Durante mucho tiempo, el ser hu­ mano imaginó –y así lo trasladó a la literatura y el cine– que el con­tacto con posibles civilizaciones extraterrestres se realizaría en la

Tierra, es decir, que los alienígenas viajarían hasta nuestro planeta y nos encontrarían. Pero en los años 60, ese enfoque cambió. A través de diversos programas impulsados, entre otros, por el famoso cosmólogo y divulgador científico Carl Sagan y el astrónomo Frank Drake, se empeza­ ron a enviar sondas y señales al espacio exterior, con la esperanza de trabar contacto con ellos.

En las últimas dos décadas, con el desarrollo de radiotelescopios cada vez más potentes, se ha dado un paso hacia adelante. Uno de los ejem­ plos más recientes lo tenemos en el proyecto Breakthrough Listen, que se puso en marcha en 2016. Los investigadores que participan en él rastrean las profundidades del cosmos, que cada vez se percibe con más detalle. La idea es tratar de detectar en él indicios de la existencia de in­teligencias distintas a la nuestra

Carl Sagan

En el fondo, con todo ello se trata de responder a una de las preguntas más insondables que podemos hacernos: ¿estamos solos en el universo? “La probabili­dad de que existan civilizaciones extraterrestres es baja. No obstante, el cosmos es vastísimo, y resulta presuntuoso pensar que la nuestra es la única. Si disponemos de las herramientas para buscarlas, ¿por qué no hacerlo?”, indica el astró­ nomo Andrew Siemion, director de la iniciativa Breakthrough Listen y responsable del centro SETI de búsqueda de inteligencia extraterrestre de la Universidad de California, en Berkeley.

Para tratar de detectar una hipotética cultura alienígena, los grupos de científicos que coordina Siemion escudriñan el espacio en busca de señales de radio. Para ello, emplean funda­mentalmente los radiotelescopios de los observatorios Parkes, en Australia, y Green Bank, en Estados Unidos. Este último es el mayor instru­mento de su tipo orientable del mundo. El equi­po de Siemion utiliza asimismo la información aportada por el telescopio Allen, en California.

En los próximos años, se dará un avance tras­cendental en este sentido, cuando se ponga en marcha el radiotelescopio Square Kilometre Array (SKA), que, sin duda, será el más grande construido hasta la fecha. La idea es conectar miles de pequeñas antenas y cientos de platos y combinar sus capacidades, de forma que, al final, su potencia equivaldría a la de un dispositivo gigantesco, de alrededor de un kilómetro cuadrado.

“Recabamos una ingente cantidad de datos a través de los radiotelescopios y después los analizamos de forma pormenorizada. Tratamos de discernir si las señales de radio detectadas tienen un origen natural o artificial y, en su caso, si provienen de un artefacto humano, como un satélite, o un punto lejano del universo, quizá de una civilización extraterrestre”, señala Siemion. Es un proceso lento y laborioso, lleno de falsos positivos y que exige la dedicación de muchos científicos de distintas especialidades.

La actividad de una de esas presuntas civilizaciones dejaría señales de radio que podríamos captar desde la Tierra. Del mismo modo, debido a la tecnología que usamos los seres humanos, se emiten transmisiones de radio desde nuestro planeta. Llegado el caso, estas podrían ser detectadas por una cultura alienígena”, asegu­ ra Siemion.

El programa Break­ through Listen se presentó en Londres el 20 de julio de 2015, en la sede de la Royal Society, en Londres. Al acontecimiento asistió uno de sus principales impulsores, el físico Stephen Hawking. “Ha llegado el momento de comprometerse a encontrar la respuesta; de buscar vida más allá de la Tierra. El ser humano tiene una profunda necesidad de explorar, aprender y saber. También somos criaturas sociales. Es importante que averigüemos si estamos solos en la oscuridad”, afirmó entonces.

El proyecto partió con mucho músculo: una financiación inicial de 100 millones de dólares –un tercio de los mismos se han destinado a comprar tiempo de observación con los telescopios–, una cantidad que se encargó de proporcionar el multimillonario ruso del sector tecnológico Yuri Milner.

