Germán Abdala sigue siendo un modelo de dirigente sindical y político capaz de unir la acción reivindicativa, la reflexión intelectual y la praxis política En esta entrevista de Eduardo Jozami para la revista Crisis, en 1987, Abdala anticipó mucho de lo que estamos viviendo, incluyendo la agonía peronista.

FUENTE: Revista Haroldo.

La entrevista con Germán Abdala que hoy rescata la revista Haroldo, acompañaba mi trabajo Un Estado para pocos, publicado en el N° 30 de los Cuadernos que en julio de 1987 inició la tercera etapa de Crisis, la revista que dirigieran Eduardo Galeano en 1973 y Vicente Zito Lema en los primeros años de la restauración democrática.  A mediados de 1987, defraudadas en buena medida las expectativas despertadas por el gobierno de Alfonsín, y desalojada del comando la dirección justicialista responsable por la derrota de 1983, ganaba terreno el peronismo renovador que contaba con el joven Germán Abdala como una de sus figuras ascendentes. Además, en momentos en que el neoliberalismo de Thatcher y Reagan ejercía en todas partes una creciente influencia y en la Argentina se profundizaba la campaña difamatoria de las empresas públicas, el debate sobre el Estado y su necesaria reforma era uno de los temas principales en la agenda política.

Secretario general de la seccional Capital de la Asociación de Trabajadores del Estado, Germán fue electo diputado nacional en 1989 y desarrolló una fuerte campaña contra la política privatizadora de Menem.  Junto con Chacho Alvarez y otros diputados integró el Grupo de los Ocho que cuestionó globalmente la gestión menemista e impulsó en 1990 la renuncia a los cargos partidarios en el Partido Justicialista como repudio a los indultos a Videla, Massera, Martínez de Hoz y otros responsables del genocidio dictatorial. La grave enfermedad que se manifestó en la segunda mitad de los ‘80 no le impidió continuar sus tareas militantes y pronunciar en 1990, un discurso memorable -entre tantos otros- en el plenario que reunió en Villa María a los dirigentes del PJ más críticos del gobierno menemista. Preocupado siempre por lo que llamaba “los síntomas de muerte del peronismo”, Germán siguió denunciando el neoliberalismo de Menem, llamando a recuperar las mejores tradiciones peronistas y convocando siempre a la unidad de los trabajadores y el campo popular. En 1992, asistió en silla de ruedas al acto fundacional de la Central de los Trabajadores Argentinos. 30 años después de su fallecimiento, sus compañeros y compañeras de la militancia sindical y política no nos acostumbramos a su ausencia.

Aquí, la entrevista.

-“Achicar el Estado para agrandar la Nación” fue una de las consignas centrales de la dictadura; aún hoy se dice que este Estado es demasiado grande, ¿los trabajadores estatales lo creen así?

-Desde el punto de vista de su incidencia económica es verdad que el Estado en Argentina es grande, pero esta discusión sobre el tamaño del Estado esconde un planteo político. El Estado en última instancia es una herramienta, un lugar clave para impulsar una política de dependencia o de liberación. Hubo décadas en que el Estado argentino cumplió un papel muy importante, como distribuidor, como planificador y alentando la producción, lo que en muchos lugares del mundo desarrollado se llamó Estado Benéfico o Estado Protector. Este Estado que tuvo su época de apogeo en las décadas del ´40 y ´50 marcó una etapa en el desarrollo económico, social y cultural del país. Lo que este mensaje esconde es la disputa por el manejo de esta herramienta que en manos de sectores populares cumplió el rol que antes mencionamos.

-¿Y ellos cómo la usaron?

