Estas especies, de las que tenemos varios fósiles, son excepcionales. No solo observamos en ellas a los murciélagos más antiguos —unos 52 millones de años, Onychonycteris medio millón de años más antiguo que Icaronycteris— sino que son murciélagos plenamente funcionales.

Lo único que puede calificarse de primitivo en ellos son sus proporciones, sobre todo respecto a la longitud de las falanges que sujetan el quiropatagio —más cortas que las de los quirópteros actuales—. Sin embargo, entre ambos fósiles hay una diferencia. Icaronycteris, el más reciente de los dos, conserva todas las estructuras craneales que presentan los quirópteros actuales, por lo que se deduce que tenía la capacidad de ecolocalización —el radar sónico de los murciélagos— que Onyconycteris no la tenía, lo que indica que el vuelo fue anterior a la ecolocalización.

La morfología de estos murciélagos primitivos muestra una capacidad plena de vuelo mediante el aleteo. Toda la estructura muscular y esquelética que requiere el batir de alas ya la tenían. Lo que implica que la transición al vuelo tuvo que suceder antes.

¿Desde el suelo hacia arriba, o cayendo desde los árboles?

Tradicionalmente, cuando se habla de animales capaces de alzar el vuelo, surgen dos hipótesis posibles para explicar su origen. La que en inglés llaman ground-up, es decir, que desde el suelo hacia arriba, y la llamada tree-down, es decir, desde los árboles hacia abajo.

Ante la ausencia de información, ambas hipótesis resultan plausibles, las dos han tenido sus defensores. Por un lado, hay científicos que apoyan un origen terrestre; animales con manos palmeadas con las que ayudarse para impulsarse y capturar insectos, que evolutivamente haya llevado a un comportamiento en el que se den saltos cada vez más largos, sostenidos por unas alas rudimentarias, que finalmente llevase a un verdadero vuelo.

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Otros científicos defienden un origen arbóreo, según el cual, las manos actuarían junto a un patagio cada vez más desarrollado, para planear de árbol a árbol, como las actuales ardillas voladoras, los colugos o los petauros. De hecho, es llamativa la presencia de estas membranas de piel en tres grupos evolutivamente separados: las ardillas voladoras son roedores como las ardillas comunes o las ratas; los colugos son dermópteros, más próximos a los primates; y los petauros son marsupiales como los canguros. Tres tipos de animales que tienen la misma estructura, pero que han evolucionado de forma independiente, por lo que es probable que haya sucedido más veces en el pasado, y los ancestros de los murciélagos tuvieran este tipo de estructura. Esto la convierte en la hipótesis más probable.

Algunos autores, durante los años 80 y 90 del siglo pasado, llegaron a proponer que dermópteros y murciélagos debían de pertenecer al mismo grupo filogenético, que llamaron Volitantia. Sin embargo, estudios mucho más recientes muestran que, en realidad, los animales más próximos en términos evolutivos a los quirópteros son, por extraño que parezca, los artiodáctilos —camellos, jabalíes, rumiantes…— y los perisodáctilos —caballos, tapires, rinocerontes…—. Y toda similitud con los colugos o con las ardillas voladoras se debe únicamente a la convergencia evolutiva.

Los ignotos proto-murciélagos

Es evidente que, aunque no haya fósiles, ese proceso evolutivo tuvo que suceder de alguna forma. Y dado que el registro fósil y su incompletitud no nos llegan a solucionar el dilema, sí podemos, al menos, hacer un ejercicio de predicción teórica para saber cómo serían aquellos mamíferos que, posteriormente, evolucionaron en murciélagos.

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