Con la llegada del nuevo milenio, los hallazgos sobre el universo se han multiplicado y algunos han sido de tal envergadura que han abierto un escenario diferente para programas como el que dirige Siemion. “Recordemos que hasta no hace mucho tiempo se pensaba que los planetas como la Tierra eran una rareza, pero en las últimas dos décadas hemos descubierto que no es así, y que existen muchos mundos extra- solares como el nuestro y galaxias que podrían estar repletas de ellos. Es decir, sabemos que en multitud de enclaves es posible que se den las condiciones necesarias para que haya vida inteligente”, plantea. Puede que los humanos hayamos sido un caso único en los 13800 millones de años de historia del universo, pero en ese tiempo quizá haya habido margen para otras posibilidades.

A menudo se ha relacionado el encuentro con una civilización extraterrestre con el fenómeno ovni, esto es, con una toma de contacto con hipotéticos visitantes. Pero, como se indicaba al principio, ¿por qué no ir a su encuentro? En este sentido, en las décadas de los años 60 y 70 se dieron varios acontecimientos que han pasado a la historia de la búsqueda de inteligencias alienígenas. Todas ellas estuvieron protagonizadas por Carl Sagan y Frank Drake.

En 1960, cuando tenía treinta años, este último trabajaba en el radiotelescopio del observatorio de Green Bank, en Virginia Occidental. “Fue en esa época cuando se desarrolló la radioastronomía. Calculé que los telescopios que usábamos podían detectar las radiotransmisiones de la Tierra a una distancia de diez años luz, de modo que era razonable tratar de buscar este tipo de señales en estrellas que estuvieran en ese rango de distancia, y convencí al director del observatorio para que me dejara hacerlo”, comenta Drake a Muy.

Drake se dedicó a registrarlas y analizarlas durante seis horas al día entre abril y julio de ese año. “Este trabajo recibió una enorme difusión mediática, y a partir de ese momento mucha gente empezó a hacer lo mismo”, recuerda. Fue una tarea metódica para la cual empleó unos medios que, desde la perspectiva actual, resultarían sumamente rudimentarios. “Con los instrumentos que tenía a mi disposición solo podía examinar un canal. Hoy, los telescopios permiten escuchar miles de millones de ellos, y los equipos modernos son de mucho mayor tamaño. El radiotelescopio de Green Bank, por ejemplo, tiene unos 100 metros de diámetro. Además, existen diversos proyectos para combinar cientos de antenas y formar uno de un kilómetro cuadrado. El telescopio que empleé al principio tenía apenas 25 metros. En la actualidad, los equipos son mucho más rápidos y sensibles. Podemos detectar señales que se encuentran a miles de años luz de la Tierra”, asegura este veterano astrónomo.

Aunque se ha ganado notablemente en potencia, alcance y sensibilidad, el mayor reto sigue siendo tener tiempo para observar. “La cuestión es que no sabemos a qué estrellas te- nemos que apuntar, y, si desconocemos eso, al final tendremos que centrarnos en muchísimas de ellas. Asimismo, también debemos mirar en muchos canales de radio, pues tampoco sabemos cuál o cuáles de ellos podría estar usando una hipotética civilización extraterrestre. Por eso, necesitamos receptores de miles de millones de canales”, indica Drake.

Tanta fue la repercusión de aquella primera búsqueda que realizó en 1960, que la Fundación Nacional de Ciencias de Estados Unidos le encargó que organizara una reunión en la que un grupo de expertos estudiaría si seguir ahondando en esa nueva vía de investigación. “Convoqué el encuentro para noviembre de 1961 en el observatorio de Green Bank y puse en conjunto a todos los especialistas en el mundo que conocía que estaban relacionados con este tema. Eran solo doce personas”, apunta. Entre ellas, se encontraban tres premios nobel y un hombre que haría historia junto a Drake en las dos décadas siguientes: el ya mencionado Carl Sagan. Aquella cita fue bautizada como Conferencia SETI. Drake se convertiría más tarde en el fundador del proyecto del mismo nombre.