-Para los grandes negociados que signaron la historia de nuestro país, en el ´30, en el ´60 con el desarrollismo o recientemente con el proceso militar. Detrás de la represión política contra toda la sociedad desde el ´76 se impulsa un programa de entrega económica para el que sirvió el Estado: endeudamiento del sector público, nacionalización de la deuda privada a partir de los años ´80. Hoy se sostiene que el tamaño del Estado y su burocratización impiden la construcción de una Argentina moderna. En esto coinciden sectores democráticos con otros muy tradicionales del liberalismo. La diferencia que hay entre ellos es sobre el tiempo en que se hacen las cosas porque los liberales más clásicos le reprochan al radicalismo su lentitud. Pero conceptualmente están de acuerdo, hay que privatizar, hay que achicar el Estado, hacerlo eficiente, hay que modernizarlo. Pero lo que no se discute es para qué sirve una herramienta de esa naturaleza. Se está escondiendo el debate de fondo. El Estado es una herramienta que, según en qué manos esté, puede servir para liberar o para someter. En las sociedades dependientes en las que estamos sometidos a reglas del intercambio que nos plantean los países desarrollados, determinados por la división internacional del trabajo, la única herramienta en la que se puede acumular poder en forma real y planificar políticas sociales con cierta hegemonía popular es en esta esfera estatal. Esto no quiere decir defender teorías corporativistas o defender un capitalismo estatista. En nuestra concepción tiene un papel la empresa privada, hay un lugar para la economía mixta, pero el que fija las reglas, las condiciones, la fiscalización, el control, la programación, la adjudicación del crédito es el Estado. Porque éste es el único estamento de poder en que se expresa la sociedad, los otros son los poderes ocultos; las Fuerzas Armadas, los intereses económicos trasnacionales, los poderes de la tierra improductiva. Esta discusión que se plantea en nuestra sociedad, nosotros a veces decimos que la vamos perdiendo, porque va ganando cierto consenso social de que el Estado no sirve, no funciona, hay que privatizar, los servicios no andan, la burocracia y todas esas cuestiones. Nosotros nos sentimos con bastante debilidad, porque en todo el campo popular no hay propuestas fuertes como para enfrentar esto.

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-¿La política que hoy se sigue con el Estado continúa la del Proceso o el gobierno ha intentado revertir esa orientación?

-Continúa el esquema de endeudamiento y profundización de la dependencia seguido durante el Proceso. Pero esto no empezó con el Proceso, no empezó el 24 de marzo con Martínez de Hoz, empezó con el Rodrigazo durante el gobierno popular peronista, con la ruptura del Pacto Social en 1974. Allí comenzó a plantearse una nueva teoría de dominación basada en el endeudamiento, comienzan a generarse condiciones, inestabilidad política, fragmentación del campo popular y represión. La inflación se convierte en la variable económica fundamental, como antesala del nuevo proyecto monetarista.  La parte más despiadada, más alevosa, fue la del Proceso con Martínez de Hoz, la etapa racional es esta que continúa ahora: democracias formales con continuidad de la dictadura económica. Libertades individuales, pero no colectivas, seguridad personal pero no seguridad social, con un programa económico asentado sobre las mismas bases, privatizaciones, endeudamiento y renegociación del endeudamiento y la misma política de precios y salarios y de reducción del gasto.

4 de junio de 1975. Celestino Rodrigo anuncia la hecatombe. Una pocas semanas para dar vuelta un país.

-Pero ustedes hacen diferencias.

-Claro que hacemos diferencias, una cosa es la dictadura y otra la democracia, pero estamos hablando de modelos de desarrollo económico. El modelo económico es el mismo, tiene los mismos agentes: las corporaciones que se favorecieron con el endeudamiento son las que hoy discuten el programa económico en el Palacio de Hacienda, las que se beneficiaron con todos los privilegios de los años de la dictadura son las que hoy asesoran al holding de empresas públicas; las mismas que les venden a las empresas del Estado, hoy están dirigiendo las empresas.

(…)

-Hace pocos días, Adolfo Canitrot, quizás el más franco de los miembros del equipo económico, habló de la “patria contratista” para referirse a estos empresarios que priorizan la relación con el gobierno y la inversión en obras públicas. 

-Padecemos infinidad de casos de este fenómeno de los contratistas con el Estado, algunas que ya rayan en lo ilícito. ¿Cómo puede ser que integrantes del directorio de importantes corporaciones privadas, contratistas o proveedores del Estado, hoy tengan poder para decidir a quién se compra o a quién se contrata? Los liberales critican al Estado Benéfico señalando que tiene un exceso de personal y que ha servido para regular el desempleo. Es más importante y cuantiosa la suma que se va en contratos por los que se paga tres o cuatro veces lo que costaría si lo hiciera el Estado con su propia gente, y así funciona como forma de regular el mercado, para que las empresas privadas gracias a esta ayuda del Estado puedan subsistir. Esto hay que reverlo. Es una telaraña muy compleja de intereses muy cruzados. Al propio fiscal Molinas le ha costado más de un dolor de cabeza desenmarañar estas relaciones del Estado con las empresas contratistas.

Tuit de Cagamos a propósito de la “patria contratista”.

-¿En cuánto calculan ustedes que ha caído el salario de los trabajadores del Estado desde 1983?

