Una de las historias más conocidas de la II Guerra Mundial es que los líderes nazis tomaban sus decisiones en función de este tipo de predicciones. Sin embargo, los rigurosos trabajos del historiador británico Ellic Howe han demostrado que los jerarcas nazis no tenían en cuenta las posiciones relativas de los planetas en el cielo para tomar ninguna decisión importante. Únicamente hay una excepción: el caso de Rudolf Hess, el número tres del partido tras Hitler y Göring.

Todo comenzó en plena confrontación con Inglaterra, cuando Hitler empezó a planear la invasión de Rusia. Una decisión que sus generales temían les llevaría al desastre al abrir un segundo frente en Europa. Hess pensaba que Inglaterra firmaría un acuerdo secreto de paz con Alemania y decidió volar allí en secreto. En enero de 1941 Ernst Schulte-Strathaus, un astrólogo que formaba parte del personal de Hess, le dijo que el 10 de mayo había una conjunción planetaria: el Sol, Mercurio, Venus, Júpiter, Saturno y Urano ocuparían un arco de tan solo 8º en Tauro -más o menos el que abarca nuestro puño con el brazo extendido-. Por otro lado, una astróloga de Munich llamada Maria Nagengaast le dijo a Hess que ése sería un día propicio para viajar al extranjero. El resto es historia: las condiciones de paz de Hess le parecieron un chiste a Churchill que lo detuvo como prisionero de guerra. Para Hitler, Hess se había vuelto loco por culpa de las astrólogos. El 9 de junio la Gestapo, en la operación llamada «Aktion Hess», detuvo de 300 a 1 000 astrólogos que fueron a parar a los infames campos de la muerte nazis.

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Las conjunciones planetarias también tuvieron su efecto sobre el mayor conquistador de todos los tiempos, Genghis Khan, también uno de los mayores genocidas de la historia: 20 millones de muertos a sus espaldas. Los Mongoles miraban con frecuencia al cielo, donde veían presagios y augurios: la campaña contra la gente de la provincia china de Honan se detuvo el 21 de mayo de 1221 a causa de un eclipse de Sol. La obsesión celeste de este pueblo era tal que, años más tarde, Marco Polo contó más de 5 000 astrólogos y adivinos solo en la capital mongola.

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