Silicon Valley –nacido según las lógicas de la Guerra Fría- es la sede de muchas de las empresas tecnológicas más poderosas del mundo. Sus propietarios y directivos diseñan planes para el futuro de la humanidad. Planes reaccionarios bizarros pero más que inquietantes. Segunda parte.

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La primera parte de este artículo puede leerse acá.

Ahora bien, dejando atrás los neorreaccionarios, las dos ideologías qué más están triunfando en Silicon Valley en estos años son el “Largoplacismo” (Long-Termism en inglés) y el movimiento pronatalidad, siendo que ambas posturas se interrelacionan. Aquello relevante de estos dos movimientos, que ya han sido considerados por algunos expertos como sectas propias de Silicon Valley, es que sí se cubren con un halo democrático: a diferencia del elitismo de los neorreacionarios, animan a todas las personas capaces a incluirse en ellos. Elon Musk, si bien ha coqueteado varias veces con el movimiento NRx (y, de hecho, uno de sus antiguos amigos es Peter Thiel), actualmente es seguidor del Largoplacismo, y ejerce los preceptos del movimiento pronatalidad teniendo 10 hijos con varias mujeres.

La obsesión de las elites por tener más hijos ha sido una constante histórica. Hablamos de una élite con plena conciencia de clase, que sabe que tiene que reproducirse y que sus hijos son superiores al resto por el hecho de que podrán ser mejor alimentados y mejor educados. Este nuevo movimiento pronatalista, que está integrado principalmente por blancos ricos, tiene una nueva característica: la tecnología. Debido a que su materia de trabajo es la tecnología, los seguidores de este movimiento pretenden usarla para mejorar los genes de sus hijos. Y las lógicas de ello repercuten sobre prácticas eugenésicas para los seres humanos.

Elon Musk, y Peter Thiel han invertido dinero en la creación de una empresa, Genomic Prediction, que actualmente sirve para seleccionar “los embriones más perfectos genéticamente”, y así poder tener a “los mejores hijos”. Pero su objetivo final es el de poder trabajar con el genoma humano a un nivel en el que pueda crear a “superhombres” genéticamente perfectos. Actualmente hay bastantes ingenieros ricos de Silicon Valley practicando este “pronatalismo” bajo estos preceptos.

Por último, el Largoplacismo, que prioriza el futuro de la humanidad a la humanidad actual, es la inclinación ideológica que resumiría a la perfección la pulsión autoritaria de muchos de las personas inmensamente ricas de Silicon Valley. Puesto que, a criterio de sus adeptos, el colapso o apocalipsis de la humanidad es una posibilidad fehaciente, se centran en neutralizar las potenciales consecuencias calamitosas de los riegos actuales. Y aquí es donde debemos hablar del Altruismo Efectivo, que sería la postura pretendidamente ética por medio de la cual resultan legitimados los planes “largoplacistas” con que neutralizar las amenazas que supuestamente acecharían a la humanidad.

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Este Altruismo Efectivo, que goza de predicamento entre los gurús de Silicon Valley, consiste en lo siguiente: el individuo (y no la sociedad política) es el agente que decide dónde dar el dinero y para qué, de modo que se es “altruista” porque se dona dinero, y a la vez se es “efectivo” porque el dinero va solamente a donde el donante quiere que vaya. Se trata de una fantasía autoritaria por la cual las soluciones que deben salvar a la humanidad dependen de la decisión de aquellos individuos que tienen la capacidad de aportar grandes sumas de dinero (N del E: Socompa dedicó un artículo específico al asuntillo perturbador del altruismo efectivo: https://socompa.info/noticias/capitalismo-millonarios-altruismo-efectivo-filantropia/).

The Wrong. Elena Romenkova.

Como es obvio, un planteamiento sectario como el del Altruismo Efectivo supone, principalmente, una profunda desconfianza con respecto al buen hacer de los Estados. De ahí que los partidarios de estos planteamientos no quieran pagar impuestos, pues consideran que no son “efectivos” para los propósitos que ellos consideran necesarios. Recordemos que su “altruismo” es selectivo. Por ejemplo, si únicamente quieren que se elimine la malaria, o tal o cual otra enfermedad, carece de sentido contribuir a sostener un sistema sanitario en su integridad. Se trata de un planteamiento en cuya médula se encuentra un profundo antialtruismo.

