuerdos se actualizan de acuerdo a las necesidades del presente».

María Moreno

Reconoce haber aprendido a leer con los oídos y ser heredera de otros desertores de las aulas que, a su manera, hicieron la contramarcha y la guiaron como lectora. Lejos de atribuir su fobia -el miedo a hablar en público que asume que le trajo mucho sufrimiento pero que también la acercó a la escritura, un refugio de lectores invisibles- al hecho de cargar con una inseguridad por no tener estudios universitarios, Moreno defiende en su texto esa trayectoria o, si se quiere, esa clave de lectura: «Suelo jactarme de carecer de esa matriz mezcla de potencia y de límite, que impide llegar a zonas donde me muevo con facilidad y, en la que los académicos sacan conclusiones, yo me las apropio como disparadores para seguir adelante por el desfiladero de mis investigaciones que no vacilan en la mezcolanza estudiosa cuyo resultado es una suerte de orgullo laico».

-T: Tus años de estudiante en el nocturno dejaron una marca porque te pusieron en contacto con personajes que te enseñaron a leer en contra. O te daban de leer como un pájaro que alimenta a los pichones con miga en el pico. ¿En qué residía, en ese momento, tu soberanía como lectora?
-M.M:
¿Te referís a un más allá de las influencias? La soberanía o la independencia como lectores es un mito alimentado por la idea de ciertos autores- lectores de representar una singularidad sin deudas. En «Contramarcha» hablo de las marcas que reconozco y canto los robos que me convienen, como todo el mundo. Les lectores podrían decirme las deudas que oculto pero nunca imaginé en este campo la soberanía como valor.

-T: Citás a Juliette Greco: «Debo más a mis oídos que a mis ojos» y sostenés que esa frase bien podría ser tuya. En otro capítulo, a partir de cierto don de los afásicos, sostenés que aprendiste a leer más allá de los libros. ¿La escucha es una de las formas de la lectura?
-M.M:
Sin duda y mi proyecto es ahora trabajar exclusivamente con el testimonio, las novelas orales, deponerme como cronista – traductora-ideóloga-compañera de ruta – sabiendo que es un fracaso pero un fracaso con plus. Estoy aprendiendo del artista Dani Zelko en su experiencia: Reunión. Y, por supuesto, más atrás, con el Walsh que pensaba en el testimonio como un género que derrotara a la novela a través de la elección de la voz, y el montaje.

T: «Me gustaría morir leyendo», confesás. ¿Es el cierre lógico para una biografía («comencé a leer, comencé a vivir») o la forma en la que imaginás que, finalmente, se desvanece el sentido en ese último momento?
M.M:
No se si es un cierre lógico. Más bien es un efecto literario lo que no lo convierte en una mentira. Es un final más drogón que otra cosa: morir perdiendo el sentido literalmente. Seguramente mi muerte será menos elegante ¿entubada? ¿Infartada, aterrada? ¿Ciega y en pañales?

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