Nadie votó a Carlos Menem. Tampoco a Fernando de la Rúa. Ningún independiente votó a los Kirchner. Mauricio Macri nunca ganó. Sólo Cristina hizo presidente a Alberto. Nadie habrá votado a Javier Milei. Como ya se conoce la capacidad de la sociedad argentina para hacerse la distraída con sus propias decisiones, más vale anticiparse a esa discusión.

No se puede confiar en las encuestas en un país donde pronostican que la salida del sol por la mañana puede caer siempre dentro del margen de error. Pero si Macri dice que puede haber un balotaje de Juntos por el Cambio contra Milei, y Cristina Kirchner empieza a estudiar un escenario electoral de tres fuerzas parejas y competitivas, debe ser por algo.

La participación en las elecciones nacionales viene decayendo desde hace varios años. Para los próximos comicios, Javier Milei se presenta a sí mismo como la última estación de peaje antes de la abstención. Esa apelación al voto desesperado merece ser analizada con el máximo rigor. Aunque se exprese por medio del voto, la desesperación suele ser enemiga de la racionalidad democrática.

Pero no por riesgosa es incomprensible. Sobre todo si se mira la dimensión económica de la crisis: el salario real es el más bajo de la última década y es un indicador limitado, porque sólo refleja la decadencia de la economía formal. Un espacio cada vez más pequeño frente al abismo sombrío del trabajo informal, el desempleo, la pobreza y la indigencia crecientes. En ese abismo, habita más de medio país.

Desesperación política

La desesperación no es sólo económica. Los desterrados del modelo miran al Estado como una ciudadela de privilegios que tira mendrugos por las ventanas. El saqueo sistemático del Estado perpetrado por el kirchnerismo destruyó la política. Dijo que venía a recuperarla de los poderes fácticos y terminó convirtiéndola en privilegio de clase.

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Esa degradación explica que al progresismo no le hayan quedado ni argumentos, ni autoridad moral para frenar las frágiles impugnaciones de Milei. Aquellos intelectuales que daban cátedra en las épocas de las vacas gordas huyeron de la escena. No cambiaron de ideas: la realidad les cambió el público. De tanto justificar a personajes como José López, Ricardo Jaime, Lázaro Báez o Sergio Schoklender para defender a Cristina, perdieron credibilidad para defender a Cristina. Y cuando se comprobó que en el vértice de la corrupción estaba Cristina, enmudecieron para siempre. Aunque sigan firmando tesinas bilingües para vivir y viajar cobrando del Conicet.

Tampoco el periodismo se le anima a Milei. Hay toda una tribuna de doctrina que ya le entregó su liberalismo por alguna extraña seducción de los raros peinados nuevos. Como en los años 1990 con Menem. Otra vez confundiendo los derechos políticos con la emisión monetaria. A los analistas que por temor a pelearse con el kirchnerismo creyeron posible el territorio inexistente de Corea del Centro, les aparece ahora un emergente indeseable por derecha. Ese Finisterre que para ellos terminaba en Patricia Bullrich.

También la política pretendió de inicio subestimar a Milei. El kirchnerismo le echaba leña al fuego creyendo que sólo le sacaba votos a la oposición. Juego corto: si Milei es la última casilla de peaje antes de la abstención, es porque le resta votos a todos.

El peronismo que itineró secuestrado durante la dominación de los Kirchner también está en problemas. Descubrió la grieta como significante vacío cuando quedó totalmente vacío. Cuando ya no sirve para explicar nada. Milei impuso uno nuevo: la casta. Que tampoco es operativo, pero promete funcionarle hasta la próxima gran desilusión argentina.

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Todos los referentes de Juntos por el Cambio dicen que la unidad está garantizada. Arriba, puede ser. Abajo no está tan claro. Por eso vacilan frente al factor Milei. Macri y sus aliados lo cortejan; Larreta y los suyos lo impugnan. Todo ganancia para Milei. La parábola del consenso interno en crisis en Juntos por el Cambio es sorprendente: ¿a la división interna de la oposición que no pudo conseguir el Frente de Todos con su éxito electoral de 2019, la está consiguiendo el Gobierno con su fracaso irremontable de 2023?

Arte conceptual

Milei suma también algunas validaciones impensadas. El empresariado nacional (el mismo retratado en la causa de los cuadernos) lo escucha enunciar los delirios teóricos más inverosímiles y cabecea asintiendo como si diluviara lógica. Algunos son los mismos que escuchaban a Máximo Kirchner explicarles la plusvalía.

Domingo Cavallo le elogia a Milei las promesas de dolarización sin dólares. Cavallo puede reivindicar un mérito enorme: el último plan de estabilización inflacionaria exitoso fue el suyo. Pero jamás admitirá su precaria percepción de los liderazgos políticos. Confundió a De la Rúa con Menem. Todavía anda explicando ese error.

A Milei, un riesgo bien concreto para la democracia argentina, le conviene todo lo que hable de él. Lo suyo es como el arte conceptual de Piero Manzoni. Para el arte conceptual, el estímulo al pensamiento es por sí mismo la obra, sin importar la ejecución material del artista. Yoko Ono organizó conciertos silenciosos en los que el público tenía que imaginar la música.

Piero Manzoni presentó en una muestra latas de conserva, selladas y etiquetadas como “Merde d´Artiste” (no necesita traducción). Les puso como precio su peso real, pero en oro. Para demostrar que el mercado del arte puede comprar cualquier cosa. El mercado le dió la razón: llegaron a subastarse por más de 250 mil euros.

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Lo curioso del caso es que quien no compraba esa deyección también estaba confirmando el título de la obra. Así funciona la lógica falaz de los impostores.

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