“En los adultos, docentes y padres noto mucho desgano, preocupación y angustia por el comportamiento de los niños. Vemos papás y mamás que dicen: ‘ya no puedo más’, ‘ya tiré la toalla’, ‘no sé qué hacer con este niño que tengo en casa’. Y esto también nos pasa con las ‘seños’ que expresan que las estrategias que antes les resultaban ahora no les sirven; están cansadas”.

Las palabras son de Cecilia, maestra jardinera y vicedirectora de nivel inicial, que insiste en que el aislamiento por el Covid-19 transformó las aulas, los alumnos, los maestros, las familias y los ánimos.

Después de dos años de virtualidad o de educación mixta, que supusieron atender las necesidades educativas y personales del alumnado y su entorno, los educadores y los especialistas en salud mental advierten un incremento del nivel de estrés y de las consultas en los consultorios.

“Al volver a la presencialidad se nota mucho cansancio, siento que la energía que tenía no es la misma. También el comportamiento de los niños y los coletazos del encierro que trajo dificultades de convivencia. Se observa mucha necesidad de trabajar lo convivencial dentro del aula y eso desgasta y genera un cansancio extra”, plantea Cecilia. Y agrega: “Hay un temor a volver a lo anterior. Con mis compañeras lo conversamos. Cuando hablan de una nueva ola de Covid, nos agarra dolor de panza de solo pensar en volver a dar clases virtuales”.

La psicoterapeuta Fátima González Palau, doctora en Neuropsicología, investigadora, directora del Centro de Rehabilitación González Palau y jefa de la Unidad de Neuropsicología del sanatorio Allende Cerro, confirma que en el regreso a la presencialidad se observa un aumento de consultas por malestar psicológico y neurocognitivo en docentes, directivos y padres. “Se manifiesta en consultas por agotamiento físico y emocional, dificultad para conciliar o sostener el sueño, sensación de insatisfacción, pérdida de interés o de placer, irritabilidad, falta de concentración y fallos de memoria”, explica González Palau, que considera que el confinamiento fue uno de los mayores desafíos psicológicos de la historia.

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“En consulta, los docentes y directivos mencionan que la carga de trabajo –que antes de la pandemia ya era percibida muchas veces como excesiva en el ámbito educativo– aumentó con la disposición de adoptar medios virtuales como recursos pedagógicos”, apunta la psicoterapeuta. Algunos docentes, refiere, contaban con conocimientos o herramientas para su implementación y otros con menos, y las clases remotas impartidas desde casa crearon una falta de límites temporales, físicos y psicológicos entre el trabajo y el hogar. “Estos factores generaron significativa sensación de estrés, y sobrecarga”, remarca González Palau.

En este sentido, subraya, en el retorno a una seudonormalidad, todo lo vivido más las nuevas olas de contagios, los temores, las desesperanzas y el esfuerzo de readaptación, acarrean mayor estrés psicológico en una población ya agobiada y agotada. “Posiblemente esto haya aumentado clínicamente las consultas, restringidas en ciertos momentos de la pandemia”, sostiene.

María de la Paz Scribano Parada. médica especialista en Neurología del staff del Centro de Rehabilitación González Palau y Fundación Ciatec, docente en la Facultad de Ciencias Médicas de la UNC e investigadora, asegura que dos de los grupos más afectados por la pandemia han sido padres y docentes que han reportado altos niveles de estrés y ansiedad, en línea con lo informado a principios de este año por la Organización Panamericana de la Salud. El organismo registró un aumento del 25 por ciento de estos síntomas en relación a la prepandemia.

“El impacto en la salud mental a nivel global ha sido altísimo para la población general, siendo aún mayor el incremento en mujeres, en los jóvenes menores de 25 años y en aquellas personas con problemas de salud mental previos a la pandemia”, remarca, en referencia a un reporte de marzo pasado de la Organización Mundial de la Salud.

Natalia Orellana, médica especialista en Medicina Interna, explica que todo cambio, en especial cuando es repentino, tiene un impacto en la vida de las personas. Es lo que en medicina familiar se denominan “eventos críticos”.

