Comparada con otros medicamentos de la época la penicilina poseía grandes ventajas: podía aplicarse directamente a los tejidos humanos, era más potente que el fenol como inhibidor bacteriano y era activa frente a muchas especies de bacterias, incluidas aquellas que causan la meningitis, la gonorrea y las infecciones por estreptococos, como la inflamación de garganta. También demostró ser un antibiótico más eficaz que las sulfanilamidas y sin sus efectos secundarios –estas son tóxicas para los riñones-. También se encontró que no era necesario inocular soluciones muy puras: los estreptococos, por ejemplo, son sensibles a diluciones muy bajas, del orden de 1 parte en 50 millones.

Pero su estructura química no se había resuelto y por ello no podía sintetizarse. Extraída de mohos, era trabajo de microbiólogos no de químicos. En julio de 1943 las compañías farmacéuticas norteamericanas producían 800 millones de unidades del nuevo antibiótico. Un año más tarde tocaban techo: 130.000 millones de unidades por mes.

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