Pero en los años 40 entró en juego un químico de la Universidad de Pensilvania llamado Russell Marker, experto en esteroides. Sabía que estos compuestos podían utilizarse para obtener progesterona en grandes cantidades, y también sabía que en el mundo vegetal había plantas que contenían esteroides, como cierto tipo de batata silvestre de México. Dispuesto a todo, renunció a su puesto en la facultad, alquiló una vivienda en el campo y se puso a recorrer en mula la jungla sur de México. Tras su expedición agrícola recogió diez toneladas de batatas y, trabajando en un laboratorio alquilado en la ciudad de México, aisló los esteroides mediante un proceso que recibe el nombre de degradación Marker. De regreso en EE UU sintetizó 2 kilos de progesterona que en el mercado valían unos 160 000 dólares.

Luego volvió a ciudad de México, cogió la guía telefónica y convenció a dos empresarios para crear una compañía, Sintex, destinada a sintetizar progesterona. Poco iba a durar aquella asociación. A los dos años Marker abandonó la compañía y regresó a EEUU. Mientras, sus asociados mexicanos contrataron a un químico cubano, George Rosenkranz, para que continuara el trabajo y sintetizara la hormona masculina, la  testosterona. La Sintex rompió el monopolio europeo de las hormonas y el precio cayó de 80 dólares a un dólar el gramo. En 1949 Sintex pidió al austríaco Carl Djerassi que produjese artificialmente otros tipos de hormonas. Usando la degradación Marker fue capaz de producir cortisona a un coste mucho más bajo utilizando diosgenina extraída de plantas como el ñame silvestre. 

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