El presidente de México reapareció después de pasar el covid -que algún medio convirtió en infarto- y busca sucesor para los comicios del año que viene. La elección no es fácil porque nadie está a su altura.

El viernes 28 de abril a las siete de la mañana ya había jóvenes acampados en el Zócalo a la espera de la artista Rosalía que actuaría aquella noche ante unos 160.000 fans en la icónica plaza de la fosilizada revolución mexicana.

A la vuelta de la esquina, en el palacio presidencial de sombría arquitectura colonial, otra “estrella de rock” regresó al escenario.

Andrés Manuel López Obrador, a los 69 años, recuperado del covid que le había apartado del ojo público durante una semana, habló durante casi tres horas en la llamada “mañanera”, la rueda de prensa diaria que protagoniza desde su toma de posesión en 2018 y que marca agenda informativa cada día.

La vuelta de López Obrador –apodado AMLO– tuvo el impacto dramático de quien regresa de la tumba; tanto que ni la espectacular coreografía de la cantante catalana ni su versión de “La Llorona” pudieron rivalizar.

A fin de cuentas, la desconfianza respecto a la política de comunicación del presidente mexicano es tal que bastantes periodistas juraban que la noticia sobre el covid fue un invento para ocultar un diagnóstico mucho más grave. El presidente “habría sufrido un infarto o complicación cardiaca”, aseguró Diario de Yucatán, que apoya el Partido de Acción Nacional (PAN).

El martes 2 de mayo, periodistas reunidos en la megalópolis mexicana especulaban sobre una probable retirada de AMLO –que tiene antecedentes de enfermedad cardiaca– de la vida pública, a un año de las elecciones presidenciales. Algunos se preguntaban cómo esto afectaría al proceso de selección del candidato de su partido, Morena.

El ministro del Interior, Adán Agosto, que relevó al presidente en las “mañaneras” y, constitucionalmente, sería su suplente en caso de enfermedad grave, de repente, dejó de ser el más flojo de los cuatro candidatos para convertirse en el favorito.

La vigencia del “dedazo”

Eso sí, el famoso “dedazo” presidencial para elegir al sucesor –la respuesta durante décadas de sucesiones del hegemónico Partido Revolución Institucional (PRI) a la prohibición constitucional de la reelección– parecía estar en entredicho. ¿Tendría AMLO suficiente fuerza como para levantar el dedo?

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Pero en la rueda de prensa en el palacio presidencial el viernes, quedó claro que la falsa noticia sobre el infarto presidencial sería otro regalo político para AMLO, un político que los consultores de la izquierda deben estudiar con lupa. Pese a todas las críticas nacionales e internacionales a su estilo de gobernar, mantiene entre el 55 y el 60% de popularidad en las encuestas y su candidato será favorito en las presidenciales de julio del 2024.

El presidente llegó a la “mañanera” –la primera lección de lo que se debe hacer para gobiernos intimidados por los medios de comunicación de la derecha– con una pinta estupenda, tras su tercer contagio de covid. Adoptó un tono irónico y despreciativo que habría gustado a Mark Twain. “Me daban por muerto, pero aquí estoy”, dijo. Se movía por el escenario como Rosalía. Luego atacó: “Esos no son medios de información sino medios de manipulación”. La venganza fue total cuando el Diario de Yucatán reconoció que “fallaron nuestras fuentes”.

La sensación de que AMLO vuelve más fuerte que nunca se fortaleció durante la “mañanera”. Primero lanzó un ataque contra el Instituto Nacional de Transparencia, que el Gobierno pretende desmantelar en su plan de sanear y reconstruir el Estado mexicano.

AMLO calificó al Instituto, creado en 2015 por el Gobierno priista de Enrique Peña Nieto, como “uno de esos organismos buenos para nada que se crearon solo para simular que se combatía la corrupción, de que todo era limpio cuando sabemos perfectamente que durante todo el periodo neoliberal se cometieron grandes atracos y saquearon al país, (…) que en todas las privatizaciones se obtenían beneficios para una élite”.

Los senadores de la oposición protestaron con grandes pancartas en el Congreso por lo que calificaron como el último atropello del presidente de izquierdas al Estado de derecho mexicano. Pero se olvidaron de que nadie ha creído jamás en el Estado de derecho mexicano y sus instituciones.

Del viejo modelo del PRI al neoliberalismo

Además, AMLO tiene razón. Si la democracia mexicana priista fue la perfecta dictadura, el perfecto modelo de la época neoliberal compagina las mejores instituciones de defensa de la transparencia o de la competencia con las privatizaciones más corruptas y los monopolios privados más abusivos.

Afiches a favor de AMLO en las calles del Distrito Federal.