El Largoplacismo es una ideología que se crea en Oxford, pero que tiene su verdadera explosión cuando llega a Silicon Valley y es recogida por personas con muchísimo dinero. Los largoplacistas operan conceptualmente dándole valor a las personas según su futuro desarrollo, lo que significa que las personas con mejor calidad de vida tienen un valor superior a las que tienen una menor calidad de vida, pues estas últimas no podrían criar a los hijos de la futura humanidad en las mismas condiciones que las primeras. Y ello funciona a través de dilemas éticos que se pretenden resolver pragmáticamente: si hay dos núcleos de población, uno rico y otro pobre, y hay que destruir a uno, la población sacrificada sería, obviamente, la pobre.

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De igual manera, los largoplacistas cuentan con modelos predictivos de supuesta fundamentación matemática, aunque de dudosa efectividad, en virtud de los cuales sería posible predecir las amenazas letales que le aguardan a la humanidad. Así pues, según sus modelos, es mayor la posibilidad de que la humanidad sea destruida por una Inteligencia Artificial o por una pandemia diseñada que, por el contrario, a causa del cambio climático o de una guerra nuclear. Ante lo cual, ¿en qué se debería invertir dinero? ¿En revertir el cambio climático o en investigar las inteligencias artificiales? Efectivamente, en las inteligencias artificiales. De hecho, Elon Musk (CEO de Tesla y de Twitter) y Jaan Talliinn (CEO de Skype) han creado una fundación con un presupuesto multimillonario que se dedica únicamente a investigar la forma de evitar que la Inteligencia Artificial nos destruya.

Todas estas ideologías, que a nosotros seguramente nos parecen un tanto bizarras y absurdas, no serían peligrosas si no fuese porque quienes las hacen suyas son personas con muchísimo poder económico y, por lo tanto, muy influyentes políticamente. Incluso están dispuestos a destruir Estados enteros para implementar sus planteamientos.

It’s still Capitalism!

NFT. Obra de Mike Winkelmann, alias Beeple, vendida por 69 millones de dólares vía Christie’s.

Uno de los podcasts izquierdistas de habla inglesa más escuchados del mundo, The Dig, tituló “It’s still Capitalism” (es todavía capitalismo) a su entrevista al pensador Evgeny Morozov. Este podcast está inserto en un debate relacionado con una publicación en la New Left Review sobre la naturaleza del “Capitalismo Digital” que venía a preguntarse si esta forma de capitalismo digital implica un nuevo modo de producción no previsto y, de ser el caso, si es consecuencia de las contradicciones internas del capitalismo.

Hay quienes, como Cédric Durand, consideran que se ha llegado a un nuevo modo de producción al que podríamos denominar “tecnofeudalismo”. Otros, como el citado Morozov, defienden que el capitalismo digital es solo una evolución dentro del capitalismo, pues las lógicas del capital seguirían intactas: se persigue el beneficio, la plusvalía (explotación laboral) y no la extracción de datos por la pura extracción de datos (es decir, se quieren datos para monetizarlos con algoritmos desarrollados para ese fin). Y, posicionándonos al lado de Morozov, hay que decir que esa es la única economía política que tiene Silicon Valley, que es la propia del modo de producción capitalista. Como parte de esta cuestión es que Silicon Valley sí se puede entender como un ente unificado, en tanto que es un sector más del capitalismo, con la única especificidad de articular las lógicas del capital que buscan la ganancia económica a través de una tecnología “diferente” a la de otros sectores.

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Entonces, si bien es cierto que no existe una clase capitalista unificada bajo una sola ideología, pues son diversas las ideologías que asumen los capitalistas, es igualmente cierto, por otro lado, que la clase capitalista sí se encuentra unificada y disciplinada bajo las lógicas del capital, de las que no pueden escapar si quieren conservar su posición de clase.

En resumen, la economía política de Silicon Valley no presenta ninguna singularidad especial. La izquierda debe entender que se trata de capitalismo, pero en una fase de desarrollo digital. De igual manera, la izquierda cometería un error si considerase que Silicon Valley posee una ideología unificada dentro de ese progresismo “woke” con que se suele identificar a amplios sectores de Estados Unidos. De hecho, ha sido el objetivo de este artículo quebrar esa visión que se tiene de un Silicon Valley progresista, lo que ha exigido atender a las diferentes ideologías que circulan entre los altos directivos de las empresas tecnológicas más importantes en occidente. Y, de igual manera, ese ejercicio nos permite rechazar la concepción unificadamente globalista que, ahora también desde la derecha política, se tiene de la élite de Silicon Valley.

Se tienen que llamar a las cosas por su nombre: Silicon Valley es un sector más de la economía capitalista, no es necesariamente el más importante, por lo que no se debe personificar en él al Capital. Menos aun dotándole de una capacidad globalista de la que carece.

Imagen de apertura: Team Lab.

FUENTE: elviejotopo.com

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