Por Emilia Racciatti y Julieta Grosso.

La aprobación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo generó satisfacción, euforia y hasta desahogo en un conjunto de escritores y escritoras que desde la ficción, la acción en redes y la implicación en distintas campañas contribuyeron a esta instancia que le otorga legalidad a un reclamo que una parte de la sociedad ya había legitimado a través de debates que pusieron en foco la demanda por la soberanía de los cuerpos y el acceso al aborto asistido para todos los sectores sociales.

La explosión emocional que se produjo luego de que el cartel electrónico que enmarca la Cámara de Senadores consagrara como favorable el segundo proyecto de ley sobre el aborto que se debate en el Congreso, condensa una trama de luchas y reivindicaciones que durante mucho tiempo empujaron en soledad los colectivos feministas pero que en los últimos años se consolidaron en la agenda pública como una demanda urgente articulada por grupos intergeneracionales y socialmente heterogéneos.

Claudia Piñeiro, Sergio Olguín y Florencia Abbate fueron algunos de los escritores que festejaron la sanción.

Claudia Piñeiro, Sergio Olguín y Florencia Abbate fueron algunos de los escritores que festejaron la sanción.

«Este hito tiene muchísimas implicancias. Una de ellas es el respeto a la capacidad de decisión de las mujeres y a nuestra autonomía. Todavía vivimos en una sociedad en donde muchas veces no se respeta el derecho de las mujeres a decir que no, ante distintas situaciones, que pueden ir desde una relación sexual hasta cuestiones tan decisivas y determinantes como la maternidad. El derecho humano a decidir sobre la propia vida es fundamental», señala a Télam la escritora y ensayista Florencia Abbate.

Para la autora de «Felices hasta que amanezca» y «Biblioteca feminista», el derecho al aborto implica también «un poco menos de injusticias de clase, que en nuestra región son tantas, y la posibilidad inmediata de evitar muertes por abortos precarios. Todas las implicancias de esta ley son a favor de una sociedad con más justicia y libertad».

En esa línea reflexiona también la escritora Agustina Bazterrica, para quien la aprobación de la ley no implica conductas compulsivas ni una vulneración de los derechos de quienes se oponen a la interrupción del embarazo: «La despenalización del aborto no obliga a abortar, sino que legaliza y ofrece seguridad a quienes deciden hacerlo, evitando situaciones de clandestinidad que causan la muerte de miles de mujeres y personas gestantes», analiza.

Y prosigue: «La penalización demostró su fracaso. No sólo no persuade a nadie de no interrumpir embarazos no deseados, sino que funciona como una pena de muerte de hecho, y de clase, de las personas más vulnerables.  Aplaudo la lucha de tantos años de las feministas que abrieron canales de información que redujeron el miedo, el desconocimiento, la hipocresía y la doble moral. La maternidad debe construirse desde la libertad de elección, no desde el mandato social punitivo».

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Tanto la autora de «Cadáver exquisito» como Abbate participaron de distintas acciones impulsadas por un colectivo de escritoras que viene acompañando la campaña por la legalización del aborto desde el proyecto de ley presentado en 2018 en el Congreso. Junto a otras 26 autoras entre las que se encuentran Claudia Piñeiro, María Inés Krimer y Claudia Aboaf, leyeron anoche en la vigilia del debate en Senadores un texto coral titulado «Fuego verde» que enfatiza la necesidad de aprobar el aborto legal, seguro y gratuito «para que el deseo no sea un privilegio».

De la movida participó también la ensayista Lucía De Leone, una de las coordinadoras del primer volumen de la flamante «Historia feminista de la literatura argentina», quien explica a Télam: «Esta sanción implica el cierre de una lucha que comenzó, se propagó y ganó espacio en otros lados. El debate está ganado, lo que falta es el cierre institucional, que una república debe dar para que una ley exista».
A la vez, la investigadora se expide también sobre lo que analiza como una sanción a destiempo. «Es un debate tardío, obsoleto, que se nutre de argumentos irresponsables que parecen venir de una época muy atrás. El debate ya está dado, se dio en la calle, en las militancias, en todos lados».

«Creo que es una legalidad tardía más que nada porque en gran parte del mundo, sino la mayor parte, este derecho ya fue discutido y aprobado hace unos cincuenta años. En ese sentido llegamos medio siglo tarde. Y es inaceptable que en la mayoría de los países de América Latina todavía no se haya legalizado un derecho reproductivo tan básico como es el aborto sin causales», coincide Abbate.

Otra de las que integró el entramado de escritoras que militaron la legalización del aborto fue Alejandra Laurencich, para quien la sanción de la ley implica «una conquista rotunda, no sólo para las mujeres sino –más allá de la consideración que cada cual tenga sobre el aborto y sus consecuencias en cada caso- para la sociedad en su conjunto».

«En este sentido, podría afirmarse que la Argentina ha salido del oscurantismo, de la hipocresía: aborto hay y hubo desde siempre, en todas las clases sociales y a pesar de la prédica de los sectores más conservadores. Y seguirá existiendo, claro, pero a partir de esta ley lo clandestino sale a la luz, y la conciencia de cada mujer gestante podrá entonces decidir bajo el amparo de los protocolos de la Salud Pública, en un marco de información y no de ignorancia», remarca la autora de «Lo que dicen cuando callan».

