El telescopio espacial James Webb se encuentra a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra, en el punto Lagrange L2 y, tan lejos de la Tierra, era inevitable que en el vacío del espacio ocurriera esto: la agencia espacial estadounidense ha informado que el telescopio ha sufrido un impacto en uno de sus segmentos de espejo primario a finales de mayo.

Las pequeñas partículas de roca o metal llamadas micrometeoroides surcan nuestro sistema solar habitualmente. Si bien suelen pesar menos de un gramo, siguen representando una amenaza importante para las naves espaciales porque su velocidad promedio en relación con la órbita es asombrosa (10 kilómetros por segundo).

 

No hay por qué preocuparse

Los ingenieros que construyeron el telescopio eran conscientes de estas posibles vicisitudes y fabricaron los espejos para que resistan este tipo de eventos cósmicos.

«Siempre supimos que Webb tendría que capear el entorno espacial, que incluye la intensa luz ultravioleta y las partículas cargadas del Sol, los rayos cósmicos de fuentes exóticas en la galaxia y los impactos ocasionales de micrometeoroides dentro de nuestro sistema solar», dice el ingeniero y subdirector de proyectos Paul Geithner del Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA. «Diseñamos y construimos Webb con margen de rendimiento (óptico, térmico, eléctrico, mecánico) para garantizar que pueda realizar su ambiciosa misión científica incluso después de muchos años en el espacio».

Este tipo de impactos continuarán ocurriendo durante toda la larga vida de James Webb en el espacio, por lo que su advenimiento está anticipado para no causar ningún problema al funcionamiento de este potente telescopio que nos hará ver la luz de las primeras estrellas.

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