Los católicos ortodoxos residentes en Ucrania transcurren Semana Santa en un clima desapacible con vientos de guerra devastadores soplando, sin cesar, del cuadrante nordeste, desde el 24 de febrero último.

Ni las súplicas del Papa Francisco, ni la imploración de Bartolomé I (patriarca de Constantinopla y líder honorario de unos 300 millones de cristianos ortodoxos repartidos por el mundo), ni el pedido formal del secretario general de Naciones Unidas, António Guterrez, lograron que Rusia aceptara un alto el fuego desde el jueves último hasta el domingo. Todas las imploraciones coincidían en el mismo propósito: que los feligreses del culto de referencia pudieran celebrar la Resurrección de Jesús y la promesa de vida eterna para los cristianos, sin disparos de morteros ni lluvia de misiles desplomándose sobre los templos de esa hermandad en la fe ni en otros espacios reservado a la oración.

Por el contrario, a mediados de esta semana, el presidente ruso Vladimir Putin ordenó concentrar gran parte del poderío militar desplegado en territorio ucraniano para tomar el control de la región del Dombás, corazón industrial del país vecino. El asalto crucial se concretó entre el jueves y el viernes; según el Kremlin.

Moscú aseguró que las acciones concluyeron con el establecimiento del dominio ruso en la arrasada y estratégicas ciudad de Mariúpol, versión que fue desmentida por el Gobierno de Kiev. Volodimir Zelensky dijo el viernes que continuaba “la resistencia” en esa urbe a orillas del mar de Azov. El aguante está a cargo de unos dos mil soldados ucranianos atrincherados en el complejo metalúrgico de Azoystal –de unos cuatro kilómetros cuadrados de superficie–, donde también habría refugiados civiles, precisó el mandatario.

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Por imperio de las circunstancias, es probable que esta noche, víspera de Pascua, se vean menguados los oficios religiosos tradicionales de este tiempo litúrgico ortodoxo que suelen contemplar –como expresiones de fe características– una procesión de velas y lecturas sagradas fuera de la iglesia.

El conflicto armado también modificará seguramente el rito secular del domingo de Pascua, la fiesta central del cristianismo en la que se conmemora el retorno a la vida del Salvador, al tercer día de haber sido crucificado.

Vale recordar que la Iglesia Católica Ortodoxa celebra la Pascua de Resurrección el primer domingo después de la Luna llena, tras el equinoccio de primavera en el hemisferio norte (el 21 de marzo).

Debido a esa particularidad astronómica, la Pascua ortodoxa coincide con la que celebran los cristianos de rito occidental sólo cada tres o cuatro años.

Peleas de sagrario

La invasión rusa a territorio ucraniano además de aversiones viscerales por cuestiones geopolíticas, étnicas, ideológicas y hasta de concepción del Estado y del mundo, avivó también diferencias de larga data entre los líderes religiosos de la Iglesia Ortodoxa de Ucrania (y muchos de sus fieles) con el patriarcado ortodoxo de Moscú (y parte de su rebaño)

Si bien los rencores entre unos y otros se remontan desde hace siglos, detonaron el 5 de enero de 2019, a orillas del Cuerno de Oro, en Estambul, Turquía.

En esa fecha, en la sede del patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, se firmó el decreto que otorgó a la Iglesia Ortodoxa de Ucrania libertad de acción, desvinculándola del Patriarcado de Moscú, del que dependía desde 1686.

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La medida provocó una respuesta furibunda de las autoridades eclesiástica rusa e incrementó las tensiones entre Kiev y Moscú que se habían desatado en 2014 tras la anexión rusa de Crimea y el apoyo del Kremlin a los separatistas prorrusos en el Dombás, donde esta semana las tropas de Putin concretaron ataques masivos a lo largo de cientos de kilómetros para tomar el control de la región.

Desde la consumación de aquella escisión cristiana hasta hoy, el Patriarcado de Moscú –que rivaliza desde hace años con el de Constantinopla como centro de poder ortodoxo- culpa a Bartolomé I, cada vez que se le antoja, de “haber puesto fin a la fraternidad ortodoxa mundial”. Asimismo, sostiene que desde ese día perdió el derecho a ser llamado el líder espiritual de los cristianos ortodoxos de su congregación “uniéndose al cisma”.

El encono creciente entre las jerarquías católicas ortodoxas de Rusia y Ucrania se hizo evidente ante los ojos del mundo en el transcurso de esta Semana Santa en contexto de guerra.

Por caso, en sus últimas homilías, Vladimir Mijáilovich Gundiáyev, el patriarca Cirilo o patriarca Kiril (actual cabeza de la iglesia ortodoxa rusa) llamó a lsus compatriotas a cerrar filas con el Kremlin y su Ejército en la guerra santa contra el “Anticristo”, en alusión al Gobierno de Ucrania.

Y en lo que va del tiempo pascual no hizo referencia alguna al sufrimiento de los civiles ucranianos, ni al llamado al alto al fuego multilateral. Tampoco aludió a la tregua de cuatro días pedida por el jefe de la ONU, como sí lo hicieron el papa Francisco y otros líderes ecuménicos.

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