Pero eso es lo único que hace de ellos un problema menor: su pequeño número, porque cada lanzamiento puede llegar a ser decenas o cientos de veces más contaminante que un vuelo transoceánico y porque su contaminación ocurre en lugares de la atmósfera hasta ahora ignorados. Esto mismo ha estudiado el equipo de la universidad de Nicosia, en Chipre, liderado por los investigadores Ioannis W. Kokkinakis y Dimitris Drikakis. Ellos han estudiado el efecto del lanzamiento de un cohete en la concentración de dióxido de carbono (CO2) y de óxidos de nitrógeno (NO y NO2). Concretamente han utilizado para sus modelos los datos correspondientes a un cohete Falcon 9, de SpaceX. Esto ha sido por la disponibilidad de datos más que por una preferencia personal.
Ellos han estudiado la contaminación de la atmósfera hasta aproximadamente los 70 kilómetros de altura, comprobando que es considerable, en contraposición a la de los vuelos comerciales, que apenas supera los 10 kilómetros desde la superficie terrestre. Esta contaminación a mayor altura hace que se introduzcan gases en concentraciones mucho mayores a las dadas de manera natural, provocando procesos que aún no entendemos lo suficiente. Al ascender un cohete en su camino a la órbita baja terrestre, calcularon que a baja altura, el dióxido de carbono añadido era mucho menor a la concentración ambiental, pero que superados los 40 kilómetros de altura estas concentraciones se igualaban, llegando a proporciones de 30 a 1 para alturas de unos 70 kilómetros. Es decir, cuando un cohete atraviesa las capas altas de la atmósfera emite, debido a la quema de su combustible, unas 30 veces más CO2 por kilómetro cúbico del que ya había antes del paso del cohete.
Este aumento tan significativo se ve dispersado con el tiempo, cayendo el dióxido de carbono poco a poco a alturas más bajas, aunque si el ritmo de lanzamientos espaciales aumentara lo suficiente podría llegar a verse superada la dispersión, aumentando con el tiempo la concentración de CO2 a esta altura. Esto puede calentar estas zonas de la atmósfera, trayendo efectos actualmente desconocidos sobre el resto de la atmósfera. Además, las cantidades de monóxido de carbono y de vapor de agua introducidas a esta altura, aunque son menores que las de dióxido de carbono, son enormes comparadas con las concentraciones naturales, que son prácticamente del 0 %.