En el simposio, este astrónomo presentó la mítica ecuación que desde entonces lleva su apellido, una especie de punto de partida para tratar de determinar las probabilidades de que existan extraterrestres capaces de comunicarse. “Calculé que habría una posibilidad de cada mil de que un planeta de nuestra galaxia estuviera enviando señales, pero todos los hallazgos realizados en las últimas décadas han acentuado la idea de que podría haber muchas civilizaciones ahí fuera”, comenta Drake. Y añade: “Hemos descubierto que existen planetas como la Tierra en casi cada estrella. Así, solo en la Vía Láctea habría muchas más de esas civilizaciones detectables de las que habíamos pensado en los años 60. Sin duda, hoy habría escrito una ecuación muy diferente”.

Al final, tal como rememora Drake, el resultado de aquel primer encuentro de 1961 fue que era una buena idea dedicar recursos a la búsqueda de vida extraterrestre. Y así se acabaría haciendo. El 2 de marzo de 1972, la NASA lanzó al espacio la sonda Pioneer 10; y el 5 de abril de 1973, la Pioneer 11. El objetivo de ambas era viajar hasta los confines del sistema solar y, de paso, explorar el cinturón de asteroides, Saturno, Júpiter, Urano y Neptuno. Ambas naves llevaban una placa diseñada por un equipo de científicos coordinado por Sagan y Drake.

Mensaje grabado en la Pioneer 10. Créditos: Getty ImagesGetty Images

La citada placa, de oro y aluminio, contiene un mensaje sobre quiénes somos y la ubicación de nuestro planeta, de forma que si una de las Pioneer fuera interceptada por una cultura alienígena sabría su procedencia y algunos datos sobre la humanidad. La Pioneer 11 mantuvo el contacto con la Tierra hasta el 24 de noviembre de 1995, mientras que la última señal recibida de su hermana mayor sucedió el 23 de enero de 2003. Desde entonces, se alejan de la Tierra y vagan por el universo al albur de las corrientes cósmicas, como una de esas botellas que se lanzan al mar con un papel de socorro o con un último mensaje en su interior.

Un año más tarde, el 16 de noviembre de 1974, fue enviado al espacio el llamado mensaje Arecibo. Este consistía en una señal de radio que contenía información sobre la humanidad. Se transmitió desde el radiotelescopio ubicado en dicha ciudad de Puerto Rico. La transmisión se dirigió hacia la constelación del cúmulo de Hércules o M13, a unos 25 000 años luz de nuestro planeta. Drake ideó igualmente el mensaje que portaba.

“Lamentablemente, este telescopio, del que fui director algunos años y que en su día fue el mayor del mundo, con un disco de 300 metros, quedó irremisiblemente dañado en 2020 debido a un accidente. Es una muy mala noticia, porque estaba sirviendo para hacer muy buenas investigaciones y, además, disponía de un potente equipo para enviar mensajes”, dice Drake.

Las siguientes fechas clave en la búsqueda de E.T. se sucedieron en el transcurso de apenas veinte días, en 1977, los que pasaron entre el lanzamientos de la sonda Voyager 2 –el 20 de agosto de ese año– y el de la Vogayer 1 –el 5 de septiembre–. Fueron los nuevos intentos de la NASA de enviar un artefacto lo más lejos posible, al encuentro de una civilización aliení- gena. Para ello, ambas portan un peculiar disco dorado que contiene una selección de sonidos de la cultura humana –incluye desde música de Bach y Mozart o el tema Johnny B. Goode, de Chuck Berry, hasta saludos en numerosos idiomas y un discurso del entonces presidente estadounidense Jimmy Carter– y de la naturaleza de la Tierra –grabaciones del viento, de tormentas y de animales–. El contenido del disco fue decidido por un comité de la NASA formado entre otros por Sagan y Drake.

La Voyager 1 alcanzó en 2012 el espacio interestelar, una región situada más allá de la heliopausa –el límite, por así decirlo, de la influencia del astro rey y que marcaría la frontera del sistema solar–, a unos 18 000 millones de kilómetros de la Tierra. Fue la primera vez que un dispositivo humano alcanzaba esa región. El 5 de noviembre de 2018, la Voyager 2 se convirtió en el segundo aparato que lo hizo.

