La serie que acaba de estrenar Starplus narra dos fracasos: el del gobierno de Fernando de la Rúa y el de la ficción argentina a la hora de encarar los acontecimientos históricos con potencial narrativo. Seguimos con la despolitización vía plataformas extranjeras.

Cuesta creer que a lo largo de seis episodios de no más de 40 minutos de duración, basados en el libro de Miguel Bonasso, El palacio y la calle, no resuene ni una sola vez la palabra “neoliberalismo”. El relato se estructura en torno a un personaje ficticio, militante radical, asesor del entonces jefe de gabinete Chrystian Colombo. Las escenas, de difícil comprensión para cualquier extranjero o, incluso, para algún argentino despistado que no tenga mucha noción de historia, arman de un episodio trágico una telenovela que pretende ser un thriller político en la senda de la tradición norteamericana.

La historia, que no necesita aviso de spoilers porque todo el mundo sabe cómo terminó, se centra exclusivamente en los pasillos de la política, pintando a los dirigentes de la época como una manada de inescrupulosos y conspiradores, dispuestos a pegarse la puñalada por la espalda ante la menor ocasión. Como no podía ser de otro modo, ante semejante grado de despolitización de los hechos narrados, los peronistas aparecen como los malos de la película, De la Rúa como un presidente desorientado y su jefe de gabinete, Chrystian Colombo, como un tipo que ve lo que pasa pero al que nadie le hace caso. Mathov, el Secretario de Seguridad de De la Rúa, responsable de la matanza del 20 y el 21 de diciembre, es una especie de malo de cartón “que se pasa de rosca”.

¿Y los bancos? ¿Y el FMI? ¿Y los medios de comunicación? ¿Y los otros actores del poder? ¡Bien, gracias! Ninguno aparece ni siquiera mencionado, como si la historia política discurriera en medio de una pecera aislada del poder real y todo fuera un juego de egos y estrategias que no pueden ni llamarse maquiavélicas, porque para denominarlas así los guionistas deberían haberse tomado al menos el trabajo de elaborar una trama, cosa que la serie tampoco tiene.

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No voy a nombrar aquí a los actores que encarnan a cada uno de los personajes históricos, porque no es el objetivo de este artículo evaluar su trabajo profesional (en algunos casos pasable, en otros de madera). Aunque sí resulta interesante analizar cómo caracterizaron a los dirigentes políticos que tuvieron protagonismo esos días.

Relinche, Cavallo

Domingo Cavallo, por ejemplo, es pintado como un déspota que se la pasa puteando y a los gritos por los pasillos, llegando al ridículo de tomar un teléfono y pedir hablar con el Secretario del Tesoro norteamericano para que el FMI le destrabe un desembolso. La llamada, que no tiene el menor viso de credibilidad narrativa, culmina con la secretaria del otro lado que le cuelga el teléfono. Los espectadores nos quedamos sin saber si hay que reírse con la escena, ponerse a llorar o abandonar la serie, cosa que no hicimos, ya que queríamos ver cómo terminaba el desparpajo.

Otro de los personajes que queda en el ridículo es el presidente provisional Adolfo Rodríguez Saá. Su caricatura resume todos los prejuicios que tienen los porteños con respecto a los dirigentes del interior del país. Pelo teñido, trajes antiguos, frivolidad extrema mientras los manifestantes mueren en las calles y mesianismo ridículo. El último episodio, titulado de modo que intenta ser sarcástico “¿Todos unidos triunfaremos?”, muestra a un grupo de personas que canta (sin pasión, como si hasta los extras no hubieran tenido una buena dirección de actores), la Marcha Peronista en el aeropuerto, cuando reciben a Ramón Puerta, el presidente que duró unas horas y que también es retratado como un caudillo de cuarta.

Mientras tanto, el que se lleva todas las estigmatizaciones posibles es Eduardo Duhalde. Su mirada pícara, su vida con Chiche en una suntuosa mansión, su especulación fría ante los acontecimientos trágicos que se desenvuelven en las calles, lo vuelven el villano de la serie, como si De la Rúa hubiera caído sólo por esas tramas urdidas por “los peronistas” y no porque se estuviera quebrando en pedazos el modelo neoliberal que intentó sostener a sangre y fuego.