-No hay una cuenta muy exacta, además han mezclado las estadísticas de salario de bolsillo, salario real, salario nominal, ya no se sabe cuál es el salario que se maneja. Si tomamos el salario del año ´83 con la referencia a lo que entonces era la canasta familiar y comparamos con el salario del ´87 y la actual canasta familiar, el poder adquisitivo ha caído en un setenta por ciento. La curva es mucho más abrupta a partir del Plan Austral, si bien tuvimos un pico en el tercer trimestre del ´86 en el que nos estabilizamos; no cayó el salario en ese trimestre, lo que permitió al gobierno decir que se estaba recuperando. En este primer semestre de 1987 ya llevamos una pérdida del 16 por ciento en relación al costo de vida. El gobierno sostiene que el salario de los estatales es el principal componente del gasto público. Nosotros contestamos que el principal componente del gasto público es la deuda externa, los intereses que se pagan por la deuda externa. En segundo lugar, resulta más alto el gasto en salarios estatales por la baja recaudación, por el escaso poder de control y fiscalización del Estado. Nosotros hemos reclamado una reforma impositiva, modificar el sistema tributario regresivo por otro progresivo. Además, el equipo económico concibe como único medio para solventar el aumento salarial de los estatales el aumento de las tarifas. Las tarifas suelen subir el doble de lo que se aumenta a los estatales, lo que demuestra que el aumento de tarifas sirve para otros fines.

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-En estos días se ha comentado que parte del personal técnico y profesional que se acogió al retiro voluntario vuelve a ser contratado por el Banco Mundial para desempeñar tareas, en algunos casos en los mismos organismos del Estado en que trabajaban antes. 

-Sí. El gobierno consigue programas de organizaciones internacionales como el Banco Mundial, las Naciones Unidas, la UNESCO o determinadas fundaciones y recibe créditos para esos programas. En muchas reparticiones sabemos, aunque no hay información oficial, que personal calificado ha sido recontratado con este tipo de programas, al margen de todo lo establecido por la legislación laboral. A otros que no se acogieron al retiro voluntario se les triplicó el sueldo incluyéndolo en estos programas. Esto muestra la distorsión que hoy existe en las asignaciones salariales.

-Este Estado que tenemos hoy, ¿es justo caracterizarlo como ineficiente?

-Sí, nosotros compartimos que es un Estado ineficiente, así como funciona a los únicos que realmente defiende es a los intereses minoritarios que hoy están sacando réditos muy jugosos. Este es un Estado que no controla, no fiscaliza, no da protección social, no da asistencia. Es un Estado burocrático en la resolución de los problemas. Nosotros hemos sido los primeros en plantear que con el paso de la dictadura a la democracia, democratizáramos el Estado.

-¿Qué significa eso?

-Primero, que no estamos de acuerdo en cómo funciona hoy el Estado y reclamamos una profunda reforma como trabajadores estatales; porque sabemos que puede funcionar de otra forma, que puede cumplir otro rol y tiene que cumplir otro rol. Ahora, ¿cómo adjudicamos las responsabilidades de que el Estado sea burocrático, ineficiente y no cubra todas las tareas que tendría que cubrir? La tendencia natural del liberalismo, de los tecnócratas que se ocupan de este tema, ubica el problema en el número de la gente que lleva a la burocratización, el estilo y el comportamiento mental del funcionario, el propio trabajador que se ha hecho vividor del aparato estatal. Nosotros planteamos que esto es así porque hay una decisión política de que el Estado funcione de esa forma y tenemos varios argumentos para demostrarlo. No hay mejor cosa que la salud pública no funcione para que la sociedad tenga que recurrir a la atención médica privada; no hay nada mejor que la fiscalización en la recaudación previsional e impositiva no funcione o tenga escaso personal o personal no capacitado para que exista la evasión. Este es el único país en el que existe otro producto bruto interno en negro. El treinta por ciento será economía informal, pero un setenta por ciento es lo que evaden las grandes corporaciones con el trabajo y el pago en negro. Este mal de la economía informal que es la forma como hoy se desarrolla el capitalismo en el mundo atenta contra la organización de los trabajadores, distorsiona la concepción del trabajo y hace que la sociedad no pueda distribuir. El mejor ejemplo es Italia, con crisis políticas permanentes ha pasado a ser la quinta potencia del mundo y el ochenta por ciento de su economía es informal. Esto ocurre en nuestro país: sesenta y cinco mil millones de dólares fue el producto bruto del año pasado; las propias informaciones del Palacio de Hacienda plantean que existe otro tanto en economía negra. Volviendo al tema de la ineficiencia del Estado, nosotros planteamos que la única forma de revertir esta situación es lograr la participación de los propios protagonistas que son los trabajadores y, en segundo lugar, lograr la participación de la comunidad en el control y la fiscalización. Para ello hay que revertir el criterio político que sigue aplicándose en esta transición democrática. Se planifican reformas, retiros voluntarios, holdings, traslado de la capital al sur, pero en ningún momento se discute el problema de fondo.

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-¿Cómo habría que encarar la discusión?