Poco antes de que fueran enviadas al espacio, el 15 de agosto de 1977, el radiotelescopio de la Universidad Estatal de Ohio recibió una extraña señal procedente de la constelación de Sagitario. El astrónomo Jerry Ehman se percató de ello días más tarde. Mientras analizaba sus características en una hoja que contenía los datos impresos, marcó una serie de números y anotó en el margen: Wow! Así es como tal detección aún se conoce.

La señal Wow! era unas treinta veces más fuerte que el ruido ordinario del espacio profundo y fue la primera firme candidata a provenir de una civilización extraterrestre. Aunque desde entonces se han ofrecido diversas explicaciones para la misma –se ha barajado que la originó un cometa–, ninguna se ha considerado concluyente. No obstante, entre los expertos la hipótesis más extendida es que, en realidad, provino de un fenómeno natural. En todo caso, no fue más que un mero parpadeo: se prolongó durante apenas 72 segundos.

Con el paso de los años, y a medida que se han perfeccionado la tecnología para captar las señales del cosmos, tal cosa ha dejado de ser algo extraordinario. Hoy, las llamadas fast radio bursts –en castellano, ráfagas rápidas de radio (RRR)–, son las que despiertan la curiosidad de los científicos. En un primer momento, algunos plantearon incluso que podrían ser el eco de la actividad de una lejana civilización alienígena. De hecho, el mediático astrofísico Avi Loeb, catedrático en la Universidad de Harvard, mantiene que no habría que descartar tal posibilidad.

La primera RRR fue descubierta en 2007 por el astrónomo de la Universidad de Virginia Occidental Duncan Lorimer. La señal fue detectada por el radiotelescopio Parkes, en Australia. A menudo, las RRR son muy brillantes y tienen patrones fijos, algo sumamente llamativo. Lorimer admite que, al principio, se le pasó por la cabeza que quizá provinieran de una cultura alienígena. “Desde luego, no era algo disparatado, especialmente en aquellos momentos, cuando únicamente habíamos captado un episodio semejante, esto es, un solo pulso de radio”, señala en una entrevista con Muy. Y añade: “Se podía elucubrar incluso la cantidad de energía que habría sido necesaria para emitir una señal semejante desde lo que podríamos considerar el jardín trasero de nuestra galaxia, y si para una civilización avanzada sería posible producirla”. Pero Lorimer, que ya llevaba un par de décadas dedicándose a la astronomía, se sentía, según sus propias palabras, más cómodo pensando que se debían a algún tipo de fenómeno celeste.

La señal fue captada mientras el equipo de Lorimer buscaba púlsares –un tipo de estrella de neutrones– en las Nubes de Magallanes, unas galaxias satélite de la Vía Láctea. “Tenemos constancia de que en ellas existen unos veinte. El caso es que buena parte de ellos han sido descubiertos gracias el rastreo que se hizo durante la investigación en la que se halló la primera RRR”, indica Lorimer.

Desde 2007 se han observado muchas más de esas ráfagas de radio, pero los científicos aún no saben fehacientemente qué las produce. Eso sí, la gran mayoría están convencidos de que su origen es natural.

Una vez más, todo es consecuencia del desarrollo de la radioastronomía, que no solo está llevando a los investigadores del SETI a ser cada vez más ambiciosos y avanzar en la búsqueda de otras civilizaciones en el universo, sino que está permitiendo captar fenómenos hasta ahora desconocidos, como las RRR. “Los telescopios actuales son mucho mejores que los que había hace quince o veinte años. Lo que más ha cambiado es la cantidad de cielo que pueden cubrir de una vez. Los que usábamos en 2001 apenas podían ver una pequeña fracción, más o menos como un área equivalente a la Luna llena. Ahora, nos podemos centrar en zonas muchísimo más amplias”, dice Lorimer.

