Si nos remitimos a una época anterior a Colón, la mayor parte de lo que se cultivaba en el Mediterráneo tampoco era originario de esta región, sino que se había ido introduciendo a lo largo de miles de años de migraciones, relaciones comerciales e intercambios con otros pueblos.

Verduras tan características como zanahorias, espárragos, espinacas o los esenciales ajo y cebolla, así como frutas hoy tan populares como el melón, la cereza, la ciruela, la manzana, la pera, la granada, el higo, las uvas e incluso las importantísimas olivas, materia prima para la obtención del aceite que es prácticamente definitorio de la dieta mediterránea, fueron introducidos en Europa por distintos pueblos —persas, fenicios, griegos, romanos— desde distintas regiones de oriente medio, Asia occidental y central. El mismo origen tienen las plantas que dieron lugar al trigo moderno y la avena, y muchas legumbres como el garbanzo, la lenteja y el guisante.

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