El resultado parece el mismo, pero el matiz es importante. No es que las cianobacterias promovieran un mundo más habitable. No había tal propósito, solo desechaban lo que no les era útil, lo tóxico, y fue la evolución biológica la que, por mero azar, y sin ningún propósito, hizo surgir formas de vida capaces de sobrevivir.

Esto genera un nuevo dilema. ¿En qué momentos de la historia de la vida ha funcionado la hipótesis Gaia? Por supuesto, la interacción entre los seres vivos y su entorno es un hecho innegable. Sin embargo, que esta interacción sea constructiva y a favor de unas condiciones óptimas es muy discutible. Hay situaciones en las que los seres vivos han sido responsables de interacciones contrarias al interés de la vida en general, y de las que la vida ha conseguido sobrevivir gracias, no a un equilibrio logrado por seguir un propósito, sino a la propia evolución biológica.

El dilema con la evolución

Algunos biólogos evolutivos se han opuesto frontalmente a la hipótesis Gaia. Tal y como se entiende la evolución biológica, no hay nada en el genoma de los seres vivos que pueda proporcionar los mecanismos de retroalimentación propuestos por Lovelock. Además, el proceso evolutivo no es teleológico, es decir, no actúa con previsión, planificación, ni propósito.

Incluso el funcionamiento de la simulación del mundo de margaritas puede resultar una trampa: funciona porque está diseñado para que funcione, y no puede no funcionar. La simulación se sostiene sobre unas premisas tales que su funcionamiento es ineludible, sin embargo, si se cambian las premisas —por ejemplo, que las margaritas negras prefieran el calor y las blancas el frío—, los resultados son muy distintos y rompen las predicciones de la hipótesis.

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Se han llegado a diferenciar distintos grados de fuerza hipótesis Gaia. En un extremo estaría la Gaia débil, según la cual, las retroalimentaciones no tienen propósito y son el resultado de las dinámicas ecológicas y las interacciones entre los organismos y su entorno, e incluso, a nivel evolutivo.

En el extremo opuesto se encontraría la Gaia fuerte, en la que la biota obedece a un principio con un propósito determinado, y trabaja en conjunto para optimizar la tierra.

El extremo de la Gaia débil, ese nivel de interacción ecológico, con influencia de retroalimentación entre ambiente y seres vivos, y con un sistema de coevolución ya fueron aceptadas y explicadas por la dinámica ecosistémica, selección natural y adaptación, y no suponen ninguna novedad científica. En este nivel de poca fuerza se suele indicar que la hipótesis Gaia funciona, pero es innecesaria.

Las formas más fuertes de la hipótesis Gaia, sin embargo, no han encontrado aún arraigo científico suficiente, y no es algo que acepte el consenso científico; a tal punto que muchos científicos consideran que Gaia es un callejón sin salida.

Si en algo coinciden, sin embargo, partidarios y detractores de la hipótesis Gaia, es en su contribución al cambio de punto de vista. Una plataforma de lanzamiento hacia el conocimiento, que aunque basada en ideas con poco fundamento o contrarias a determinados conocimientos, abren la puerta a preguntas muy interesantes que la ciencia sí puede responder.

REFERENCIAS:

 

Dawkins, R. 1983. The extended phenotype: the long reach of the gene. Oxford University Press.

Free, A. et al. 2007. Do evolution and ecology need the Gaia hypothesis? Trends in Ecology & Evolution, 22(11), 611-619. DOI: 10.1016/j.tree.2007.07.007

Tyrrell, T. 2013. On Gaia: a critical investigation of the relationship between life and Earth. Princeton University Press.

 

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