Telescopio Lovell en Jodrell Bank Centre, Inglaterra.Christopher Furlong

Según comenta ese astrónomo, la detección de aquella primera RRR fue inesperada e im­ pactante por distintas razones. “En primer lugar, porque fue increíblemente brillante. Saturó la electrónica del telescopio y hasta eliminó las interferencias que se estaban recibiendo. Resplandeció durante unos cinco milisegundos y luego desapareció. Además, cuando investigamos de qué parte del universo procedía comprobamos que su origen no eran las Nubes de Magallanes, donde nosotros rastreábamos, sino un punto ligeramente al sur del cielo, una zona bastante aleatoria del universo”.

Con el tiempo, se empezaron a captar más RRR y las investigaciones empezaron a des­cartar la hipótesis extra­

terrestre. “La teoría más extendida es que proceden de magnetares, unas estrellas de neutrones que generan un intenso cam­po magnético y un brillo miles de millones de veces mayor que el del Sol. Asi­ mismo, pueden producir

pulsos de corta duración”, apunta. Según Lorimer, todo indica que existen al menos dos variedades de RRR: las que se repiten y las que no. “Hay diferencias notables entre ambas, y eso sugiere que no forman parte del mismo fenómeno, que ha de haber al menos dos tipos de fuentes que producen estas radiaciones”.

En ocasiones, los astrónomos han podido determinar el punto del que surgen estas señales. “La primera procedente de un enclave en la Vía Láctea se originó en una fuente situada a unos 30000 años luz. El resto parecen provenir de otras galaxias, a miles de millones de años luz. Algunas fueron emitidas antes incluso de que se hubiera formado la Tierra”, indica Lorimer.

Con todo, el misterio que rodea a las ráfagas rápidas de radio está aún lejos de resolverse. De hecho, es muy probable que el empleo de radiotelescopios cada vez más potentes permita descubrir otro tipo de señales de las que a día de hoy des­ conocemos su existencia. Entretanto, el estudio de este tipo de fenómenos irá haciendo cada vez más completo nuestro conocimiento del univer­so. Aun así, lo que espera Drake, el equipo de Sie­mion y otros muchos investigadores embarcados en los diversos programas SETI es que algún día se demuestre que una de esas transmisiones fue emitida por una civilización extraterrestre.

En cualquier caso, la búsqueda continúa, porque la partida va en serio y los medios tecnológicos acompañan. Cuenta Siemion que él ya tenía claro que quería dedicarse a este asunto cuando empezó a estudiar la carrera, en los años 90. “Cuando me preguntaban en qué quería especializarme, yo respondía que quería buscar vida alienígena. A todo el mundo le parecía emocionante, y bastantes colegas decían que también optarían por esa vía. Pero muchos años después los he vuelto a ver y casi todos habían tomado otro rumbo. Es más, ¡se sorpren­ den de que yo no haya cambiado de objetivo! Así que parece que se trata de una buena idea cuando eres joven, pero que, por algún motivo, deja de serlo cuando empiezas a avanzar en tu carrera. Resulta cu­ rioso”.

Eso sí, a sus más de 90 años, Drake seguía dedicado a ello. “Semejante hallazgo tendría mucha más trascendencia que la llegada a la Luna o la de Colón a América. Contactar con una civi­lización extraterrestre sería, sin duda, el mayor acontecimiento científico que podría suceder”, asevera el astrónomo estadounidense.

Frank Drake

Estoy convencido de que las civilizaciones que encontrásemos serían amigables. No hay nada que ganar atacando a otra. Se encontrarían muy lejos, y sería un gasto enorme de recursos y energía tratar de hacerlo”, argumenta Dra­ ke, que por este motivo confiesa que la película que más le gusta sobre este tema es E.T. (Steven Spielberg, 1982). “No solo porque está muy bien hecha, sino porque la criatura inteligente que nos muestra es muy distinta en su comportamiento a la que nos presentan muchos filmes de este tipo, y que suelen ser malvadas”, indica. Y concluye: “Cualquier contacto con una cultura alienígena será pacífico y positivo, y, desde luego, será muy bueno para nosotros. Nos dará la oportunidad de aprender mucho de ella, quizá de intercambiar todo tipo de conocimientos. En realidad, imagi­ no ese encuentro todos los días”.

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