«A partir de hoy nadie condenará o le impondrá a nadie lo que debe hacer con su cuerpo, con su proyecto vital. Y es justo: ninguna persona puede obligar a una mujer a abortar, pero a quien haya decidido hacerlo, por las razones que sean, la sociedad y el Estado tienen la obligación de acompañarla, darle seguridad y asistencia, como en la mayoría de los países civilizados», sostiene Laurencich.

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Aunque impulsada en su cara más visible por los colectivos feministas y la marea verde integrada por las nuevas generaciones de mujeres que la convirtieron en su lucha identitaria, la legalización del aborto no deja afuera a hombres y escritores como Sergio Olguín, que en su novela «Lanús» (2002) retrata los contratiempos de una pareja de jóvenes que quiere abortar y no tiene los medios para concretarlo.

La sanción implica terminar con una injusticia histórica, es terminar con una condena a muerte de muchas mujeres que no pueden acceder a un aborto en las condiciones sanitarias óptimas. Es también poner al Estado a proteger y a cuidar a las personas gestantes, darles la posibilidad de llevar adelante su vida como ellas quieren, sabiendo que hay un sistema social que las respalda

Sergio Olguín

Para Olguín, la sanción de la ley no solo mejora la situación de las personas gestantes sino que promueve una sociedad más justa:  «Tanto el feminismo como los colectivos LGTBIQ, con sus reivindicaciones, sus luchas y reclamos, consiguieron que la Argentina sea un país mucho mejor que el que teníamos hace veinte años. Lo que vuelve a demostrar que ningún Estado regala derechos ni mejoras si no hay un trabajo de militancia», precisa.

Carlos Godoy, autor de la novela «Jellyfish. Diario de un aborto», opina que esta nueva norma, «que comenzó con un debate sobre los alcances de salud pública y la legislación del Estado sobre los modos en que la religión ordena la vida de las personas, se terminó convirtiendo en una deuda con la militancia feminista» por lo que señala que «implica saldar una deuda que el gobierno de Alberto Fernández se propuso».

«Junto con el inicio de la campaña de vacunación el día martes, la sanción de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo representan el modelo de gestión albertista en un año tan extraño que no se si alguna vez vamos a terminar de entender todo lo que pasó», apunta el escritor.

También apeló a la literatura para escenificar su visión sobre el tema el escritor Ariel Magnus, que bajo un título sin sutilezas, «El aborto. Una novela ilegal» (2018), cuenta la historia de una mujer que a los 40 años queda embarazada sin desearlo y junto a su pareja se proponen viajar a Uruguay, donde la práctica abortiva ya está legalizada.

«Escribí mi novela cuando era un tema absolutamente tabú. De eso hace nada más que cuatro años. No hay que olvidarlo, aun cuando a este segundo tratamiento de la ley hayamos llegado casi hastiados, como si fuera un tema que venimos debatiendo hace siglos. Ni siquiera cuando se aprobó en Uruguay podíamos imaginar que lo mismo fuera a ocurrir en Argentina en un lapso razonable», indica.

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«Así que ya se sabe: la próxima vez que un derecho fundamental parezca imposible, tenemos un buen ejemplo de que todo puede revertirse con bastante rapidez. El tema de mi novela sobre el aborto, felizmente ya no ilegal, era el único que ahora pasa a tener relevancia: el de la decisión personal de quien va a interrumpir un embarazo», amplía el autor de «Un chino en bicicleta».

Por su parte, Natalia Zito considera que «esta legitimidad de la legalización del aborto se la debemos a miles de mujeres que llevan años alzando la voz, pero el ejercicio debería ser algo que pueda popularizarse, que no sea privativo del feminismo o que todos y todas seamos feministas si feminista significa saber leer lo que sucede y actuar en consecuencia con una mirada crítica, con voluntad de mejorar, de ampliar, de incluir, de dejar de moralizar».

La escritora Dolores Reyes enfatiza que en esta jornada «el movimiento de mujeres logró la salida de la clandestinidad de una práctica que es llevada a cabo por mujeres y por todos los cuerpos con posibilidad de gestar, como resultado de una elección de vida» porque indica que «a veces decidimos abortar y a veces no hacerlo, por lo tanto la sanción pone en jaque un mandato que durante siglos hemos padecido las mujeres como una forma de opresión absoluta: el de la maternidad obligatoria, como destino de vida».

Finalmente, la escritora Cecilia Szperling, que integró el grupo de escritoras pionero en la discusión del aborto, señala: «Que se haya dado esta ley significa romper cadenas, liberarse, tener decisión sobre nuestros cuerpos. Fue muy extraño ver cómo con el matrimonio igualitario y la Ley de Identidad de Género la sociedad argentina avanzaba mientras que a la vez las mujeres y los cuerpos gestantes estábamos en un espacio donde el útero quedaba encadenado a las decisiones religiosas, como si fuéramos parte de una teocracia y no de una democracia».

«Este estado de ser ciudadanas de segunda clase nos trajo muerte, enfermedades, desprotección, desvalidez, trajo maternidades no deseadas y niñas madres… esa clandestinidad fue una condena sobre los cuerpos y una condena también simbólica de represión y censura. El habernos liberado de esas ataduras significa que nos podemos liberar de otras», cierra la autora de «Selección natural» y «El futuro de los artistas».

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