AMLO entiende que cuando se habla de la corrupción es mejor dar ejemplos concretos. Habló de la salida del avión presidencial, vendido al Gobierno de Tayikistán por 120 millones de euros. El Boeing 787 fue el transporte predilecto de presidentes anteriores, “para pequeños faraones y carísimos viajes al extranjero”. López Obrador siempre viaja en avión comercial y solo ha realizado dos viajes al exterior, ambos a Estados Unidos, en los cuatro años y medio que lleva en la presidencia.

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Dejó caer también que, gracias a la ley de su Gobierno que reduce drásticamente las pensiones presidenciales, él no cobrará –al salir del poder en 2024– los cinco millones de pesos mensuales (250.000 euros) que cobran los expresidentes Peña Nieto, Felipe Calderón, Vicente Fox, Ernesto Zedillo y Carlos Salinas.

Pueden ser gestos y anécdotas, ejemplos de un discurso populista. Pero la lección aquí es que, en la conciencia popular, un buen ejemplo de una medida anticorrupción significa mucho más que una apasionada defensa de la (inexistente) separación de poderes. Por eso López Obrador se conoce como el “presidente teflón” y es dos o tres veces más popular que sus antecesores en esta fase del sexenio.

Incluso consolidado en el poder, AMLO es experto en tejer una narrativa de “nosotros contra ellos”, otro ejemplo de lo que hay que hacer para ganar elecciones si “nosotros” somos el pueblo y “ellos” las élites corruptas y una “burocracia dorada”. “La élite no se conformaba con lo que robaba; querían más y más y eso es lo que ansían, eso es lo que les molesta de nosotros, pero no vamos a dar ni un paso atrás”.

Esta “mafia del poder” – medios de comunicación, senadores de la oposición del PRI y del PAN, multinacionales españolas como Iberdrola– sigue obstaculizando la llamada Cuarta transformación (4T), prosiguió López Obrador (los tres antecedentes son la independencia mexicana (1821), la reforma liberal de Benito Juárez (1855-61) y la revolución (1910)). Para dar más credibilidad histórica al 4T, la imagen de Pancho Villa, en el centenario de su muerte en junio de 1923, se expone en el telón de fondo de la “mañanera”.

AMLO arremetió contra el viejo sistema de compra de votos. “Cuando venían elecciones en el pasado, repartían migajas, dádivas para obtener los votos, dispensas, materiales de construcción, pollos, patos, chivos, borregos, puercos, cochinos, marranos, cerdos, frijol con gorgojo que les daba a la gente”.

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Los precandidatos

Esta retórica de gran calidad en largos discursos sin guion es un buen complemento para los programas sociales y subsidios antipobreza, que el Gobierno de Morena va implementando, muchos, hay que decirlo, bastante parecidos a los del viejo PRI. Pero hay una diferencia. AMLO “no condiciona los subsidios al voto a Morena como hacia el PRI”, dijo un excandidato de Morena a la alcaldía de un municipio obrero de la Ciudad de México.

Eso sí, el presidente mantiene a su manera el famoso dedazo priista. Después de la “mañanera”, convocó a los cuatro llamados “corcholatas” – candidatos a recibir el apoyo presidencial para las elecciones de 2024– en el palacio presidencial. La selección definitiva se hará mediante un referéndum de los afiliados de Morena. Pero se da por hecho que el más votado será el candidato seleccionado por el dedazo de AMLO.

Hay un solo problema de sucesión para el poderoso presidente mexicano. Ninguno de sus posibles sucesores cuenta con los dotes políticos que él tiene.

El más preparado, Marcelo Ebrard, ex jefe de Ciudad de México, actual canciller y viejo aliado de AMLO, tendría más posibilidades de ganar por su popularidad en la clase media, ya hastiada de AMLO. Pero los comentaristas coinciden en que Ebrard es demasiado independiente como para que el presidente pueda mantenerse como un poder a la sombra impulsando el 4T hasta su supuesto objetivo. Claudia Sheinbaum, la alcaldesa de Ciudad de México, se considera más leal al presidente. Pero, a pesar de su buena gestión al frente de la megaciudad, Sheinbaum no tiene, ni de lejos, el carisma de López Obrador ni el apoyo de las clases profesionales que votaron en contra de Morena en Ciudad de México en las elecciones legislativas y regionales de 2021. Ricardo Monreal, el presidente de Morena en el Congreso, asistió también a la reunión. Pero pocos consideran que es un candidato de verdad. En cuanto a Adán Agosto, hombre gris de aparato, oriundo –al igual que AMLO– del estado petrolero de Tabasco, sus posibilidades son escasas. Solo un verdadero infarto presidencial lo convertiría en un candidato a tener en cuenta.

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