-En vez de estar discutiendo el proyecto de Obras Sociales que es para arreglar a cuatro burócratas que se queden tranquilos con el manejo de sus servicios sociales, en vez de discutir el seguro de salud para garantizarle a los partidos políticos ver cómo meten la mano para financiar sus campañas cada dos años, en vez de esto, ¿por qué no se discute un proyecto de salud integral en el país? Las estadísticas están planteando que existen siete millones de argentinos sin ninguna posibilidad de atención, ya que ni siquiera pueden acceder al Hospital público. Si esto es así, habrá que discutir todo de nuevo y la Obra Social tendrá su lugar, es de los trabajadores y tendrá que haber un comportamiento solidario en el manejo de estos fondos. Se habla de modernizar, nosotros estamos de acuerdo en modernizar, esto es beneficioso para la clase trabajadora, cuanto más modernicemos, más tiempo vamos a tener para perfeccionarnos, para disfrutar. Pero en el Estado tenemos el cuarenta por ciento de la capacidad informática ociosa y todos los meses se licita la incorporación de nuevos equipos. En 1965 éste fue uno de los primeros países en incorporar la informática a la actividad del Estado, ¿cómo puede ser que nos planteemos la incorporación de nueva tecnología si la que tenemos no la estamos usando? En lugar de pelearnos por la incorporación de tecnología de punta tenemos que ver cómo incorporamos tecnología adecuada que no es lo mismo. Además, la única forma de hacer eficiente al Estado es saber adónde nos dirigimos, quién es destinatario de lo que hacemos. Si los destinatarios son los grupos económicos, que esto siga así, que lo están haciendo perfectamente, pero si el destinatario es el conjunto del pueblo hay que solucionar los problemas de la salud, la asistencia social, la educación, la vivienda.

-Quizá habría que discutir el concepto mismo de eficiencia. Porque si la eficiencia se entiende como rentabilidad capitalista entonces lo más lógico es que sean los grandes empresarios quienes manejen el Estado.

-Nosotros planteamos una diferencia que a lo mejor no tiene mucha justificación desde el punto de vista semántico o de la Real Academia Española, entre eficacia y eficiencia. La eficiencia está más asociada a lo tecnocrático, a la rentabilidad económica; eficiente es lo que deja una ganancia. La eficacia está más relacionada, para nosotros, con el interés social. En nuestros países el Estado tiene un rol social preponderante, es el único que puede garantizar determinadas cosas que el sector privado no puede hacer. Sólo YPF puede poner estaciones de servicio en la Puna o en Río Turbio, en el medio de la montaña o en un camino alejado. Una corporación no la pondría porque no es rentable. YPF tiene la obligación de hacerlo, aunque no sea rentable. Otro caso es el de los teléfonos. En un montón de provincias existen empresas privadas que controlan el sistema telefónico. Esa provincia está imposibilitada de conectarse a toda la red telefónica del país. Este es un problema estratégico, de seguridad nacional, es también un problema de soberanía. Desde ya que la empresa privada puede participar, pero supeditada y subordinada al interés nacional y quien defiende el interés nacional y el interés social es el Estado, de acuerdo al proyecto político que controla el Estado. En otros países donde hay mayor racionalidad en el manejo del Estado, hasta los liberales son más racionales, el Estado tiene una continuidad. Aquí es donde se manifiesta una avaricia y una irracionalidad desproporcionada, fruto de la conformación de nuestras clases dominantes. Aquí hemos tenido una oligarquía que siempre pidió por favor ser dominada, ser colonizada. Eso la diferenció de otras oligarquías de nuestro propio continente que pelearon contra la dominación extranjera, por más que después explotaran hacia adentro. Esto diferencia la estructura de nuestro Estado. Si uno compara el Estado brasileño con el argentino, son dos cosas distintas: allí son liberales, son capitalistas, pero tienen coherencia en la defensa de lo nacional y de sus propios intereses. Aquí no. Entre los propios intereses de la burguesía, entre los propios intereses de las clases dominantes existe una rapiña, una avaricia, un egoísmo tal que ni los grupos liberales más clásicos pudieron consolidarse como para lograr un desarrollo armónico. Acá el que viene después tiene que destruir al otro. Está ocurriendo en el propio gabinete de este gobierno. No hay ningún marco de continuidad y, en el Estado, eso se advierte claramente. Viene un administrador en una empresa o en una repartición y cambia lo que había estado diagramando el otro. Ni hablar si el otro generó mecanismos de participación porque lo primero que hace es destruirlo, porque eso es “corporativismo” y hay que empezar a remontar todo de nuevo.

Sigue mañana.

Imagen de apertura: foto gentileza de la Fundación Germán Abdala.

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