Este particulado atmosférico se designa con las letras PM (del inglés particulate matter o materia particulada) seguido de unos números, como puede ser PM2,5 o PM10, que hacen referencia al tamaño de esas partículas. Así, una partícula PM 2,5 mide menos de 2,5 micras y una PM10 mide 10 micras o menos. Para darnos cuenta de lo que esto significa pensemos que el ancho del hilo de seda de una telaraña es de 3 a 8 micras, y el del plástico transparente que tenemos en la cocina está, generalmente, entre 10 a 12 micras.

Desde un punto de vista sanitario las partículas que más preocupan son las de 10 micras o menos. ¿Por qué? Porque cuanto más pequeñas sean tienen más posibilidades de atravesar las diferentes defensas que tiene nuestro cuerpo y llegar al interior de los pulmones y al torrente sanguíneo.

El aire que respiramos siempre contiene este tipo de particulado, que incluye el polen, sal marina (sobre todo si se vive en zona costera), los restos de la combustión de los automóviles y el polvo que habitualmente contiene el aire. No solemos ser muy consciente de ello, salvo cuando nos toca limpiarlo en casa, pero en la atmósfera de nuestro hogar flota un depósito de más de 10 millones de diminutos objetos extraños por metro cúbico: trocitos de neumático derretido, escamas de piel, sal marina, polvo de cemento, arena de los desiertos de la Tierra y muchas más cosas que es lo que conocemos por el nombre genérico de polvo. Todas esas partículas tardan desde horas hasta semanas en depositarse sobre muebles, estanterías, libros, televisiones y suelos, en una constante y prácticamente imperceptible lluvia.

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