La traducción de los rostros queda bajo exclusiva responsabilidad de los lectores.

Algunos personajes importantes de aquellos días quedan misteriosamente ocultos. Ricardo López Murphy aparece como un ministro fugaz con cara de milico y nadie entiende muy bien en la serie por qué se va. No se dice ni una palabra del ajuste brutal que intentó llevar a cabo, ni de la rebaja de las paupérrimas jubilaciones que ejecutó de la mano de Patricia Bullrich, una jugadora dentro de la crisis que ni siquiera aparece en la serie más que durante unos breves segundos, cuando De la Rúa la está viendo debatir con Hugo Moyano en la televisión. ¿Por qué será, no? ¡Tanta casualidad!

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Una crisis sin contexto

Otro gran ausente de la partida es el pueblo argentino, claro está. O mejor dicho, las organizaciones sociales y políticas que encabezaron la resistencia al modelo neoliberal desde las calles. Apenas si hay un militante de barrio en un comedor comunitario, que en medio de la represión le salva la vida a un joven baleado por la policía. Los diálogos en los que intervienen (pocos y malos), sólo se limitan a puteadas a los políticos y nula mención a la cuestión de fondo que desencadenó la crisis. La clase media, representada por una médica más preocupada por sus ahorros que por su propio hijo, es otro de los clichés que abundan en la serie.

Para alguien que leyó el libro de Bonasso en el que supuestamente se basó esta ficción, resulta insólito que el periodista les haya cedido los derechos a los responsables de este entuerto. Porque está claro que leyeron el libro no sólo por encima, sino que se quedaron con un puñado de anécdotas acotadas a lo que los realizadores querían contar: una crisis sin contexto histórico fruto solamente, según ellos, de una clase dirigente imbécil y egoísta.

Para rematar, en el último episodio (que es el más triste y pobre de todos), aparece de espaldas Leopoldo Fortunato Galtieri mientras se entera por teléfono que las tropas argentinas han sido derrotadas en Malvinas. Entra entonces un militar al despacho y le informa al presidente que él es el responsable de la derrota y debe renunciar. Galtieri sale a las puteadas del despacho (se ve que los guionistas son fans de las puteadas y recurren a ellas cuando ya no saben qué inventar). Entonces aparece un cartel que díce: “Próximamente, Diciembre 1983”. Es decir, que no contentos con haber banalizado uno de los episodios más terribles de la historia reciente de Argentina, estos auténticos perpetradores de barbaries cinematográficas están preparando otra serie centrada en la transición democrática.

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Todo esto invita a reflexionar sobre el peligro que implica, en medio del auge del capitalismo de plataformas, dejar en manos de las majors del streaming (Starplus, Netflix, Amazon) el relato de nuestra propia historia. Las últimas producciones que se han presentado demuestran que están dispuestas a banalizar, despolitizar, sacar de contexto y mucho más generando contenidos que, por decoro, la industria cinematográfica argentina debería declinar de realizar.

Así fue como transformaron a Fito Páez en un personaje deslucido, el atentado a la Amia en una historia de espías floja de papeles (aunque sí haya sido la que más se salva en medio de esta marea de berreteadas), Maradona un personaje de caricatura empobrecido por el clasismo y el racismo de los guionistas y así vía.
La voracidad de las plataformas de streaming junto a la crisis de nuestra producción cinematográfica está dando como resultado un grado de apropiación y distorsión de nuestra historia que es sumamente peligroso. En el caso de Diciembre 2001, ni siquiera se entiende cuál es el negocio de Starplus de producir una serie que sólo será vista en Argentina, ya que cuesta imaginar un público latinoamericano para una producción así. La respuesta, aunque parezca obvia, hay que explicitarla: pura política para intervenir en el debate público y dejar como “historia oficial” este esperpento. ¡Qué alguien nos libre de ver dentro de pronto “El atentado a Cristina”, ¡“El salariazo de Menem” (ya hay anunciada una ficción con su figura) o un nuevo “El caso Nisman”! Mientras tanto, a prepararse para fumarse Diciembre 1.983, que a juzgar por lo que han mostrado, ¡ya lo están filmando!

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