“Los astrónomos descubren una civilización extraterrestre”. Para muchos, este titular sería el descubrimiento más excitante, desafiante y profundo de la historia de la humanidad. La idea de una pluralidad de mundos habitados en el universo es tan antigua como la civilización. Fue una idea herética en tiempos anteriores al Renacimiento –Giordano Bruno fue quemado en la Piazza dei Fiore de Roma por ello en 1600–. Un lento pero continuado incremento en el número de artículos y libros sobre la posible existencia de otros seres diferentes a nosotros fueron apareciendo desde entonces. El rápido progreso de la ciencia y la tecnología, nuestro entendimiento, aunque pobre, de los mecanismos que rigen la evolución cósmica, la consolidación de la hipótesis darwiniana y lo más importante, el tenaz trabajo de los pioneros en el heterodoxo programa englobado bajo las siglas SETI (Búsqueda de Inteligencias Extraterrestres) han hecho posible que la comunidad científica se tome en serio la posibilidad de vida en otros planetas.

Curiosamente, en la década de 1830 bastantes científicos creían que había vida en la Luna. Incluso algunos afirmaban haber visto carreteras y otras construcciones artificiales en su superficie.

Pero lo mejor sucedió cuando el 25 de agosto de 1835, cuando el periódico neoyorkino The Sun comenzó a divulgar una serie de artículos supuestamente basados en otros publicados en el Edinburgh Courant y el Edinburgh Journal of Science.

Según estas fuentes, continuaba The Sun, el astrónomo descubridor de Urano, Sir John Herschel, había construido un telescopio con una lente de siete toneladas. Gracias a una ingeniosa distribución de lentes y espejos, Herschel era capaz de aumentar una imagen 42 000 veces sin perder luminosidad.

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En seis ingeniosos artículos The Sun iba desgranando los descubrimientos de Herschel: volcanes, playas de arenas blanquísimas, árboles, flores de color rojo oscuro y obeliscos de amatista. Los animales y los pájaros eran reminiscencias de animales reales y míticos, pero con diferencias apreciables y, en general, de apariencia grandiosa. Entre los animales más misteriosos estaban unos del tamaño de una cabra, con un único cuerno al estilo del unicornio, y unos anfibios de forma esférica capaces de moverse a altas velocidades. Y el gran protagonista de esta historia: el Vespertilio homo u hombre murciélago.

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