A favor: Salto al abismo

Por Javier Mattio

Pretender una recreación exacta del fin de semana en que Lady Di determina su ruptura matrimonial con la realeza inglesa en Spencer sería un despropósito ya partiendo de la firma de Pablo Larraín. El director chileno se ha dedicado en filmes como Neruda o Jackie (ambos de 2016) a transfigurar personajes emblemáticos en ambiciosas puestas en abismo cinematográficas. Allí donde abundan biopics de narración plana que velan su distorsión dramática haciéndose pasar por ciertas, Spencer exhibe la imposibilidad del verosímil en la exaltación libre de los hechos.

La provocación de la propuesta es inevitable en un mundo que sigue confiando en la mímesis como un mantra, disrupción que también despertaron filmes corridos de la historia como Last days de Gus Van Sant (sobre los últimos días de un recluido y casi abstracto Kurt Cobain) o María Antonieta de Sofia Coppola (con sus bailes decadentes de siglo 18 con música pop y zapatillas).

Pero el juego evocado también consiste en la barrera radicalmente sutil que separa al artificio de lo que pudo haber ocurrido, y así el escenario de la casa palaciega Sandringham con sus jardines, criados y rituales compone uno de los mayores atractivos de Spencer.

En ese sentido el filme cuenta con un equipo exquisito detrás de cámara y lo saca a relucir, ya sea con la música de elegancia incómoda de Johnny Greenwood, la fotografía de Claire Mathon (Retrato de una mujer en llamas) o el diseño de vestuario de la experimentada Jaqueline Durran.

Mención aparte para Kristen Stewart, ganadora de premios varios y nominada al Oscar por un rol protagónico que divide tanto familias aristocráticas como a críticos. Su interpretación amanerada de la princesa Diana linda sin dudas con la exageración irritante, pero Spencer no sería lo que es (no cumpliría su arriesgada apuesta) sin ella.

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Stewart entra y sale del papel con la turbación interna que la ha caracterizado entre las actrices de su generación, reflejada en un semblante frágil ideal para la intimidad aislada y expulsada al exterior que propone la película. Stewart se torna creíble gracias a esa inquietud ansiosa de estrella de rock, fusionándose con una Diana Spencer demasiado viva para ser real.

En contra: Tan lejos, tan cerca

Por Juliana Rodríguez

Hay dos películas en Spencer, o al menos dos capítulos en los que el director Pablo Larraín toma diferentes caminos para mostrar cómo la prisión en la que vivía Diana Spencer no solo la rodeaba sino que se había metido dentro de ella.

La primera parte intenta acercarse al oprobio íntimo del personaje. Para eso, usa una seguidilla de primeros planos, cerrados, insistentes, asfixiantes, como si la cámara quisiera sumergirse en Diana, tragársela.

Kristen Stewart es una buena actriz, pero quizá no tan buena como para sostener esos minutos eternos y lograr que su mirada lánguida y perturbada comunique las tonalidades de ese infierno personal. Quizá ninguna actriz es tan buena cuando la pantalla no la deja respirar.

La misma insistencia con la que se busca algo más en su mirada (después de que ya lo dijo todo) se repite en el subrayado de su collar de perlas, metáfora del grillete fatal con el que la familia real aprieta pero no ahorca.

Y ese es el momento como espectadora en el que una piensa: “Ok, ya está bien, ya entendí”.

Después, en la segunda parte, cuando los planos se abren y la imagen respira, Spencer es otra película. La música oscura que ocupa las habitaciones, las recargadas salas de Sandringham, los jardines helados y grises acompañan el desempeño de Stewart, que entonces sí encuentra un registro más conmovedor, con matices para su angustia, su depresión, su voracidad.

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Es en esta etapa cuando Spencer pone en escena otros recursos para contar su propia historia, que ya no importa cuán fidedigna es sino cómo trasviste los lujos: la amabilidad seca del personal doméstico del palacio deja asomar la displicencia de carceleros y los vestidos fastuosos se convierten en uniformes de una presidiaria.

Están claras la apuesta e intenciones de Larraín a la hora de retratar esos días aciagos de la triste Diana Spencer. Pero solo en parte lo consigue.

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