Por un lado, el rango que supone la diferencia entre una estrella de primera magnitud y otra de sexta magnitud equivale a un factor 100 en brillo. Una estrella de magnitud 1 es por tanto unas 100 veces más luminosa que una estrella de magnitud 6. Esto significa que un aumento de magnitud de 1 equivale aproximadamente a una disminución del brillo de unas 2’5 veces. Esto es porque 2’5 elevado a 5 da aproximadamente 100. Lo que esto significa, en términos más prácticos, es que la escala que a ojos (nunca mejor dicho) de Hiparco parecía lineal, era en verdad exponencial.

Otra de las cosas que observaron los astrónomos modernos es que hay incontables estrellas más allá de la magnitud 6 de Hiparco, más allá de lo que el ojo humano es capaz de percibir. Estas estrellas y objetos astronómicos fueron descubiertos mientras mejoraban los telescopios a lo largo de los siglos. Las lunas más grandes de Júpiter por ejemplo alcanzan magnitudes de entre 5 y 6 en oposición, en el momento más próximo de su órbita, pero no fueron descubiertas hasta el año 1610 porque el brillo de Júpiter las eclipsaba. Urano se sitúa en el límite de la visión humana, con una magnitud próxima a 6. Esto hizo que fuera observado desde la antigüedad, pero que no fuera identificado como planeta hasta finales del siglo XVIII. Neptuno por el contrario tiene una magnitud situada entre 7 y 8, por lo que no fue observado hasta su descubrimiento, a mediados del siglo XIX. De esta forma, la escala de magnitud de Hiparco se extendió para incluir a los astros que no eran suficientemente brillantes para ser visibles a simple vista, pero también para incluir a aquellos todavía más brillantes que las estrellas del firmamento, como Marte, Júpiter o Venus, pero también la Luna y el Sol.

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