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“La población docente y padres fueron dos de los grupos más afectados” tanto al inicio de la pandemia como en el regreso a la presencialidad, sostiene Orellana, médica en el Servicio de Clínica Médica del Sanatorio Allende Cerro.

Esto motivó, apunta, el aumento de las consultas por diferentes síntomas asociados al estrés laboral. Los más frecuentes fueron de índole emocional (sentirse nervioso o irritado); cognitivo (reducción o limitación en la atención y percepción, falta de memoria) y físico (aumento del ritmo cardíaco o de la presión arterial e hiperventilación).

Orellana remarca que las causas del estrés laboral pueden ser múltiples y estar vinculadas a condiciones personales –preocupaciones económicas o familiares, por ejemplo– y a condiciones del ambiente de trabajo

“Algunas docentes manifiestan que los niños también experimentan conductas distintas a la época prepandémica, lo cual aumenta la carga laboral debido a que se encuentran más distraídos, con menos concentración”, dice la médica, que indica que los síntomas por los que se consulta son comparables con otras crisis, como el haber transcurrido una enfermedad grave o una internación prolongada.

Olvidos y concentración

Fátima González Palau explica que el estrés se produce cuando una demanda supera los recursos personales, en tiempo, estrategias o herramientas, para afrontarla.

“Nuestro cerebro no está preparado para el estrés crónico y cuando esto sucede conduce a cambios en la estructura neuronal y en el funcionamiento de todo el cerebro, especialmente cuando un factor estresor se experimenta repetidamente, a lo largo de un periodo prolongado, como fue durante la pandemia”, dice.

La doctora en Neuropsicología indica que las áreas más afectadas por el estrés crónico son el área prefrontal, que se ocupa de la concentración, memoria de trabajo y la toma decisiones; el área amigdalina, que se encarga de la gestión emocional, y el área hipocampal, de memorizar y aprender.

“Cuando el estrés se sostiene aumenta la ansiedad, disminuye el rendimiento laboral por dificultades en memoria y en concentración, aumentan las dificultades en la toma de decisiones, entre otros síntomas”, remarca González Palau. Y agrega: “El estrés y el síndrome del estrés laboral no son fenómenos aislados, sino que ambos implican un riesgo ocupacional significativo en docentes y directivos”.

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La experta subraya que todas las personas tienen posibilidades de resiliencia y tienden a recuperarse hasta de eventos muy traumáticos. “Quizás lo que estamos observando es una población que todavía no ha tenido tiempo de transitar el proceso personal de resiliencia”, dice.

Para Scribano Parada, el estrés podría definirse como una respuesta a algo nuevo, impredecible e incontrolable que ayuda a responder a este tipo de situaciones. Sin embargo, cuando se prolonga en el tiempo puede ser perjudicial para la salud.

“A nivel cerebral el estrés produce cambios en la función y arquitectura de las neuronas que son las células que constituyen el tejido cerebral. Estas modificaciones se dan principalmente a nivel del lóbulo frontal y del hipocampo, y a nivel de la amígdala. Estas estructuras se encargan de muchísimos procesos cognitivos como son la atención, el aprendizaje, la memoria de trabajo y a corto plazo, la toma de decisiones e incluso la regulación emocional”, coincide.

El regreso es un proceso

González Palau considera que los docentes, padres y directivos deben poner especial foco en cuidarse y cuidar su salud mental, considerando que el regreso también es un proceso.

En este sentido, además de consultar a especialistas en el caso de que se requiera, advierte sobre la importancia de volver a una rutina de autocuidado. Es decir, reducir el sedentarismo con actividad física aeróbica, ejercicios de estiramiento y relajación, yoga y meditación, apunta la psicoterapeuta. Todas estás acciones son muy recomendables para la protección del cerebro de los efectos del estrés.

“Una adecuada alimentación y no aislarse, manteniendo vínculos estrechos con familiares y amigos tienen suficiente evidencia científica de protección cerebral y posible amortiguación de los efectos del estrés crónico en nuestro cerebro”, remarca. También hay que dormir y descansar bien ya que ayuda al cerebro, al bienestar psicológico y a la regulación emocional.

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